lunes, 16 de septiembre de 2013

Día 242: El Regalo

Es extraña la sensación de me embarga ahora. Son las 14:57 de la tarde del viernes 13 de septiembre. Acabo de llegar de comerme un pollo asado a lo pobre con el Mauro, después de haber ido a dejar el notebook y la impresora a tu casa. En ese mismo almuerzo llamé a tu padre y le dije
"Misión cumplida. El paquete fue entregado"

Sin problema debes recordar el día que nos juntamos con tus hermanas y papá en San Bernardo. Veniamos del Buin Zoo. Era el momento perfecto, pensé. Quería plantearle la idea a tu viejo de hacerte un obsequio. Quería convensarlo, pero darle inicio a la idea con un cara a cara. Quería que él me viera extendiendo la intención viendome a los ojos, para que supiera y se quedara con la sensación de que el plan lo quería a llevar a cabo sí o sí, y que no quedara en la intención solamente. ¿El momento? Dejaste una ventana abierta cuando me fuiste a buscar una tarjeta BIP para poder regresar a casa. Recuerda que la mía se la había pasado a mi mamá. Ahí lo corrí para un lado, situación que Yasna notó. No le expliqué nada, no le dije nada. Tan sólo le dije que quería conversar algo importante con él y que lo llamaría durante la semana. Para atar cabos suelos en la cabecita de Yasna y no se generara algún cahuín, te dije (mentira blanca n°1) que tu papá me había preguntado cómo se había portado Joaquin en el zoologico. Así, si tu hermana te hacía cualquier comentario, tú no harías tal de preguntarme qué conversabamos.
Lo llame el martes de la semana siguiente. Como siempre, hice mi intruducción nerviosa...
"Bueno, como sabe usted viene el cumpleaños de la Betsa y yo tenía la idea de comprarle un notebook. Usted sabe que esto le puede servir para hacer los trabajos del instituto, que siempre está entrampada en eso y le puede servir para más adelante. Es una ayuda casi necesaria..."
Bla bla bla. Y su respuesta fue de inmediata.
"Sí, no hay problema"
Fijamos los detalles. Yo lo compraría y un día cualquiera lo iba a llevar. La verdad es que no quería llegar con bulto el día de ayer, porque no iba a tener cómo explicarte qué llevaba.
Plan facil ¿Cierto? Ojalá hubiese sido así.

El notebook llegó a mi casa un miércoles y venía con la impresoa. Mi vieja lo recibió y le conté el plan, con un pequeño agregado (mentira blanca n°2). Le dije que el regalo lo habíamos comprado entre más personas, para que no me güebiara por saber cuánto había sido el monto de la cuota y todas las preguntas incomodas que hace ella. Tuve que hacerme un libreto con ella, no se me podía soltar que lo habíamos comprado sólo entre dos. Tú me entiendes.

Y llegó la semana del 9 de Septiembre. Como la idea era entregarte los equipos en la noche, cuando estuvieran todos, tuve que ingeniar la menera de comprarte un regalo disuasivo. ¿Qué es eso? Te preguntarás. Es un presente piola, sencillo, pero no menos importante y lleno de valor. Un obsequio que durante el día te quitara sospechas de la existencia de un regalo mas potente. Pensé en las ballerinas. Y aquí viene la mentira blanca n°3: no tuve clases el martes. La última clase la tuve el sábado, así que ocuparía esa ventana de tiempo para ir por el regalo. El miércoles no podía porque era 11, el jueves tenía pronosticado ir a dejar en la noche el notebook con la impresora (tú salías tarde) y el viernes tenía el carrete de la pega. Todo en marcha, fui el martes, compré el regalo y me fui a casa.

El miercoles 12, con ayuda de mi vieja, envolví los regalos. No me retaba tanto desde cuando estaba en la básica y en las tardes hacía las tareas con ella.
"Dobla aquí. Pega allá. Así no. Por aquí. Corta más. Dobla menos. No cortí tanto"
Fue una batalla hacer los paquetes con esa mujer. Pero salieron. Los eché a la bolsa listos para llevarmelos al otro día. En la mañana del jueves salí tranquilamente, con el paquete colgando de las manos (el regalo, obviamente). Llegué a la fila del colectivo, amable el chofer me abrió la maleta, me dio los buenos días.
"Buenos días, estimado señor"
Me subí y partí dirección a la Plaza de Puente Alto ¿Cuál era el plan? Juntarme contigo en la tarde, como si nada, volver a la pega después de dejarte en la puerta del instituto, tomar el paquete y llevarlo a tu casa. La idea era pasarselo a tu mama Cristina. Con tu padre habíamos decidido que tu madre y las chiquillas no supieran del regalo. Llegué a la plaza y a mi cerebro se le olvidó que llevaba tu obsequio en la maleta del colectivo. Me bajé y el chistoso me dice:
"Saco wuea, el notebook de la Bebé va en la maleta del colectivo"
"Coooonche..."
Te juro que en cinco segundos procesé los siguientes pensamientos. Cuando vi que el vehículo iba como a unos veinte metros y el semaforo en verde, di por perdido el paquete. Después recordé que era una línea que frecuentaba, así que pararía a otro colectivo y le diría el lamentoso accdiente. Cuando vi que encendió la luz intermitente derecha para regresar a las Lomas, casí me oriné pensando en toda la odisea que iba a vivir rescatandolo esa mañana. Pero Dios existe; el semáforo cambió a rojo. Y corrí. No me acordaba que podía correr tan rápido. Tan rápido lo hice, que una señora pensó que me habían asaltado. Llegué al vehículo y con esa sonrisa que ya conoces, le golpee la ventana al chofer. Aquí no pasó nada. El paquete volvía a estar en mis manos.
 Llegó la tarde ¿Y qué pasó? Me hiciste jaque al proponerme faltar al IP e irnos al cine. La verdad corazón es que nunca le podría decir que no a una invitación tuya. Pasar una tarde contigo es un regalo, un tesoro. A la mierda el regalo, quedaban 48 horas y tenía una cabeza suficientemente grande como para ingeniarmelas y hacer llegarlo a tu casa. Nos fuimos al cine.
En el metro me acordé que el paquete lo había dejado listo para sacar. Temí que de algún curioso lo tomara al ver que estaba en vuelto en papel de regalo. ¿Recuerdas las llamadas nerviosas por mis cajas en el pasillo? La verdad es que quería que dejaran la bolsa de bajo de mi escritorio.
Ya allá, hubo un momento crítico. Me pediste el paquete de Lays para guardarlo en mi mochila. Pasó que en el segundo que ibas abriendo el cierre del compartimiento, me acordé que tenía tus ballerinas en la bolsa de Ripley. Me hice el jil. Si preguntabas, te diría que era ropa, pero ¿Por qué iba a tener ropa en la mochila? Buena pregunta. Cuando me la estaba contestando, me preguntaste y no supe que responderte.
"No me acuerdo, amor" te dije haciendome el tonto.
Ojalá bebé, que con toda esta historia, vayas atando cabos sueltos en tu mente. Tuve que ocultarte información, hacer aparecer información, inventar información, y la verdad que es fue cansador. No me gusta mentirte. No me gusta contarte historias vagas. A demás que tú eres mi compañera de mentiras y secretos, no podía tenerlos conmigo todo el tiempo.
Llamé a mi mamá, le dije que había tenido que trabajar hasta más tarde. No podía contarle que estaba contigo. Llamé a tu viejo, le dije lo mismo. No podría llegar con el regalo aquella noche. Él tampoco podía saber que estaba contigo. Más mentiras.
Viernes 13. Nuevo plan. Fracasó ese en donde me aprovechaba de los jueves que llegas tarde. Pensé ir en la mañana. En la noche estaba el carrete, no alcanzaría ir y volver. Llego a la oficina y está la escoba con la wifi. Nuevo plan. Maldito viernes 13. Iría en hora de almuerzo. Hablé con Jorge; ningún problema. Mauricio se ofreció a llevarme en su auto. Llamé a tu mama y le dije que iba en camino. Mientras tanto tú reclamabas furiosa por wathsapps que te tengo botada como perrito. Lo siento mucho amor, era necesario. Llegamos a la esquina del pasaje. Me bajé, llamé a tu abuela, nos juntamos en la reja de la casa y le entregué el paquete.

