lunes, 6 de febrero de 2012

Día 135: Nos veremos... pero aún no, aún no

La tarde se oscureció bajo la tempestad de la angustia y la agonía de la espera. Los segundos avanzaban lentos, desformando los rostros ahogados en un grito de suplica. "Quedate" pensabamos. "Vuela alto". En el momento que se tenía que hablar, quedamos sin palabras. El cuerpo y el corazón, dolido por una herida que costará sanar, no aceptaban tal difícil situación. Era un complicado domingo en la tarde. Quedaban pocas horas para que Jack partiera rumbo al norte.
Estuvimos toda la noche del sábado con él, compartiendo con amigos de la infancia, su prima y los padres de Isabella. Bebimos hasta las cinco de la mañana. Luego vino el merecido descanso. Al otro día en la mañana, partimos dirección al centro de Santiago a comprar lo último que quedaba de la lista que le habían pedido en la escuela de Carabineros. Calcetines color verde olivo y forros de cuaderno del mismo tono.  

A esos de las seis la casa había quedado desprovista de visitas. Su familia partía rumbo a sus hogares y al final de la batalla en la cual se habían convertido las últimas horas, sólo quedamos Bonita, su madre, Ignacio y yo. Sólo quedaba el tan aborrecido adiós. Había que partir. Entonces Isabella fue la primera en irse. No queriendo interrumpir lo que para ambos fue una dolorosa despedida, me quedé en el living recordando lo vivido los últimos cuatro años, preguntandome si las cosas podían ser diferentes.
"Obvio que sí" me dijo Dones. "El problema fue que ninguno se atrevió a cambiar las cosas"
Tenía toda la maldita razón. Entonces me hice la misma pregunta, pero con respecto a mí ¿Las cosas podían ser diferentes?... Dones no tuvo que responder.

Media hora más tarde, me mojaba el pelo en el baño de la casa, para después ocultar la mirada tras los lentes de sol. A medida que iba guardando mis cosas, más iba creciendo ese incomodo e infaltable nudo en la garganta ¿Qué chucha hay ahí que duele cuando se experimenta la pena o el dolor? Siempre me ha intrigado. Ignación tomó su bolso, yo el mío y salimos a Lo Martinez a esperar la micro.
En el paradero no dijimos nada. No podiamos decir nada. No habían palabras.Tal vez no lo sentimos como un adiós, si no como un hasta luego. El sol avisaba que el día ya terminaba. En eso la micró llegó a la avenida.

Nos paramos. Nos abrasamos. Y nos dijimos que nos veriamos pronto... pero aún no, aún no.

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