Luces de Emergencia. Fue lo que todos pensaron.
Lamentablemente, para darle más rareza a la situación, el encargado de
mantención descartó la idea, confirmando que el equipo de petróleo que abastecía
de electricidad al hipermercado en caso de corte de luz, no estaba funcionando.
María Angélica no tenía que saber que el equipo de emergencia no estaba
funcionando. Sabía muy bien que aquellos cuatro puntos de luz no eran las luces
de emergencia. Es más, recordaba no haber notado la presencia de aquellos
paneles de acero apostados en forma de cuadro sobre la cabeza de todos. La
estructura era un encuadramiento de fierros que servían como soporte para los
focos de luz y para seis galones de gas ubicados detrás de los últimos. Estos,
posiblemente, contenían el combustible que permitía que los focos pudieran
estar encendidos, ya que presencia de cables eléctricos no se podía observar
¿Luces de emergencia alternas? La opción era más
tranquilizadora.
Fue entonces que todos escucharon el siseo de los
movimientos de engranajes metalicos provenientes de las estructuras de luz.
Algo se movía allá arriba. ¿Qué cosa? Todos quietos trataban de averiguarlo.
Luego hubo un nuevo movimiento de circuitos y pequeñas estructuras. Quizás
brazos metálicos. Era todo incierto.
Lo único que supieron fue que de pronto los 24
galones de gas se descargaron completamente de forma sorpresiva, llenando con
una infatigable rapidez todo el lugar con un éter de incontenible expansión.
Sólo algunos trataron de escapar para no inhalar la sustancia contendía en
aquel blanco gas. El resto de la multitud inamovible se fue perdiendo en la
penumbra de la nube que los cubrió.
En pocos segundos todo el supermercado quedó
inmerso en una cegante niebla, acompañado de un profundo silencio.
El gas se consumió a los 4 o 5 minutos después.
Las luces continuaban encendidas. El silencio aún era conquistador. Lo único
diferente fue que al disiparse la nube blanca, se pudo divisar la escabrosa
escena de las siete mil personas aparentemente fallecidas sobre el piso. Todos,
desde el niño más pequeño hasta el empleado más antiguo, uno sobre otro, como
apilados a su propia suerte, estaban tendidos sin moverse ni quejarse. El gas
les había brindado una rápida y efectiva muerte.
Esparcidos se quedaron por todos los pasillos,
sin indicios de algún sobreviviente.
Se quedaron ahí, hasta que el primer infectado
despertó, emitiendo un quejido de dolor y muerte, aletargado y torpe. Era el
primero, un ser de carne, hueso y una fracción de cerebro que con
dificultad y lentitud controlaba sus movimientos primarios, como el des los
brazos y las piernas. El resto de su encéfalo estaba totalmente apagado.
No había conciencia dentro de aquel ser. Sólo movimientos y un terrorífico ente
irracional.
Y lo peor de todo era que el único pensamiento que disparaba la pequeña porción de cerebro encendida, era de estar hambriento de algo que no podía entender.
Fin Segunda Parte
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