Día 4, Parte 6
Pensé que era un imbécil. Un cobarde imbécil. A través de la cuerda su vida había huido de la catástrofe, pero su cuerpo sufrió las consecuencias. Sus pies yacían carcomidos por el hambre insaciable de los infectados en la casa. Tiene que haberse visto acorralado por la horda y no vio otra salida. Su corpulento cuerpo no le habría dado para saltar la pared que colindaba con la casa de atrás, como para optar a otro escape. Entonces decidió que tampoco quería vivir la experiencia de ser devorado por aquellos seres.
Pensé que era un imbécil. Un cobarde imbécil. A través de la cuerda su vida había huido de la catástrofe, pero su cuerpo sufrió las consecuencias. Sus pies yacían carcomidos por el hambre insaciable de los infectados en la casa. Tiene que haberse visto acorralado por la horda y no vio otra salida. Su corpulento cuerpo no le habría dado para saltar la pared que colindaba con la casa de atrás, como para optar a otro escape. Entonces decidió que tampoco quería vivir la experiencia de ser devorado por aquellos seres.
Cobarde. Por lo menos deberías
haber escapado, fue lo que pensé antes que tratara de alcanzarme la cabeza.
Joan gimió como los otros, eterna y quejosamente, buscando comer de las carnes
de quién lo miraba. Había vuelto de la muerte, mientras que yo caía de espaldas
al suelo al querer escapar del sorpresivo ataque.
No me reconoció. Tal vez tampoco
sabía quién era él. Entonces todo cambiaba. La horda entró. Él cerró el
ventanal de acceso al patio. Trató de saltar la pandereta, pero no pudo. Y fue
cuando supo que escapatoria ya no había. Tomó la soga y sacó la silla. Mientras
que su tráquea luchaba contra la fuerza de la cuerda, uno de los infectados
logró abrir el ventanal y se abalanzó sobre sus pies, al momento que la vida le
abandonaba el cuerpo. Tiene que haber sentido como le atravesaban las carnes
con los dientes.
Decidí quitarle el sufrimiento,
apuntándole con el arma. Joan aún seguía con los brazos estirados, gimiendo
infectado por el misterioso mal, no temiendo que estaba a punto de incrustarle
una bala en la frente. Era obvio; no entendía la amenaza que tenía frente a él.
Carecía de todo tipo de raciocinio.
“No tiene sentido vivir” me decía
en la pesadilla.
“Yo nunca habría dejado que te
tiraras al vacío” pensé.
Bajé el arma. Con un cuchillo
corte la cuerda y lo dejé caer. Cayó aparatosamente en el suelo, tratando de
incorporarse para atacarme otra vez, pero los huesos carcomidos lo hicieron
volver al piso. Tomé la cuerda y lo amarré a uno de los pilares del cobertizo.
Lo tendría ahí, en vez de dejarlo
verse como un ahorcado rehabilitado, estirando sus brazos a mi presencia,
quejándose penosamente por comida. En ese momento pensé en que si había
enfermedad, había cura.
“Vamos a encontrar esa cura,
maldito cobarde”
Siempre encontrábamos la cura.
Él tampoco me habría dejado caer.
Joan aún se mantenía erguido, con
sus brazos al frente, buscando escapar de lo que le impedía atraparme. Una
persona normal había tratado de desamarrar la cuerda. Él tan sólo tiraba de
ella, esperando a que lo soltara. Pero la soga no se iba a cortar. Era gruesa y
larga. No había forma de que escapar.
Entonces, después de mantenerse
unos minutos así, bajó los brazos y extrañamente comenzó a negar. Giraba la
cabeza en dirección horizontal, de derecha a izquierda, pausadamente. Era el
gesto de negación. Me estaba diciendo que no. Pero ¿Por qué?
No era algo lógico. No estaba
tratando de decirme nada. Quizás era un reflejo de su cerebro podrido. Nada
más.
Me di media vuelta y salí de ahí...
Continuará...
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