miércoles, 9 de mayo de 2012

Día 165: La Lista



Día 4, Parte 7



“1.-Todo tipo de daño craneal y/o cerebral, les causa la muerte inmediata” 

El soldado no volvió a ponerse de pies



“2.-El ruido los atrae”

El infectado escondido en la caravana de vehículos abandonada. La multitud de infectados que comenzó a agruparse en el portón del condominio, después de la poderosa explosión de la casa-trampa.



“3.-Enfermedad – Cura”

Joan amarrado como un perro con tiña en el último palo de la parcela.



“4.-Capitán Manuel Ávalos Prados, escrito con lápiz labial color café”

El extraño mensaje en la hoja de la puerta de mi departamento.



“5.-El agua no es foco de contaminación”

Bebí unos buenos tragos antes de salir.



“6.-Proveerse de comida”

Fue lo último que escribí en mi lista de notas, en la libretita que encontré entre las cosas de mi amigo. La cerré y salí en la búsqueda de comida. En lo primero que pensé fue en comida envasada; arroz, fideos, conservas, congelados y agua mineral. Era lo que más iba a durar en caso de tener que hacer un viaje largo…¿Viaje? ¿A dónde? La pregunta se desparramó en mi cabeza, mientras veía con un extraño temor a los infectados que se amontonaban con una preocupante rapidez en todo el frente cercado del condominio. La explosión del galón de gas y la granada se había escuchado más de lo que me hubiese gustado, convocando a una peligrosa horda de unos cincuenta entes, hambrientos del único alienígena con vida dentro del perímetro enrejado. Desesperados, estiraban con entusiasmo los brazos, gritando y gimiendo ruidos sin sentido.



"7.-No tienen conciencia y raciocino”

Anoté observando que no sabrían cómo cruzar la cerca y seguí inspeccionado las casas.

Lo encontrado, lo reuní con lo que había en casa de Joan. Todo eso lo guardé en el jeep, con miras a mi supervivencia en los días venideros. Entonces nuevamente la pregunta se asomó ¿A dónde?

“¿A dónde?” le pregunté a Joan.

Mi amigo seguía negando.

“¿Tampoco sabes?” le pregunté.

Seguía diciendo que no.

La noche ya había caído. Decidiría mañana.

Tuve que hacerme de unas velas porque la luz eléctrica era la gran ausente de la jornada. Cocí un paquete de tallarines para la once, untándolos en la mantequilla que comenzaba a derretirse en el refrigerador. Fue ahí, entre cucharadas y silencio, que Sara se fue a posar nuevamente en mi mente. No recordaba su voz ni su aroma. La metralleta de sensaciones me había quitado esas memorias. Pero si recordaba su sonrisa y la forma tierna que tenía de besarme.

¿Alcanzó a escapar?

Lavé la olla en la cual me serví los tallerines y subí al segundo piso a darme un merecido descanso.




Continuará...


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