La
carretera era una peligrosa y cercana opción de escape. Iba a estar atestada de
infectados, pero los riesgos de quedar atrapado eran menos que si cruzaba el
pastizal. Entonces forjé el camino hacia el este, pensando en la berma como vía
de salida, cruzando la seca vegetación. Fue cuando Joel y Liliana se cruzaron
entre mis pensamientos. Teníamos que ir a rescatarlos.
“¿Recuerdas
el camino de vuelta? Volveré a salir por la carretera que llegamos” le dije a
Sara.
“¿Volver?”
me preguntó descolocada.
En
eso un joven infectado se dio de bruces contra el parachoques del vehículo,
haciendo sacudir toda su estructura.
“Joel
está en la ciudad” y Liliana también, pensé.
“Si
volvemos, quizás no tengamos oportunidad de sobrevivir” me refutó “Eliseo, eran
tal vez miles los infectados que habían en la carretera. No lo vamos a lograr.
Él ya no lo logró”
Su
temple y decisión me hicieron estremecer.
“Pero..”
“Mi
amor. Esto es lamentable. Es un lamentable accidente. Dime tú si realmente se
puede hacer algo. Dime tú que podemos volver y saldremos vivos, y te juro que
creeré y volveré” me dijo “Hazme creer que esto es sólo casualidad. Convénceme
de que es mera coincidencia del destino el que un día antes de que Concepción
cayera tú te encontraras con Joel entremedio de un millón de posibilidades que
impedían tal suceso…”
Recordé
el choque entre el camión y la micro en donde iba. Recordé que si Leandro no se
hubiese tomado la toxina, no habría entrado a Concepción. Entonces no me
habrían llevado a la casa de Liliana, una mujer que cedió su confianza cinco
días después de conocernos, porque quizás si hubiésemos caído antes en las
garras de la lujuria, tal vez aquella noche no me habría acostado con ella. Y
no habría salido más tarde al punto de abastecimiento. No habría tomado la
micro, que fue impactado por un chofer desconcentrado como el que asesinó a mis
padres. Joel no me habría visto. Sara tampoco. Ella no habría decidido que yo
era todo lo que le hacía falta y no habría ido al living en donde trataba de
dormir. No habríamos arrancado como lo hacíamos siempre y no habríamos hecho el
amor toda la noche en las parcelas que rodeaban la periferia de la ciudad. No
nos habríamos salvado de la nueva invasión.
Fue
cuando vi el milagro.
Salí
a la carretera. Tengo que haber atropellado a una docena de infectados. Tomé la
berma y camino al norte rodee la caravana de la muerte.
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