Día 16, Parte 6
Ágil e inteligente fueron las dos únicas palabras que mi mente pudo almacenar. Manejaba el vehículo de forma instintiva.
Ágil e inteligente fueron las dos únicas palabras que mi mente pudo almacenar. Manejaba el vehículo de forma instintiva.
"Eliseo" escuché a Sara a los lejos tratando de hacerme reaccionar.
Me era imposible. El miedo se apoderaba de mis huesos. De mi ser. Y es que de golpe me sentí solo en el mundo. De golpe sentí que era una hormiga arrancando del ineludible pies de un niño. Estaba a punto de ser aplastado.
"Eliseo" la voz de mi amada ahora era clara.
Al frente, saltando a toda velocidad de la horda participante del festín que se estaban dando con los soldados del puesto de mando, apareció un infectado de cuerpo atlético (recuerdo con precisión cada uno de sus tonificados músculos), corriendo veloz, sincronizando a la perfección el movimiento alterno entre sus brazos y piernas. Juro que lo vi observando al grupo de infectados alimentándose. Estaba de pies, observando. Deja que los perros coman, el maestro sólo mira. Entonces un vehículo, elemento que vieron en gran cantidad al principio de la expansión, se acerca amenazante. Hay que detenerlo. No deben quedar sobrevivientes.
"Está corriendo" tartamudeó Sara.
"Agáchate cuando te diga" le ordené decidido y aceleré el vehículo.
Ella ni siquiera preguntó. Tan sólo espero el momento. El infectado, notando que el automóvil aceleraba, inyectó más energía a su carrera, dándose arenga con un grito infernal. Su corpulento cuerpo desnudo se contraía y se expandía en una maraña de sudor, sangre ajena y músculos. Su misión era derribarnos. La mía; pasar. Entonces llevé el velocímetro hasta los cien. El casco del vehículo retumbaba de potencia y velocidad. Fue cuando sucedió lo que imaginé. El infectado dio dos pasos cortos y saltó preparándose para caer sobre nosotros. Obviamente no notó que antes de dar el brinco, reduje la velocidad hasta los cincuenta kilómetros por hora y luego nuevamente aceleré. Si el infectado pensaba en caer sobre el capó (¿pensaba?), ahora lo iba a hacer sobre el parabrisas. Y así fue.
"¡Agáchate!" le dije a Sara.
Los segundos se precipitaron sobre la escena. Un fuerte estruendo se dejó sentir; el parabrisas sucumbió bajo el impacto del hombre infectado, el cual ingresó al vehículo a tan alta velocidad que fue dar con el parabrisas trasero y salió proyectado del automóvil. Sobre la misma, recordando que a pocos metros estaba el puesto de control, me levanté y activé el freno de manos. El vehículo comenzó a girarse paulatinamente sobre su eje, soltando toda la potencia que llevaba sobre sus ruedas hasta que se detuvo por completo. Me bajé y de un combo en el rostro derribé al primer infectado que trató de atacarme. No duraría mucho en el suelo. De una patada bajé al segundo. Los demás inmutables seguían comiendo. Sin perder el tiempo tomé una ametralladora y le di mejor vida al primer infectado que me había enfrentado. El arma de alto calibre y efectividad, en pocos segundos, me permitió asesinar a todos los infectados presentes el lugar, los cuales alertados por los bombazos de las balas disparadas, corrían buscando darme muerte.
"¡Eliseo!" de pronto escuché a la pelirroja.
Me giré de golpe hacia su ubicación. Ella asustada miraba hacia el oeste desde donde nuevamente el infectado corredor emprendía un nuevo ataque. Su blanco era Sara en el auto. Tomé una pistola. Respiré hondo y relajé la mano. Apunté esperando la mejor oportunidad. El infectado parecía no verme. Esperé el momento. Esperé a que estuviera más cerca. Y el disparo se dejó sentir. Mi brazo se sacudió con la energía del tiro. La bala salió recta y precisa. El infectado se desestabilizó por el impacto. Su cabeza dio un agresivo giro. El impacto había sido certero. Trastabilló y por la velocidad contenida en sus piernas fue caer con violencia sobre la puerta del copiloto.
FIN
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