Día 16, Parte 2
Sara y yo no cruzamos palabra alguna. Me hizo subir
al auto que Joel había “tomado prestado” los primeros días de su estancia en
Concepción y comenzó a conducir. Condujo por las penumbrosas calles de la
ciudad penquista, concentrada y focalizada en lo que quería hacer. Yo no era
capaz de preguntar nada. En esos instantes no me atreví a ser nadie. La
pelirroja había tomado una decisión y era mejor no cruzarse.
Quince minutos después los edificios, los
supermercados, los departamentos municipales, las casas y las grandes
autopistas habían quedado atrás. Al frente no había más que pastizal siendo alumbrado
por los focos del auto, un cielo estrellado y un frío silencio. Tan sólo quería
saltar sobre ella y hacerle el amor o llorar en su pecho. Pero algo nos detenía
a ambos.
“Pensé que habías muerto” dijo de pronto. No me
miraba.
“Por lo menos pensabas en mí” dije yo. Era lo único
que podía hacer: bromear.
Ella aún reía con mis estupideces. Ella aún me
miraba en forma sostenida, penetrante. Ella aún me amaba y no hacía falta que
me lo dijera. Entonces hizo que las dos semanas que no habíamos tenido contacto
se tradujeran en esos quince minutos de sueño que nos tomamos cada vez que nos
quedábamos toda la noche amándonos. Se aferró desesperadamente a mis ropas y me
derrumbó a besos, entre jadeos y lágrimas. Aquellas dos semanas habían sido
algo terrible. Algo que de seguro nunca más queríamos vivir.
Traspuesto entre mi somnolencia y mi conciencia, di gracias por las horas de sueños concedidas. No recordaba la última noche que había caído en un descanso tan profundo y reponedor. De golpe había desaparecido ese incomodo y turbio estado de alerta. Y aunque no estaba del todo cómodo en el asiento trasero del auto, no había nada más exquisito que dormir ahí.
Fue cuando la puerta del lado derecho se abrió de
golpe. De un salto me repuse y vi como Sara entraba rauda y asustada. Con otro
golpe cerró la puerta y me miró con terror.
“¿Qué te pasó? ¿Dónde estabas?” le pregunté.
Antes que dijera palabra alguna, noté que ya la
mañana había poblado los cielos de Concepción, con un sol que vanidoso se iba
cubriendo por bancos de nubes.
“Infectados…” murmuró
Me sobrecogí por completo.
“Fui a hacer pipi y alcancé a ver la carretera que
va a la ciudad” me comenzó a explicar “Eran cientos y cientos, Eliseo” me dijo
y comenzó a llorar, para contenerse a los segundos después “Tienen que haber
cruzado el cordón de seguridad” dedujo.
“¿Alguno te vio?” le pregunté quedándome totalmente
quieto.
“No”
“¿Segura?” le pregunté, indicándole al infectado
que lento y torpe venía caminando hacia el auto.
Continuará...
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