Misión cumplida.

Viernes 13 de Septiembre. Son las 16:16 de la tarde. Recuerda que en lo material están nuestros deseos infinitos de querer apoyarte, ayudarte y aportar con un grano en tu lucha diaria. Nada más. Si los hombres que te amamos quisieramos expresarte nuestros amor con algo material, no alcansaría el Universo para regalartelo.

Te amo mucho, mucho.

lunes, 29 de abril de 2013

Día 241: Perdón

Créeme cuando te digo que no quería que supieses así la verdad. Créeme que si estás leyendo esta carta es porque las cosas salieron bastante mal y en estos momento debo estar rezando para que todo se solucione. Me habría gustado verte por última vez, ver esa sonrisa, el misterio de tus ojos, cómo se ruborizan tus mejillas en un fuego ardiente de vergüenza, que me hubieses apretado la mano y que te hubieses quedado en silencio en mi pecho. Te habría llevado lejos donde nos gusta escapar y te habría hecho el amor sin explicarte qué sucedía. Pero no tenía que ser así. Te pido perdón por ser tan cobarde. Los chiquillos ya deben haberte explicado porqué tuve que tomar esta drástica decisión. Mi vieja se está muriendo y no vi otra solución. 
Debes estar pensando que me habrías dado todo tu incondicional apoyo y me habrías dejando venir sin mediación o duda alguna, estoy seguro de eso, pero en un momento me di cuenta que todo quedaría en nada si antes de partir te hubiese mirado a los ojos. Tú eres el claro ejemplo de que existe un mañana y que hay cosas que no se pueden evitar, que los hechos suceden y no hay quién los pueda detener; eres todo lo que he esperado y por ti me habría quedado y habría dejado que las cosas pasaran. No podía arriesgarme a fallar frente a ti, porque estoy seguro que al mirarte sonreír, no habría podido partir y te juro que en aquel momento no necesitaba darme cuenta de lo evidente que es el ciclo de la vida: nacemos, vivimos, morimos.
Simplemente llegaste en el momento equivocado.
Te amo

(Carta de Tomás a Nicole)

miércoles, 3 de abril de 2013

Día 240: Yo no sé

Yo no sé si existan los verdaderos amigos o los grandes amores. Prefiero esperar a que una mano emerja de la oscuridad y me lleve a la luz y besarnos cuando seamos dos ancianos sentados en la banca de una plaza.

lunes, 1 de abril de 2013

Día 239: Planeta Grande

Silencio en la línea. De pronto el mundo es muy grande y silencioso. Un amargo trago de saliva se escurre ardiente por mi garganta. Sé volar y le ordeno a mi cuerpo salir disparado por la ventana del cuarto, pero nada de eso sucede. Sigo sentado en la silla. De fondo sólo se percibe el zumbido de una zapatilla de enchufes conectada hasta el tope; la energía pasando a una alta velocidad. Con el dedo índice y pulgar me peino las cejas, cerrando los ojos con fuerzas buscando dejar en blanco la mente y esperando que de pronto aparezca la solución clara y brillante. Pero tiene razón: no puedo resolverlo todo. Y volar es una bala trabada en una pistola llamada impotencia, caliente por disparar hasta más no poder. Entonces "Retroceder el tiempo" se esconde como un cobarde. Nada sirve en un momento así. Miro el cielo hacia el sur entre las persianas del cuarto y un manto de nubes marrón oscurece más la penosa escena. Estoy solo y con las manos vacías, qué extraña sensación. 
El hermano de Elizabeth falleció. Era autista. No supo explicar qué tenía. Cuando llegó al centro asistencial el día jueves, los doctores declararon una gastritis  Lo devolvieron a casa. Preocupada, mamá lo volvió a llevar el día viernes. Ahora a una clínica con las esperanzas de tener un diagnóstico que explicara porqué el pequeño no tenía apetito, no jugaba y en ocasiones perdía el equilibrio. Claramente no era gastritis. Los médicos, profesionales y personas de vocación, declararon la presencia de una otitis, haciendo caso omiso al dolor de cabeza que reclamaba el niño tocándose la misma. La madre pidió exámenes más rigurosos. Una otitis no hace que un niño pierda el apetito o el equilibrio. Pero los doctores expresaron: "Es complicado tratar a un paciente con las características de su hijo. Un autista no se dejaría examinar" y se negaron a chequearlo una vez más. 
"Podrían haberlo sedado" pensé mientras Elizabeth relataba lo sucedido.
Mamá e hijo volvieron a casa, en paralelo una infección comenzaba a comerse lentamente el cerebro del hermano de mi amiga.
Son las dos de la madrugada de un frío sábado. La dueña de casa se levantó a ver cómo estaba su pequeño. Al tocarlo, éste último no reaccionó. Su cuerpo estaba helado. La infección había hecho lo suyo.
A las cuatro de la madrugada el celular de Elizabeth sonó en medio de la oscuridad. Era su abuela con malas noticias. 

