Declaro
hoy, enérgico, que me niego tajantemente a aceptar el destino de la situación.
Karina tiene razón y quizás se lo hiciste saber en sueños y epifanías, y lo
acepto. Asumo que venimos con una misión predestinada, como hay otros que sólo
vienen a vivir. Somos los guías o conductores, como quieras llamarnos, de los
perdidos y de los que a veces no encuentran la solución. Y me entrego en cuerpo
y alma a servir a los que no ven las líneas del camino hacia ti.
Somos
la luz y la voz en el túnel oscuro. Somos la esperanza y el coraje en la
guerra. Y mirándote a los ojos te digo que no me rehusó a la misión. Sin
embargo, tajante y celoso me niego a seguir la ley del fin.
Destino escrito, es casi una profecía “Los perdidos no podrán encontrar respuestas ni alivio al dolor que viven. Sólo hallarán el susurro de ustedes, los malditos, ángeles condenados a amar pero no ser amados. Los guiarán a través de la siembra penumbrosa, hasta encontrar el amanecer. Esa es su misión. Luego deben volver y esperar por otra alma perdida. Los perdidos, ahora caminantes, deben seguir solos”
Entonces hoy día descubro el plan y alcancé a darme cuenta que Elizabeth era una maldita y yo un perdido, así como Karina y quién escribe somos malditos, y el resto de las bellas historias más perdidos. Pero no. Me rehusó a soltar la mano de la mujer que me acorrala al camino cada vez que me desbanco de él.
Entiendo
claramente que la naturaleza misma me obliga a separarme de mi guía y debo
seguir sólo. Es la ley del fin. Pero declaro revelarme frente a todo lo escrito
y establecido, y juro no soltaré su mano.
Eran las cuatro de la madrugada del miércoles.
“Quiero
estar contigo hasta que me muera”
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