Día 4, Parte
7
“1.-Todo tipo de daño craneal y/o cerebral, les causa
la muerte inmediata”
El soldado no volvió a ponerse de pies
“2.-El ruido los atrae”
El infectado escondido en la caravana de
vehículos abandonada. La multitud de infectados que comenzó a agruparse en el
portón del condominio, después de la poderosa explosión de la casa-trampa.
“3.-Enfermedad – Cura”
Joan amarrado como un perro
con tiña en el último palo de la parcela.
“4.-Capitán Manuel Ávalos Prados,
escrito con lápiz labial color café”
El extraño mensaje en la hoja de la
puerta de mi departamento.
“5.-El agua no es foco de contaminación”
Bebí unos buenos tragos antes de salir.
“6.-Proveerse de comida”
Fue lo último que escribí en mi lista de
notas, en la libretita que encontré entre las cosas de mi amigo. La cerré y
salí en la búsqueda de comida. En lo primero que pensé fue en comida envasada;
arroz, fideos, conservas, congelados y agua mineral. Era lo que más iba a durar
en caso de tener que hacer un viaje largo…¿Viaje? ¿A dónde? La pregunta se
desparramó en mi cabeza, mientras veía con un extraño temor a los infectados
que se amontonaban con una preocupante rapidez en todo el frente cercado del
condominio. La explosión del galón de gas y la granada se había escuchado más
de lo que me hubiese gustado, convocando a una peligrosa horda de unos
cincuenta entes, hambrientos del único alienígena con vida dentro del perímetro
enrejado. Desesperados, estiraban con entusiasmo los brazos, gritando y
gimiendo ruidos sin sentido.
"7.-No tienen conciencia y
raciocino”
Anoté observando que no sabrían cómo
cruzar la cerca y seguí inspeccionado las casas.
Lo encontrado, lo reuní con
lo que había en casa de Joan. Todo eso lo guardé en el jeep, con miras a mi
supervivencia en los días venideros. Entonces nuevamente la pregunta se asomó
¿A dónde?
“¿A dónde?” le pregunté a Joan.
Mi amigo seguía negando.
“¿Tampoco sabes?” le
pregunté.
Seguía diciendo que no.
La noche ya había caído.
Decidiría mañana.
Tuve que hacerme de unas
velas porque la luz eléctrica era la gran ausente de la jornada. Cocí un
paquete de tallarines para la once, untándolos en la mantequilla que comenzaba
a derretirse en el refrigerador. Fue ahí, entre cucharadas y silencio, que Sara
se fue a posar nuevamente en mi mente. No recordaba su voz ni su aroma. La
metralleta de sensaciones me había quitado esas memorias. Pero si recordaba su
sonrisa y la forma tierna que tenía de besarme.
¿Alcanzó a escapar?
Lavé la olla en la cual me
serví los tallerines y subí al segundo piso a darme un merecido descanso.
Continuará...
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