Lo más fácil es rendirse. Es el camino más corto. El atajo. Y como el atajo da más rápido con el final, seria lo más fácil de tomar. Pero se lo impido. En mis manos sólo tengo un celular y palabras que quizás de poco y nada servirán. Poco puedo hacer. Me dice que tiene que colgar. Ni siquiera la puedo abrazar. Su madre la necesita. 
"Pinchame si necesitas algo. Lo que sea" le alcanzo a decir.
"Yo te pincho"

Que planeta tan grande.

domingo, 24 de marzo de 2013

Día 238: Lugares

Me encontré atrapado en una vida clandestina, afirmado de un balcón, colgando la vista de una puesta de sol. Abrigué el cuello del frío costero y contemplé el silencio y la parsimonia. Qué lugar más hermoso, Dios Mío. A veces me dan ganas de que escenas así supieran lo que significan. Tener conciencia de que desde algún recóndito lugar, utilizado para dar vida a vidas ocultas, hay alguien afirmado de la baranda de un balcón,  observando atónito y sin pestañear lo maravilloso del dibujo. Colores vivos de movimientos y otros toscos de misterios. Deberían saber que de alguna manera u otra construyen enlaces consigo mismos con personas que al sentirse tocados por esa chispa piensan que son un lugar que tienen algo de especial. Y poder agradecerles y que escuchen el agradecimiento y que aquel gesto los haga inmensamente felices y también que les de fuerzas para seguir dando sentido al camino de cientos de personas que tengan la fortuna o la casualidad de toparse con ellos. 
De pronto me traslado mil quinientos kilómetros al norte. Estoy afirmado de una botella de cerveza. El sol pega fuerte en la  cara. Estamos todos callados. La imagen nos dejó mudos. Al frente un mar tormentoso se manifiesta poderoso entre la costa y una isla. Jack, Isabella y yo observamos la isla. Entre medio se formaba una enlace. Viejo enlace.
Ahora otro se va conectando a mí. No sé porqué amo tanto al mar. Hace un año me habría ahogado en él. Pero hoy no. Hoy prefiero vivirlo y darle las gracias. En eso llega Emilia.
"Estoy lista. No te desesperes. Ya vamos a bajar a la playa" me dice.
Casi puedo ver como ese momento fue una manufactura de sus dedos e imaginación. Ella me regaló aquel instante. Sonríe con aquella luz en sus ojos. Nos escapamos, como lo venimos haciendo desde el principio, al sur del país. A cientos de kilómetros de casa. Pero no a lo ilegal y tampoco a lo clandestino. Ya no es necesario. Nos escapamos de nuestras vidas a esa que nos gusta vivir. En esa que nos sentimos libres. Esa en donde el cielo está un poco más cerca. Porque pronto vendrán procesos en donde la libertad será una puerta medio abierta. Pero ahí vamos a estar, para abrirla toda cuando se nos antoje.

Quedan pocas horas. Algunos procesos terminan. Otros comienzan. Buen viaje.

jueves, 7 de marzo de 2013

Día 237: Billetes Rotos

Me acordé que te debía dos mil pesos. Entraste al baño y de golpe me abordó el recuerdo. Instintivamente saqué mi billetera del bolsillo y abrí su compartimiento. De adentro saqué un billete de color morado. Eran dos mil pesos. De pronto tuve el impulso de pagartelos y salir corriendo. De sanjar cuentas. Entonces recuerdo también el momento en que recibí aquel billete. La cajera medio nerviosa, medio apurada, sólo los dejó sobre mi mano, esperando el reclamo. Pero yo no dije nada. Miré los dos mil pesos y noté la llamativa falla, la misma que notaba ahora. El billete estaba partido en dos.
Quizás llevas cinco minutos en el baño. Los dos mil pesos aún están en mi mano. Y en aquellos extraños segundos, decido que aún no te los pagaré. El scotch que envuelve la tragica falla es tan penoso como una mentira mal contada, como una verdad omitida. Recuerdo que a veces nos tuvimos que pagar con varios billetas de dos mil pesos parchados por estar rotos, rotos de un corte viceral. Era lo único que teniamos en la billetera; un billete roto. Es en ese segundo que decido no te daría nunca más dos mil pesos parchados, porque aunque el costo sea el mismo, dista mucho de valer lo que es.
Lo guardo apresurado, como cuando te llamé para decirte que me esperaras en Santa Ana. Casi casi. Sales del baño y me sonries con aquella boca que me da tanta calma, que me dice tanta verdad de esta realidad cuando me atrapa.

lunes, 18 de febrero de 2013

Día 236: Los Diarios de Eliseo

Gracias a ti que diste algunos minutos de tu tiempo para leer esta historia que, cómo dije hace algunos capítulos, cumplió en su final más de un año. Es  extraño dejar a Eliseo y Sara. De alguna forma u otra representaron eventos en mi vida que la cambiaron para siempre. A veces sucede, eventos catastróficos te cambian la vida. Depende de nosotros hacernos mejores o peores personas.
Como dato, esta historia se compuso de 59 capítulos. Larguísima. 
Sin embargo, aquí estoy terminando uno de mis proyectos más largos y orgulloso le pongo fin. Espero disfrute.


Día 67, Parte Final

"La vacuna, derivada de la misma que detiene el avance de la meningitis, ya que el virus es una mutación de ésta, sólo elimina el proceso de floración en el cerebro y lo drena por completo" explicaba Ana a los presentes "El deterioro que sufre el cuerpo por la debilitación de los sistemas y la piel debe ser controlado con un tratamiento paralelo. Sara estaba en casi perfecto estado, a pesar de su desnutrición, situación opuesta a la que vive la población infectada que sobrevivió en Santiago y la que pulula en la zona centro y sur del país"
"¿Por qué no despierta?" preguntó el capitán.
"El virus es nocivo. Posiblemente deterioró o aniquiló varias células en el hipotálamo y cerebelo, que es donde se alberga. A demás de poseer una característica que nunca imaginamos adquiriría; logra crear dependencia de él en el cuerpo. Para la infección lo difícil es al principio: sobrevivir a los anticuerpos y al sistema inmunologico. Pero después el mismo cuerpo la provee de sangre y nutrientes para coexistir. Se vuelven uno. Es un solo ser"
Estuvimos frente a un evento de extinción. Quizás nadie nunca le había tomado real peso a la crisis que aún se vivía. Se preocuparon de lo social y de abrir fuego contra los infectados, pero son pocos los que saben a qué se enfrentaban.
"Se puede vacunar a los soldados que vayan al frente" dijo la doctora "Mientras tanto tendremos que seguir buscando un tratamiento que sane las células muertas en el cerebro. Y más allá, buscar qué células son las que perecen"
Entonces todos se silencian. Están esperando. Me están mirando. No hay nada que hacer con Sara. El virus, los días que estuvo en la cajuela del asiento trasero del jeep, se fue comiendo poco a poco sus células nerviosas. Poco a poco la fue volviendo loca. Poco a poco le fue quitando la vida. Quizás si hubiese llegado antes... Quizás.
De pronto siento una fina mano posarse en mi hombro derecho. Me giro. Es Ana.
"Eliseo--"
"¿Cómo se desconecta?" le pregunté.
Joan había muerto en mis manos. No era él. Era un infectado. Había caído una bomba atómica sobre Santiago. Encontré a Sara. Concepción fue invadida. Sara fue rasguñada por un agil zombie que trató de atacarnos. Fui prisionero de la dictadura en Coquimbo. John me rescató. John murió. Ana encontró la cura. Sara murió... Sara está muerta. Es una víctima más de lo que sucedió. Que yo la amara no iba a evitar que muriera. Todos vamos a morir, más tarde que temprano, pero lo vamos a hacer. Sara yace muerta en la cama en donde experimentaron y buscaron una cura para una de las infecciones más letales de todos los tiempos. Eso entendí. La mujer de mi vida murió y yo no era nada, ni nadie para poder detener la situación. Es más, había muerto hace varios días. ¿Qué esperábamos? Sus restos, al igual que su alma, tenían que descansar.
"¿Cómo se desconecta?" volví a preguntar.
"Debes presionar ese botón" me enseñó Ana.
Asentí, sintiendo como el corazón se me iba.
"Te esperamos a bajo" me dijo la doctora.
Levanté el rostro para mirar a Enrique. Había sido un infiltrado entre los infiltrados. Había esperado el momento justo para revelar todo nuestro plan. Había dicho "Esa es la casa" y pusieron explosivos y los hicieron volar. Él también me miró, avergonzado.
Todos se retiraron. Volví a estar solo, como aquella noche en el supermercado. Que lejana escena. Sin embargo podía sentir el olor del ron en mis narices y el sonido de las sirenas pasando "No vayan. Son infectados. Van a morir"
"Creo que nadie en la vida se conoce tanto como uno mismo. Sabemos qué cosas son las que nos duelen y cómo hacer para sanar. Sabemos los caminos que hay que tomar, pero porfiamos la situación y la alargamos. Conocemos nuestras actitudes, aptitudes y características  Somos un cristal ante nuestros ojos, pero nos hacemos los tontos. A veces no nos queremos reconocer" le dije a Sara entre lágrimas y sollozos  Alcé la vista y sin meditarlo mucho, presioné el botón. El respirador mecánico se apagó lentamente, como el sonido de su respiración. No pude aguantar el momento. Mis piernas cedieron y caí arrodillado a su lado. Tomé su mano izquierda y comencé a besarla en reiteradas ocasiones. Estaba fría.
"Yo me conozco, Sara. Te lo juro. Sé quién soy aunque a veces me pierda. Y estoy seguro que nunca jamás voy a amar a nadie como te amé a ti. Nos vemos pronto"
Silencio. Que profundo silencio.
Me quedé algunos minutos así, arrodillado, colgado de su mano. El tiempo se detuvo. Entonces fue cuando los delicados dedos de una mano fueron a tocar mi mejilla derecha. Qué suavidad. En algún momento creí haber muerto también y mi alma estaba cayendo en las manos de un ángel. Era así el paraíso  me pregunté. Oscuridad y una fuerte presión en el pecho, la mano me tomó del mentón y me levantó la cabeza. Era Sara. Sus ojos negros y redondos me miraban dudativos. Estaba sentada sobre la cama, respirando, mirando, dudando, viviendo. El corazón me dio un vuelco.
"¿Por qué estás llorando, mi amor?" me preguntó.


