Día 16, Parte 3
Instintivamente se arrimó a mi cuerpo y me afirmó las manos.
Instintivamente se arrimó a mi cuerpo y me afirmó las manos.
“No lo vi” dijo con la voz en un hilo.
“No grites. No llores. No te muevas” le pedí “Si
nos detecta como humanos, comenzará a gritar y en minutos no será uno, si no
cien los que rodeen el auto”
Más me apretó la mano. Tenía que advertirle de los
riesgos para que supiera a qué nos enfrentábamos, aunque eso implicara que se
derrumbara en miedo.
El zombie, una mujer de edad incalculable, con
mandíbula dislocada, un rostro ahogado en profundas heridas y sus pelos secos
en una salmuera de sangre, se aferró el vidrio de la puerta derecha. Sus
movimientos eran pausados; no estaba buscando comida. No nos notaba aún.
Entonces fue cuando algo llamó mi atención. Su nariz estaba totalmente
rebanada, dejando ver los huesos de las fosas nasales. Aún así, la infectada
estaba oliendo la ventana, buscando el aroma de la mujer que había detectado.
Estaba buscando a Sara. Su aroma tenía que estar impregnado en la ventana, en
mínima cantidad, pero lo estaba. Pequeños cartílagos y venas se contraían y
soltaban al momento de oler. Entonces recordé a la infectada que me había
seguido. Nuestro primer encuentro fue netamente reconocimiento. Me olorosó. Me
marcó. Su cerebro era capaz de recordar olores de mínima esencia. Eran verdaderos
buscadores. Detectores. Fue cuando me pregunté ¿Lo hacen por instinto? ¿Lo
hacen a causa de la infección? ¿Se mueven en manadas y cumplen el papel de
buscar la comida?
La mujer no se movía. Estaba empecinada en
encontrar la presa que había logrado escapar. Nosotros no dejábamos de mirarla,
sin realizar movimiento alguno. Hasta que de pronto se detuvo y se quedó
mirando fijamente a Sara. Un silencio inmortalizó una imagen que nunca podré
olvidar. La infectada la había encontrado. Lentamente, como queriendo que la
comida no escapara, comenzó a abrir su fracturada mandíbula, para luego emitir
un ensordecedor grito.
“Los está llamando” dije y sacándome a Sara de
encima, salté hasta el asiento del piloto.
“¡Eliseo!” gritó la pelirroja.
Y se escuchó como el vidrio se quebraba bajo un
potente golpe de la mujer.
Torcí con fuerzas la llave sobre el contacto y el
motor encendió al instante. Solté el embriague y le di a todo lo que dio el
acelerador.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario