467 días antes, Parte 2
Una extraña calma se apoderó del lugar. Habíamos quedado boca abajo. El cinturón de seguridad no me dejó destrozarme el cuerpo dentro del casco del automóvil, dejándome colgada al revés en el asiento del piloto. Instintivamente, mareada por los golpes que me había alcanzado a dar, busqué a Juan dentro del vehículo, encontrándome con lo que ocasionó el brutal accidente. Como mi cuerpo aún no se acostumbraba a la posición en la cual estaba, en vez de mirar hacia el asiento del copiloto, me giré hacia la ventana de mi puerta, la cual rota completamente me dejó ver una suerte de rampa posicionada a la mitad del camino. Era una estructura compuesta por una tabla de unos tres metros como base y un fierro en pendiente ascendente sostenido por pequeños remaches adosados a la tabla. No supe qué pensar. No sabía si lo habían puesto con intención o algún irresponsable chofer lo había dejado caer de su camión. Daba igual. Me giré hacía el otro lado y la historia empeoró de forma abruta. Los ojos dilatados y punzantes de Juan me miraban inertes. Su cabeza estaba escabrosamente doblada en contra el techo del auto, mientras que su espalda se torcía con fuerzas en dirección al parabrisa, denotando una columna totalmente quebrada. Sin dudas, aquello le había causado la muerte. El problema fue que algo no me dejó aceptarlo. Había sido por algún tiempo mi novio y unos meses más yo su amante. Hace cinco segundos estábamos conversando y ahora un estupido accidente le había quitado la vida. Un calor me recorrió el cuerpo, acompañado de un llanto doloroso. Lo quise abrasar, pero la adrenalina del momento ya había abandonado mi cuerpo y fuerzas para moverme no me quedaban. En eso fue cuando la historia dio un giro inesperado al incorporar la aproximación de dos decididos zapatos en dirección hacia nosotros… hacia mí. Me giré nuevamente hacia la ventana, encontrándome de frente con dos piernas al revés. Se trataba de un hombre de pies, vestido con zapatos de alto costo y un pantalón de tela negro. Su presencia, extrañamente, no me causó tranquilidad. No sentí esa sensación de socorro por parte de su persona. Y estaba en lo cierto. Se hincó sobre sus rodillas para poder encontrar su mirada con la mía. Era don Pedro Miranda, vestido de terno y no de militar como lo había visto hace unas horas. Por fin comprendí todo. Con sólo ver nuevamente aquella sonrisa pude encajar todas las piezas del puzzle.
“Muy inteligente para intuir que no me llevaría al cabo segundo para darle una pronta mejora. Pero no tanto como para deducir que la íbamos a estar observando” dijo.
En ese momento entendí que mi final era tan inevitable como haber esquivado la rampa que él había puesto. Cuando vi sus grandes y huesudas manos acercarse hacia mi cabeza, un miedo espeluznante y nunca antes vivido me desbordó las venas, pero reprimí el llanto. Hubiese llegado unos minutos más tarde, quizás mis músculos ya habrían tenido la suficiente fuerza como para defenderme o por lo menos luchar por mi vida.
Envolvió entre sus dedos mi cráneo y con fuerzas lo giró…
467 días antes, Parte 3
Un cerrado crujido se escuchó al dislocarse el cuello de la columna de la doctora. Pobre estupida. Tenía un físico atractivo y una espectacular carrera por delante al servicio de la comunidad. Lastima que su intromisión pudo con ella, llevándola a donde estaba. Sus brazos cayeron presa de la gravedad y sus ojos lentamente se cerraron. En eso llegó el camión que se iba a llevar el vehículo, secundado por las camionetas del ejército que se llevarían los cuerpos.
Me fue imposible recordar las palabras de don Exequiel.
“Sé que eres el mejor para realizar este trabajo” me giré sobre mí y vi el automóvil destruido a la orilla del camino “El silencio es una virtud tuya. Yo necesito ese nivel de silencio en esta misión. Tú eres el único que lo tiene” Los soldados pasaron corriendo por mi lado, dispuestos a limpiar el desastre “Ya serviste una vez a este país para salvar su republica. Hoy, una vez más, el país necesita de ti”…
Continuará...
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