Para Emilia, que se atrevió a sobrevivir.
Se atrevió a saltar sin importar que había
del otro lado.
FIN



Los Diarios de Eliseo


viernes, 15 de febrero de 2013

Día 235: El Ultimo Grito

Día 67, Parte 5

Pido disculpas por no tener las palabras para explicar lo que me sucedió. Debe ser lo más cercano a ser atropellado por un camión. Debe ser parecido a impactarse contra el suelo después de lanzarse del piso quince. 
"Su pulso es bajo y respira con ayuda de una maquina, Eliseo" dijo de pronto Ana "Si bien el virus abandonó por completo su cuerpo, su cerebro no volvió a funcionar"
De fondo se escuchó un enfrentamiento a tiros.
"Ya llegaron" dijo uno de los doctores.
"¿Sigue viva?" le pregunté observando su angelical rostro.
Estaba durmiendo. Estoy seguro. Tan sólo dormía y no se había despertado. Estaba en mi pecho, con la boca medio abierta, durmiendo. Descansando. Las cortinas aleteaban sobre el viento y el sol daba sobre su rostro. Faltaba poco para el año nuevo. Estaba cansada. Habían sido días de arduo trabajo. De largos regresos a casa. Yo le cuidaba el dormir. Yo cuidaba sus sueños. Despertaría y me miraría. Sonreiría y luego me besaría. Me sacaría los pantalones y se colaría con mi cuerpo. Se dejaría sentir tibia sobre mi. Se agarraría los pechos de la desesperación. 
"Si, pero posiblemente muera en las siguientes horas. La oxigenación no basta y lo más seguro es que sufra un colapso multisistemico" vaticinó la profesional. 
Sara B2 fue el nombre que le dieron a la vacuna. Le dieron el nombre de la mujer que vivió hasta el final para dar vida a millones de personas que no conocía. El nombre de la mujer que hizo sobrevivir a toda una especie, pero que consigo se llevó mi alma. 
De golpe se abrió la puerta y un grito cortó todo el aire.
"¡Todos al piso!" 
Yo no me pude mover. Los soldados habían llegado hasta el laboratorio. Armados y con sus rostros encapuchados, tomaron detenidos a los médicos y a Ana. Como no obedecí, uno de ellos me derribó dándome con el fusil en las piernas. Luego me jaló de los brazos y me apresó con fuerzas.
"¡Tenemos la cura!" gritó Ana cuando se la llevaban.
"Esperen" dijo el uniformado que se había encargado de mí.
Hubo un silencio. El hombre se quedó estático pensando. Luego ordenó.
"Sabemos que tienen a una infectada en la universidad, lo cual estaba prohibido doctora. Eso es traición al país"
"Tuvimos, soldado. La infectada está curada" dijo Ana, apuntando a Sara.
Los seis soldados se giraron al mismo tiempo. Un silencio mortalizó por algunos momentos el laboratorio. El soldado que me tenía custodiado le plantó una mirada a otro que franqueaba el lado izquierdo de la cama en donde la paciente yacía. El soldado asintió.
"Soldados, descansen"
El uniformado, aparente capitán de la misión, me soltó y acto seguido se quitó el pasamontañas que cubría su rostro. También lo hizo el soldado que había asentido a una orden o confirmación, al cual reconocí al instante. Era Enrique.


Continuará...

martes, 12 de febrero de 2013

Día 234: Sara B2

Día 67, Parte 4

Al bajarme no apago el motor de la motocicleta, la que sigue andando y fue a parar donde no sé dónde. El frontis del majestuoso edificio universitario está intacto y oscuro. Pareciera que no hay resistencia o defensa. ¿Dónde están los doctores? Parapetados no sirven de nada. Le doy un tiro a una de las cadenas que bloquean la apertura de las puertas. Se escucha el disparo. La cadena cortándose e ingreso al frontis de la universidad. En eso, desde la nada, aparece un hombre vestido de cotona y me apunta con un revolver listo para derribarme. Al reconocerme, se arrepiente y baja el arma.
"Eliseo" balbucea.
Es uno de los médicos participantes de la investigación.
"Ana... ¿Dónde está Ana?" le pregunto.
"Arriba, en el laboratorio" me dice otro de los médicos, cubierto detrás de un pilar. Ambos estaban esperando dar una sorpresa. Que inteligentes. 
"Ya vienen los milicos" les grito y emprendo la carrera.
La oscuridad no me impide recordar el camino a los centros de investigación del edificio. Están en el cuarto piso. ¿Por qué me llamó Ana? ¿Qué tenía, con tanto apuro, que contarnos? Tan sólo quiero llegar. Tan sólo quiero que todo esto acabe. Dios, ayúdame. 
Llego al cuarto piso. Corro por los pasillos y veo la luz emergiendo desde el laboratorio tres, cuarto en donde Sara era examinada. Entro en él  y mi mirada se topa con una fotografía. Dos doctores me observan al llegar. Más atrás veo a Ana mirándome preocupada. Y a su lado Sara tendida en la camilla en donde yacía hace unos cinco días. Habían encontrado una vacuna resistente y habían comenzado las pruebas en la paciente. Detrás de su cabeza, los monitores de su pulso y lo que parecía ser un respirador artificial la vigilaban. Me acerco hasta Ana y con la mirada le suplico que me explique. Pero Sara se adelanta y con su cuerpo intacto me dice que hay buenas noticias. Está durmiendo, albergada en los maravillosos sueños que despide su mente. 
"Encontramos la vacuna" me dice la doctora, posando su mano sobre mi hombro. 
Sonreí y casi me quiebro. Que sensación más extraña. Quise abrazar a Ana. Besar sus manos. Agradecerle hasta desmayarme. Estaba despertando de la larga pesadilla. La normalidad encontraba la luz entre tanta insomnia. 
"Su sistema pareciera estar totalmente recuperado" siguió la médico "Su hígado y pulmones funcionan sin problemas y su actitud caníbal ha desaparecido hace tres horas. Sin embargo, por algo que aún nos cuesta explicar, su cerebro está muerto" declaró. 


