viernes, 24 de febrero de 2012

Día 141: Siete Mil Infectados

Día 0, Parte 6

Luces de Emergencia. Fue lo que todos pensaron. Lamentablemente, para darle más rareza a la situación, el encargado de mantención descartó la idea, confirmando que el equipo de petróleo que abastecía de electricidad al hipermercado en caso de corte de luz, no estaba funcionando. María Angélica no tenía que saber que el equipo de emergencia no estaba funcionando. Sabía muy bien que aquellos cuatro puntos de luz no eran las luces de emergencia. Es más, recordaba no haber notado la presencia de aquellos paneles de acero apostados en forma de cuadro sobre la cabeza de todos. La estructura era un encuadramiento de fierros que servían como soporte para los focos de luz y para seis galones de gas ubicados detrás de los últimos. Estos, posiblemente, contenían el combustible que permitía que los focos pudieran estar encendidos, ya que presencia de cables eléctricos no se podía observar
¿Luces de emergencia alternas? La opción era más tranquilizadora.
Fue entonces que todos escucharon el siseo de los movimientos de engranajes metalicos provenientes de las estructuras de luz. Algo se movía allá arriba. ¿Qué cosa? Todos quietos trataban de averiguarlo. Luego hubo un nuevo movimiento de circuitos y pequeñas estructuras. Quizás brazos metálicos. Era todo incierto.
Lo único que supieron fue que de pronto los 24 galones de gas se descargaron completamente de forma sorpresiva, llenando con una infatigable rapidez todo el lugar con un éter de incontenible expansión. Sólo algunos trataron de escapar para no inhalar la sustancia contendía en aquel blanco gas. El resto de la multitud inamovible se fue perdiendo en la penumbra de la nube que los cubrió.
En pocos segundos todo el supermercado quedó inmerso en una cegante niebla, acompañado de un profundo silencio.

El gas se consumió a los 4 o 5 minutos después. Las luces continuaban encendidas. El silencio aún era conquistador. Lo único diferente fue que al disiparse la nube blanca, se pudo divisar la escabrosa escena de las siete mil personas aparentemente fallecidas sobre el piso. Todos, desde el niño más pequeño hasta el empleado más antiguo, uno sobre otro, como apilados a su propia suerte, estaban tendidos sin moverse ni quejarse. El gas les había brindado una rápida y efectiva muerte.
Esparcidos se quedaron por todos los pasillos, sin indicios de algún sobreviviente.
Se quedaron ahí, hasta que el primer infectado despertó, emitiendo un quejido de dolor y muerte, aletargado y torpe. Era el primero, un ser de carne, hueso y una fracción de cerebro que con dificultad y lentitud controlaba sus movimientos primarios, como el des los brazos y las piernas. El resto de su encéfalo estaba totalmente apagado. No había conciencia dentro de aquel ser. Sólo movimientos y un terrorífico ente irracional.


Y lo peor de todo era que el único pensamiento que disparaba la pequeña porción de cerebro encendida, era de estar hambriento de algo que no podía entender.



Fin Segunda Parte

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