Día 16, Parte 5
Procuré que Sara no me notara, pero vez que podía trataba de sacudirme la atrofia que me colapsaba los músculos cuando el miedo se hacía de mi consciente. Concepción había sido totalmente vulnerada por la incalculable fuerza de la población infectada. Habían roto el cordón de alta seguridad y no había arma que los pudiera detener. Eran indestructibles. Poseedores de razón o no, se habían hecho de el poder más omnipotente sobre la tierra; la multitud. Entonces, conduciendo a toda velocidad por las calles de la ex nueva capital, supe que el igual a igual ya no existía. La expansión de lo que sea que tenía a esas personas así había quebrado todos los límites. Eramos minoría. Y más allá de los limites de la visión, los infectados seguían llenando la ciudad. A lo lejos, bombazos de desesperados ciudadanos eran el eco de un lucha con un fin conocido.
Procuré que Sara no me notara, pero vez que podía trataba de sacudirme la atrofia que me colapsaba los músculos cuando el miedo se hacía de mi consciente. Concepción había sido totalmente vulnerada por la incalculable fuerza de la población infectada. Habían roto el cordón de alta seguridad y no había arma que los pudiera detener. Eran indestructibles. Poseedores de razón o no, se habían hecho de el poder más omnipotente sobre la tierra; la multitud. Entonces, conduciendo a toda velocidad por las calles de la ex nueva capital, supe que el igual a igual ya no existía. La expansión de lo que sea que tenía a esas personas así había quebrado todos los límites. Eramos minoría. Y más allá de los limites de la visión, los infectados seguían llenando la ciudad. A lo lejos, bombazos de desesperados ciudadanos eran el eco de un lucha con un fin conocido.
"¿A dónde vamos?" me preguntó de pronto Sara.
Era raro a veces escuchar su voz. Habían sido dos semanas. Dos eternas semanas.
"Hacía la ruta 5" le dije.
Quizás vio en mi mirar los destellos de la lucha de mis pensamientos. Tenía que darle seguridad. Tal vez no había enfrentado tan de cerca la situación. Quizás tampoco no sabía cómo disparar un arma. Entendí que no podía dudar en los minutos que veloces se aproximaban. No podía trastabillar. Tenía que ser su guardián. Entonces me tuve que liberar de los miedos y busqué ser un sobreviviente. Concepción había regalado estabilidad, pero vino un viejo y le quitó el dulce al niño. Ya no había nada. Conduje el vehículo por donde mismo habíamos ingresado hace unos días, la autopista del Itata, esperando encontrarme con el puesto de vigilancia y de ahí tomar algunas armas.
Con el acelerador a fondo, atravesando las calles, recordé a John. Recordé a Silva. Estaban en La Serena. Ese era el próximo destino. El norte. El sur había sucumbido. Había sido un digno soldado. Su muerte sería recordada.
Estúpido y tonto, nuevamente pensando en el desastre en desarrollo, mi vista se topó con el puesto de control... atestado de infectados tomándose de desayuno a los soldados que no alcanzaron a escapar. Descendí la velocidad. Sara se arrimó al asiento.
Continuará...
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