Continuará...

domingo, 10 de febrero de 2013

Día 233: Carretera al Norte

Día 67, Parte 3

Seis minutos después, acelerando a todo lo que daba la motocicleta, me encontré manejando por la autopista que conectaba a Coquimbo con La Serena. Qué hubiese dado porque la maldita motocicleta fuera más rápido. Qué hubiese dado por poder teletransportarme para llegar primero que el escuadrón que iba a la caza de Ana María, Sara y el resto de médicos partidarios de la investigación. El tacometro marca ciento veinte kilómetros por hora, pero pareciera que voy caminando en una mala pesadilla, esas en donde algo te impide mover las piernas con libertad. Coquimbo quedó atrás. Al frente solo una maldita carretera oscura y luces de vehículos que van desapareciendo de la vista. La Serena queda a unos quince minutos, pero algo detrás me dice que está a cinco horas y que los militares ya están llegando.
"Espérame, Sara"
Es cuando un par de vehículos llama mi atención. De golpe todas las malas sensaciones se espantan y me pongo alerta. Disminuyo la velocidad hasta los cien. Y noto que mis sospechas se convierten en pruebas reales. A unos tres minutos de distancia tres jeep's del ejercito, entre ellos los dos que estaban frente a la casa en donde alojaba, van en caravana camino a La Serena. Nada los apura. Al parecer van a por una presa segura. Poco a poco comienzo a acercarme. Entonces es cuando tengo que decidir qué hacer. Al costado de mi dorso va colgando en una correa un revolver. Podría alcanzar al primer jeep del comboy y hacerlo estrellarse contra los demás. Pero y si el de atrás logra esquivarlo; los uniformados se bajarán y me ametrallarán junto con la motocicleta. Entiendo entonces que voy con desventaja. Apagué mis luces y me hice imperceptible frente a sus ojos. Los voy franqueando, pensando qué hacer. Tratar de detenerlos no era opción. En eso los médicos y Ana María se me cruzaron claros entre tantos oscuro pensamiento. Estaban advertidos ¿Podrían frenarlos? Era claro que el dialogo no era un arma. Sin embargo me tranquilizo un poco al recordar que John les proporcionó armas en caso de cualquier emergencia. Una pistola más podría hacer la diferencia. Acelero hasta ponerme al costado del primer vehículo militar. Lo adelanto un metro y enciendo las luces. El chófer se asustó y se lanzó de golpe hacia la berma. Los que venían atrás se vieron obligados a frenar. Fue en aquellos ventajosos segundos que aproveché el descuido y le exigí a la moto dar toda la velocidad que pudiera. Iba camino a la universidad.


Continuará...

sábado, 9 de febrero de 2013

Día 232: El Golpe

Día 67, Parte 2

Corrí riendo por las calles de la Segunda Nueva Capital. Corrí no importando la presencia de los milicos en las calles. Corrí porque después de sesenta y siete días posiblemente había una opción, un camino... una cura.
Sin en veinte minutos llegaba a la casa en donde nos escondíamos con John, Silva y Enrique, el mismo trazo lo cubrí en diez minutos. La noche ya había cubierto casi por completo los cielos nortinos. Iba corriendo, ya un poco agitado, doblando en la esquina del pasaje en donde estábamos alojando, mirando la casa, cuando una explosión violenta me hizo frenarme en seco. Tres o cuatro segundos, dos bombazos y mucho fuego fueron suficientes para que la casa en donde nos refugiábamos estallara en mil pedazos. Mis compañeros sagradamente llegaban antes de las ocho de la noche a la morada. Ya faltaba poco para las diez.
Quedé estático, inmóvil  inútil  no sabiendo qué hacer. Una parte de mi quería correr y sacarlos a como diera lugar. La otra me decía que ya poco había que hacer. Fue cuando vi avanzando en forma sigilosa a dos vehículos. Eran jeep militares. Estaban estacionados en la otra esquina del pasaje y pasaron a una velocidad que les permitió verificar que la explosión le haya quitado la vida a todos los moradores. Instintivamente retrocedí y me cubrí en las sombras de las rejas de una casa. Los todo terrenos pasaron por mi lado sin detectarme. En cambio yo logré observar a todo un contingente militar en sus interiores, armados y protegidos. Avanzaron con mesura y precaución hasta que estuvieron a unos cincuenta metros del incendio que ellos mismos había provocado, y luego aceleraron dirección al norte... ¡Al Norte!
Corrí en dirección hacia la costa. Saqué el celular y disqué el último número que me llamó.
"Ana, fuimos atacados. Nos atacaron--"
"¿Quiénes?"
"Militares. Hicieron volar la casa en donde estábamos  No sé si John y los demás están vivos. Deben refugiarse. Escapar. Yo voy en camino" le terminé de decir y colgué.
No quería gastar oxigeno explicando todo lo que vi y sentí.
Comencé a zigzaguear las calles. Pero ¿A dónde iba?... Tenía que viajar a La Serena. El coraje y la adrenalina no me darían para llegar corriendo hasta allá. Entonces comencé a buscar en los jardines de las casas algún vehículo vulnerable. Fue cuando entre todas las vueltas que me di, casi llegando a la carretera costanera, me topé con un almacén abierto y afuera una motocicleta encendida.
A los cinco segundos sólo escuche rugir el motor de la moto bajo mis pies y el "¡MARICON!" del conductor afectado que trató de perseguirme detrás.

Continuará...

