sábado, 12 de mayo de 2012

Día 166: Contacto

620 días antes, Parte 1


Mis padres y mi hermano murieron instantáneamente, dijo el forense a cargo de la investigación. También dijo que el chofer que perdió el control del camión que llevaba gas, arrojó 3.2 en su examen de alcoholemia. Iba totalmente borracho, a más de 150 kilómetros por hora, con un camión de más de 10 toneladas, en una carretera llena de vehículos que regresaban de un fin de semana largo. Pero los accidentes son así. El vehículo de mi familia había sido el único malogrado. Su defensa abocó problemas psicológicos y alcoholismo, lo cual lo invalidaba de cualquier juicio. La sentencia dictaminada por la joven magistrada fue de un año de presidio domiciliario, con firma mensual en la fiscalía más cercana. Golpeó la mesa con su martillo de madera, y el sonido de personas cerrando carpetas y otras saliendo por la puerta, invadió de inmediato mis oídos.
Me quedé solo en la sala de juicios, buscando darle lugar a la efervescente ira que fue subiendo caliente por mis venas hasta mi cabeza.


Día 5, Parte 1


Desperté con la mañana del quinto día. La luz del sol tenue y débil se colaba entre las cortinas de la pieza, dejando notar tan sólo el color azul del cielo abierto.  En ese instante, sin poder evitarlo, la presencia de otra persona en la pieza me heló la respiración. Sin embargo, la ausencia de ruidos extraños me obligó a liberarme del inusual sentimiento. Quizás era mi subconsciente alerta y atento a la situación actual. Entonces recordé la puerta del dormitorio; no la había asegurado.
No esperé más. Había algo conmigo en la pieza. Me levanté girando hacia la puerta de acceso al dormitorio, encontrándome con los desorbitantes ojos negros de Joan, acercándose sin obstáculos hacía mí. Sólo alcancé a levantar los brazos y tratar de detener su ataque agarrándolo de su camisa, pero la fuerza brutal del infectado era mayor, y me hizo caer a un costado de la cama.
Mi primera acción fue recordar la pesadilla de los dos, estando en la misma posición. Luego todo lo que hice fue defenderme de mi muerte próxima. Joan pesaba unos noventa kilos, y en peso muerto parecía pesar el doble. Sumado al repentino calambre que atacó a mis brazos, todo lo que podía hacer era mantenerlo alejado de mi cara, la cual con desesperación quería mascar.
Mi infectado amigo gritaba con rabia, dándose más fuerzas, acercándose cada vez más. Yo sólo quería quitarme el miedo que me impedía dotarme de poder para quitármelo de encima. Fue entonces en aquellos terroríficos segundos, que pude notar su cuello todo magullado con una herida que le cruzaba la piel de derecha a izquierda. Recordé su gesto de negación y entendí.
No estaba negando. Estaba cortando la soga con su cuello. Fue la forma que encontró de escapar. Giraba su cuello para que con la fricción los hilos de la cuerda fueran poco a poco cediendo. Pero eso no había sido su deducción. Sólo fue cuestión de instinto. O quizás, gracias a la infección, había logrado dar con la respuesta a cómo escapar de su prisión.
Joan estaba más cerca, muerto y hambriento, no recordando quién era yo, buscando mis labios, mi nariz y mis mejillas. Entonces, sintiendo como mis brazos tiritaban como jalea bajo la presión causada por su cuerpo, entendí que él no era Joan. Mi amigo había muerto la noche de año nuevo. Aquel era un cuerpo con órganos y sistemas podridos, buscando nada más que alimentarse. No había Joan dentro de él. Tenía que matarlo.
Saqué mis manos de su pecho y se las coloqué en el rostro. Él trató de hacer lo mismo, aferrándose a mis hombros. Entonces, nutriéndome de fuerzas bajo el alelo de un grito desesperado que me desgarró la garganta, lo levanté y azoté su cráneo contra la pared. Al instante, varias heridas se abrieron paso por su cuero cabelludo, acompañado de un ruido sordo. El infectado perdió fuerzas después del ataque, regando con su sangre negra la blanca pared. No había sido suficiente. Volvería a por mí. Entonces inyecté más fuerza al segundo golpe, azotándolo sin pensar que lo que estaba haciendo se lo estaba haciendo al cuerpo de mi amigo. Ahora su cráneo crujió bajo el desgarro de varias fracturas. El infectado dejó de moverse. Mi teoría del daño craneal y/o cerebral se volvía ley. Y entonces di el último ataque. Quería que todo terminara de una vez por todas. El tercer golpe terminó con sus sesos filtrándose por la herida de su cráneo abierta, cayendo de bruces a mi lado, por fin muerto.
Yo me quedé ahí. El shock y el saber de haberle dado muerte a una persona con mis propias manos, me despojó de todo tipo de fuerzas. Después todo fue oscuridad.


Afuera, la presión causada por el peso de más de cien infectados, hizo que el portón metálico del acceso al condominio cayera…


Continuará...

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