domingo, 9 de diciembre de 2012

Día 216: Rastreador

Día 16, Parte 3

Instintivamente se arrimó a mi cuerpo y me afirmó las manos.
“No lo vi” dijo con la voz en un hilo.
“No grites. No llores. No te muevas” le pedí “Si nos detecta como humanos, comenzará a gritar y en minutos no será uno, si no cien los que rodeen el auto”
Más me apretó la mano. Tenía que advertirle de los riesgos para que supiera a qué nos enfrentábamos, aunque eso implicara que se derrumbara en miedo.
El zombie, una mujer de edad incalculable, con mandíbula dislocada, un rostro ahogado en profundas heridas y sus pelos secos en una salmuera de sangre, se aferró el vidrio de la puerta derecha. Sus movimientos eran pausados; no estaba buscando comida. No nos notaba aún. Entonces fue cuando algo llamó mi atención. Su nariz estaba totalmente rebanada, dejando ver los huesos de las fosas nasales. Aún así, la infectada estaba oliendo la ventana, buscando el aroma de la mujer que había detectado. Estaba buscando a Sara. Su aroma tenía que estar impregnado en la ventana, en mínima cantidad, pero lo estaba. Pequeños cartílagos y venas se contraían y soltaban al momento de oler. Entonces recordé a la infectada que me había seguido. Nuestro primer encuentro fue netamente reconocimiento. Me olorosó. Me marcó. Su cerebro era capaz de recordar olores de mínima esencia. Eran verdaderos buscadores. Detectores. Fue cuando me pregunté ¿Lo hacen por instinto? ¿Lo hacen a causa de la infección? ¿Se mueven en manadas y cumplen el papel de buscar la comida?
La mujer no se movía. Estaba empecinada en encontrar la presa que había logrado escapar. Nosotros no dejábamos de mirarla, sin realizar movimiento alguno. Hasta que de pronto se detuvo y se quedó mirando fijamente a Sara. Un silencio inmortalizó una imagen que nunca podré olvidar. La infectada la había encontrado. Lentamente, como queriendo que la comida no escapara, comenzó a abrir su fracturada mandíbula, para luego emitir un ensordecedor grito.
“Los está llamando” dije y sacándome a Sara de encima, salté hasta el asiento del piloto.
“¡Eliseo!” gritó la pelirroja.
Y se escuchó como el vidrio se quebraba bajo un potente golpe de la mujer.
Torcí con fuerzas la llave sobre el contacto y el motor encendió al instante. Solté el embriague y le di a todo lo que dio el acelerador.
Continuará...

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