viernes, 8 de febrero de 2013

Día 231: La Revolución Muda

Día 51, Parte 1

El furgón dejó atrás Coquimbo. Poco a poco nos fuimos alejando de lo que parecía ser un panal de luciérnagas estáticas. Al frente la oscuridad sucedía al corto trazo de carretera que era alumbrado por los focos del vehículo. De piloto iba Silva. A su lado Enrique. Conmigo John. Íbamos a buscar a la doctora Ana María Torres, la creadora del virus.
“El virus no fue creado para infectar a la población, fue lo que la científica declaró. El pedido fue por parte del gobierno del presidente derrocado para fines que aún no conocemos, pero se habla mucho de operaciones secretas en el sur del país. Buscaban detener o liberarse de algo. El punto es que el ejército, en su calidad de gobernador, no ha iniciado las investigaciones para detener a los mandos que estuvieron al frente de las campañas que dieron vida a esta infección. Únicamente se preocuparon de construir un fuerte, cortar el país en dos para evitar la expansión del virus y crear un imperio que está todo el día mostrando los dientes…”
Sara fue rasguñada por el infectado que se nos metió al auto. Pasó como un proyectil y salió eyectado por el parabrisas traseros, pero las uñas de una de sus manos alcanzaron a tocar su brazo izquierdo.
“Todo lo que estamos presenciando en estos momentos, el afán de control, la negativa a recibir ayuda extranjera, la adquisición de más poder y ser propietario de una defensa que nunca en Latinoamérica se había visto, son el reflejo fiel de lo que en algún momento se quiso obtener. De pronto tenemos satélites con tecnología de punta cruzando nuestros cielos, bombas atómicas capaces de borrar el continente en pocos minutos y una economía tan sólida como la de los países del primer mundo, la cual les permitió construir una muralla de diez metros de altura, que atraviesa el territorio desde el límite con Argentina hasta el borde costero de Coquimbo…”
No había cura. Fue lo que Enrique me dijo después de contarles que traía a Sara hasta la capital del norte para sanar su terrible mal. El grupo de cinco investigadores, entre los que estaba la mismísima creadora del virus, estaba limitado a experimentar con los datos que tuvieran en su poder, escasos obviamente, y no salir de la universidad en donde alojaban y trabajaban. Como toda investigación virológica y médica necesitaba de individuos para llevar a cabo pruebas de las posibles vacunas, los científicos y doctores solicitaron traer infectados para avanzar con el cometido, situación a la que el ejército se negó tajantemente. Habían construido un bunker de seguridad impenetrable. No iban a ser ellos mismos los que meterían un Caballo de Troya en sus dependencias.
Sara representaba un riesgo. Pero también podía ser producto de un avance explosivo en las investigaciones.
El soldado y los pilotos aceptaron reunirse con Ana María y contarles lo que acontecía.
“Nos infiltramos buscando un bache… un punto ciego para buscar respuestas a tanta incógnita. Quizás Sara dé las respuestas que el planeta está esperando, pero las que nosotros queremos como país aún son esquivas de encontrar” terminó de explicar John


El general del ejército chileno pedía cada quince días una audiencia con la directora del programa que investigaba la cura para la infección. Ana María se subió al comboy que la llevaba desde La Serena hasta Coquimbo. Nosotros la transportamos aquel caluroso día de Febrero. Le contamos lo que sucedía y de inmediato accedió a recibir a la paciente.


Día 60, Parte 1

Sara fue alimentada como a un perro. La dejábamos cada dos días en una pieza y le tirábamos cerdos y conejos para que recuperara el peso que había perdido durante los 27 días que estuvo encerrada en la cajuela bajo el asiento del jeep. Aunque el virus no dejaba que el cuerpo se detuviera (se detuviese la actividad cerebral), el deterioro dejado por la nula exposición al oxígeno y la no ingesta de “comida” se hizo notorio. Sus huesos se vieron muy demarcados bajo su delgado y necrótico pellejo. Así que le desatábamos las sogas que nos aseguraban el que no nos atacara y le tirábamos comida. Poco a poco volvió a recuperar su corpulencia normal y sus sistemas se fueron alimentando de los nutrientes que le entregaban la comida. Ana María y su equipo se encargaron de equilibrar el exceso de carne con verduras y frutas que le dieron vía intravenosa. Y mientras se estabilizaba su débil cuerpo, las investigaciones comenzaron a avanzar de forma apresurada.
En una de mis visitas a la universidad, le comenté a la doctora lo que había visto en Concepción y en Santiago cuando venía viajando hacia el norte. Más que comentarle, le conté con lujo de detalle las características de los infectados y sus nuevas actitudes. La profesional estuvo de acuerdo conmigo en que estábamos frente a un proceso de evolución, pero que no sacábamos mucho con dar reporte al ejército. Lamentablemente, había batallas que tendríamos que seguir librando dentro de probetas y microscopios.


Día 67, Parte 1

No es facil ser fugitivo dentro de un regimén militar. Te mezclas con millones de personas en las calles de una ciudad-refugio, situación que te entrega ventaja dentro de una persecución, y es dificil ser detectado por algun soldado que miró de reojo tu foto y salió de mala gana a buscarte. Aún así, en el fondo de tu consciencia, sabes que eres un profugo y eso, lo quieras o no, te da inseguridad y dudas. Te sientes perseguido y piensas que todos te miran a ti. Entonces quise ser más invisible a los ojos de esos militares vestidos de civiles que mes buscaban y decidí cortar por completo el pelo en mi cabeza.
Un accesorio más para el personaje.
Y a eso le sumaba, para matar las ansias de la espera y de una latente detención, paseos de horas en las tardes frente a las playas de Coquimbo. Que costa más tranquila y hermosa, anexa e ignorante de toda la crisis que estaba viviendo su ciudad, una ciudad que más rápido que lento comenzó a experimentar grandes cambios. La cantidad de gente obligó al gobierno militar comenzar la construcción de poblaciones en los rededores, como también la elevación de grandes edificios para optimizar el espacio. Era como un cáncer benigno que poco a poco iba tragandose a todos los organos de un cuerpo que en algún momento fue sano.
Fue la tarde del día sesenta y siete, sentado frente a la puesta de sol y el mar, cuando el celular que John me había entregado para mantenerme comunicado comenzó a sonar.
"Eliseo. Necesitamos que vengan de inmediato a La Serena. Tenemos noticias de Sara" me dijo Ana María contenta y apresurada.
Continuará...


miércoles, 6 de febrero de 2013

Día 230: Ella es Sara

Día 43. Parte 3
“Pero no eres un soldado” le dije al hombre.
Sonrió ampliamente y luego negó.
“Ya pasaron tus diez minutos. Arriba te espera el jeep en el que llegaste desde Concepción, ese que con tanto anhelo deseas ver otra vez. Es lo que dicen tus pruebas de imágenes” me dijo cómplice.
Mis rescatistas estaban en contra del régimen militar presente. De eso no tenía dudas. Y también supe que estaban infiltrados en sus mismos recintos. Aquel hombre sabía de mis pruebas psicológicas. Había vulnerado los bloqueos de seguridad y había logrado llegar a los archivos.
En eso me entregó las llaves del jeep. En eso también comenzó a sonar una alarma. La doctora dio la alerta de que su paciente había escapado.
“Ya saben que no estás en la consulta” dijo el anciano sonriendo. A pesar de su edad, parecía ser un adicto anónimo de la adrenalina. “No olvides acelerar. Piso 1”
Tomé las llaves. Se abrieron las puertas del ascensor e ingresé en él.

