miércoles, 5 de diciembre de 2012

Día 215: Invasión

Día 16, Parte 2
Sara y yo no cruzamos palabra alguna. Me hizo subir al auto que Joel había “tomado prestado” los primeros días de su estancia en Concepción y comenzó a conducir. Condujo por las penumbrosas calles de la ciudad penquista, concentrada y focalizada en lo que quería hacer. Yo no era capaz de preguntar nada. En esos instantes no me atreví a ser nadie. La pelirroja había tomado una decisión y era mejor no cruzarse.
Quince minutos después los edificios, los supermercados, los departamentos municipales, las casas y las grandes autopistas habían quedado atrás. Al frente no había más que pastizal siendo alumbrado por los focos del auto, un cielo estrellado y un frío silencio. Tan sólo quería saltar sobre ella y hacerle el amor o llorar en su pecho. Pero algo nos detenía a ambos.
“Pensé que habías muerto” dijo de pronto. No me miraba.
“Por lo menos pensabas en mí” dije yo. Era lo único que podía hacer: bromear.
Ella aún reía con mis estupideces. Ella aún me miraba en forma sostenida, penetrante. Ella aún me amaba y no hacía falta que me lo dijera. Entonces hizo que las dos semanas que no habíamos tenido contacto se tradujeran en esos quince minutos de sueño que nos tomamos cada vez que nos quedábamos toda la noche amándonos. Se aferró desesperadamente a mis ropas y me derrumbó a besos, entre jadeos y lágrimas. Aquellas dos semanas habían sido algo terrible. Algo que de seguro nunca más queríamos vivir.

Traspuesto entre mi somnolencia y mi conciencia, di gracias por las horas de sueños concedidas. No recordaba la última noche que había caído en un descanso tan profundo y reponedor. De golpe había desaparecido ese incomodo y turbio estado de alerta. Y aunque no estaba del todo cómodo en el asiento trasero del auto, no había nada más exquisito que dormir ahí. 
Fue cuando la puerta del lado derecho se abrió de golpe. De un salto me repuse y vi como Sara entraba rauda y asustada. Con otro golpe cerró la puerta y me miró con terror.
“¿Qué te pasó? ¿Dónde estabas?” le pregunté.
Antes que dijera palabra alguna, noté que ya la mañana había poblado los cielos de Concepción, con un sol que vanidoso se iba cubriendo por bancos de nubes.
“Infectados…” murmuró
Me sobrecogí por completo.
“Fui a hacer pipi y alcancé a ver la carretera que va a la ciudad” me comenzó a explicar “Eran cientos y cientos, Eliseo” me dijo y comenzó a llorar, para contenerse a los segundos después “Tienen que haber cruzado el cordón de seguridad” dedujo.
“¿Alguno te vio?” le pregunté quedándome totalmente quieto.
“No”
“¿Segura?” le pregunté, indicándole al infectado que lento y torpe venía caminando hacia el auto.


Continuará...

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