467 días antes, Parte 1
Nunca había sentido arrepentimiento. Tal vez un par de veces en la universidad cuando salía con chicos que no debía. Pero no era tanto como ahora. Sentía que frente a mis narices se estaba llevando a cabo algo más que una injusticia y yo no había hecho nada para impedirlo. Lo peor era que sabía a ciencia cierta que mi espíritu no se iba a quedar tranquilo al no saber qué iba a suceder con aquel uniformado ¿Efectivamente se lo habían llevado al hospital regional militar?
“No te metas. Es por tu bien”
Sin pensarlo dos veces, cogí el celular y de memoria digité el número de Juan.
Diez minutos más tarde, estacioné mi automóvil a un costado de la calle que conectaba a la autopista que iba camino a Puerto Octay. Faltaban quizás unos pocos minutos para que dieran la una de la madrugada. La garuga helada ya empezaba a empapar la superficie de zinc y tablas de las casas aledañas.
“¿Usar como excusa a un paciente para vernos? Sólo podrías haber dicho que querías conversar” me dijo Juan irónico.
Segundo arrepentimiento de la noche.
“Súbete” le dije.
Abrió la puerta del copiloto y se sentó a mi lado. Su pelo brillaba bajo la inmersión de luz en las diminutas gotas de agua que colgaban de sus pelos.
“¿Dónde estaban realizando el acto conmemorativo cuando fue el accidente?” le pregunté.
Sabía que no existía tal acto, pero me sentiría más aliviada de saber que me habían mentido en el momento en que él ratifique la información, en vez de yo aclarar donde había sido realmente el accidente. Juan era el chofer de ambulancia del hospital de Frutillar. Junto a su equipo habían asistido en el lugar de los hechos al carabinero herido, decidiendo llevarlo a mi posta para socorrerlo.
“Eres la única médico que me da confianza” me decía siempre.
“No fue un acto conmemorativo” dijo.
¡Bien!
“CENCO hizo el llamado y la ruta especificada en donde había sido el accidente quedaba desde Puerto Octay, cordillera adentro. Muy adentro. Así que subí en la camioneta a prestarle primeros auxilios. Cuando llegué allá, estaba tirado y muy mal herido a un costado de un camino rural…”
“¿Dijo que había sucedido?” le interrumpí.
“Bea, el tipo no podía hablar. Estaba semiconsciente. Sus heridas eran graves y de lo que menos nos preocupamos fue de preguntarle qué le había pasado” me dijo “Camino a la posta, logrando despertar un poco, logró decir que había sido embestido por un caballo, pero nada más”
El coronel había mentido. El coronel lo había secuestrado. Entonces ¿Qué cosa sucedió en los interiores de la cordillera que con tanto recelo ocultó? En vez de tranquilizarme por la información confirmada, más intrigada quedé. Más creció en mí la impotencia por haberme quedado de brazos cruzados. Y es que la presencia y carácter de ese hombre rígido y altivo me dejó sin fuerzas para poder hacer cualquier tipo de movimiento. La invasión experimentada había sido nociva.
“¿Qué te pasa?” me preguntó Juan.
Lo observé, sabiendo que me iba a tratar por loca o paranoica. Sin embargo, su desplante era de aceptación y de entendimiento frente a mi injustificada preocupación. Estaba dispuesto a escuchar cualquier disparate con tal de verme mejor
“Horas después de atender al uniformado, un escuadrón del ejercito llegó a buscarlo. Me dijeron que el accidente había sido en un acto conmemorativo. Eso es mentira. Me hicieron firmar un acta de alta y simplemente lo sacaron de ahí” le dije derrotada.
“¿Sabes a dónde se lo llevaron?” me preguntó sorpresivamente Juan.
“Al Hospital Militar de la región” le contesté.
“¿A verlo?”
“Sí. Mira como estás. Vamos y sólo decimos que la doctora que piensa que se lo raptaron para hacerle alguna clase de experimento, quiere ver su estado de salud” bromeó.
Fue imposible no reír.
“Toma la local hacia Frutillar. Así llegaremos más rápido” me indicó.
Encendí el auto y emprendí camino.
“Antes de que se lo llevaran, alcancé a hablar con él” le dije a Juan, tomando la calle local que nos conectaba a Frutillar, atenta a una vía inhóspita de vehículos “Me dijo que los habían enviado a esa zona de la región a desalojar presencia mapuche”
“¿Mapuches?” me preguntó extrañado.
“Eso fue lo que me dijo. Pero al parecer todo se salió de control y los desalojados fueron ellos” expliqué, al mismo tiempo que reducía la velocidad del automóvil para tomar la curva que se aproximaba.
“¿Ellos? Es decir que habían más carabineros”
“Fue lo que él me dijo. Estaba anestesiado. El shock fue invasivo. Podría haber estado alucinando. Pero sí sé algo, ese hombre hablaba con verdad. Su mirada era la de una persona que recordaba perfectamente lo que había sucedido” le dije convencida de la versión del cabo segundo.
“Beatriz, he subido decenas de veces por la ladera en donde encontramos al carabinero, y nunca…”
Todo fue rápido. De pronto el vehículo se volcó de golpe hacía su lado derecho. No alcancé a ver qué habíamos impactado. Luego todo fue violentas vueltas, explosión de vidrios, golpes de lata, Juan yendo de un lado a otro, la estructura completa de mi auto dándose de lleno contra el asfalto y mi cabeza azotándose en todas direcciones. Tenemos que haber dado unos cinco vuelcos, antes de impactar de lleno contra un árbol a la orilla del camino...
Continuará...
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