Día 43, Parte 4

Fue todo demasiado rápido. En un minuto tres patrullas de carabineros me iban persiguiendo por una vía principal, esquivando vehículos y personas, y al otro instante tres carabineros infiltrados derribaron desde sus motocicletas el cuadrante y se subieron al jeep. Me obligaron a pasarme a los asientos traseros y uno de ellos me pidió disculpas por lo que me iba a hacer.
Desperté a los quince minutos, mareado por el golpe eléctrico que me dio. Estábamos estacionados en lo que parecía ser un estacionamiento subterráneo. Al frente mío la silueta de un hombre observándome se fue aclarando pasando los segundos. Era mi rescatista quizás. O el soldado que me atrapó esperando a que despertara. Fue cuando mi vista se normalizó y pude ver a quién tenía al frente.
“Dime que esto no es un sueño y que tu nombre es John Benavides” le dije al piloto.
Sonrió cómplice.
“Esto no es un sueño, Eliseo. Y mi nombre es John Benavides” respondió.
A su lado apareció otro conocido.
“Silva” saludé al técnico, el cual me tendió la mano y apretó fuerte la mía.
De pronto estuve flotando sobre un mar de tranquilidad. Mis rescatistas eran viejos camaradas. Ya poco tenía que temer. En eso un tercer hombre se unió al grupo. El hombre, de mirada sencilla, cejas gruesas y una nariz gorda, amable tendió la mano.
“Disculpa por lo del cuatazo” me dijo.
Recordé cuando hizo lo mismo hace algunos minutos atrás y me toco con un fierro paralizante, después de ponerme un cilindro de goma entre los dientes.
“Cuando llegaste aquí te inyectaron un diodo con un chip para estar ubicable las 24 horas del día” me explicó John “Tuvimos que dejar inhabilitado el dispositivo para que no nos siguieran”
“¿Electrocutándome?” les pregunté.
Se miraron unos a otros un tanto culpables.
“El chip es pequeño. Antes de encontrarlo en tu cuerpo, ya habrían dado con nuestra ubicación” se defendió Silva “El golpe eléctrico lo quemó al instante”
Era un mal necesario. A demás, poco les podía reclamar. Ellos habían estado más de tres semanas infiltrando gente en la clínica en donde me tenían prisionero y lograron rescatarme. Inclusive habían logrado adueñarse del vehículo militar requisado. Estaban llevando a cabo una lucha en contra del actual gobierno instaurado, lucha que más adelante podría entender.
“¿Llegaste solo acá?” me preguntó de pronto John.
De golpe recordé a Sara. El vehículo había estado 27 días en poder del ejército y obviamente no le habían dado uso y tampoco una nueva revisión. Si hubiesen encontrado lo que traía, habrían llegado de noche a mi cuarto y me habrían dado muerte. Ni siquiera habrían preguntado por qué.
“¿Sucedió algo antes de llegar a Coquimbo?” siguió el piloto frente a mi silencio.
“No llegué solo” dije de pronto.
“Llegaste solo, Eliseo” saltó Silva sorprendido “Yo revisé el jeep. Estaba en el grupo que te rescató”
“Revisaron mal” le dije, poniéndome de pies, caminando a la maleta del jeep.
Los tres uniformados mudos me siguieron con la mirada hasta el momento en que me detuve. En esos segundos sentí el peso de lo que iba a suceder y de lo riesgoso que era. La sensación de protección se fue desvaneciendo por mis piernas. Toda la confianza que tenía con aquellos hombres podría cambiar drásticamente de un momento a otro. Cabía la gran posibilidad de que el fin de la historia se escribiera en aquel instante, conmigo cayendo al suelo con un hoyo de bala en el cráneo.
Abrí la cajuela y me subí a la zona de equipaje. Tomé los asientos desplegables y los deslicé hacia adelante. Ahí un compartimiento oculto quedó al descubierto. A dentro, en medio de una débil oscuridad, yacía un bulto largo y grueso, envuelto en una frazada oscura, amarrado con precaución. Lo tomé con ambos brazos, inyectando mucha fuerza. El bulto se movió quejosamente, como despertando de una larga siesta. Retrocedí dos pasos y lo dejé sobre la puerta de la maleta. Me giré hacia los tres hombres que expectantes y quietos esperaban, notando que Enrique disimuladamente se había hecho de un revolver. Me devolví hacia el bulto, el cual parecía esperarme. Con cuidado tomé la amarra que envolvía su cabeza y la desaté. Sentí como la delicadeza en las acciones les extrañó mucho. Entonces llegó el momento de la verdad. Me los podía cargar como enemigos que era lo más probable. Pero no sentí que rendirme podría ser una opción. Es más, hasta pensé en cómo saltar sobre Enrique para quitarle el arma y buscar defenderme. Inhalé hondo, escuchando las respiraciones de los espectadores. Tomé la frazada entre mis manos y descubrí el rostro de la infectada.
“John, te presento a Sara” le dije.


Continuará...

lunes, 4 de febrero de 2013

Día 229: Fuga

Día 43, Parte 2

Marisa me preguntó lo de siempre. Las pesadillas, la irritabilidad, el apetito y las ganas de salir. Al principio no me dejaba ningún segundo a solas. Mi diagnostico era el de un hombre con posible cuadro de estrés psicótico. Había vivido momentos nocivos para mi salud mental.
Cuando la persona exacta supo de mi presencia en las dependencias de la clínica, comenzaron poco a poco a llegar los mensajes en la comida. Envueltos en una pequeña bolsita de papel, insertos en el arroz o el puré(dependiendo de lo que tocara), fueron apareciendo los mensajes. Recuerdo claramente el primero, el que ahora yace en mi bolsillo: “EL CONTROL ES LA FUERZA QUE PARECE TENERNOS A SALVO. PERO EN REALIDAD EL CONTROL NOS CIEGA, NOS PARALIZA Y NO NOS DEJA AVANZAR. EL CONTROL NO TE DARÁ OPORTUNIDADES. NO PODRÁS ESCAPAR. APARENTA MEJORAS Y LAS OCASIONES COMENZARÁN A LLEGAR”
Un día le dije a Marisa que las pesadillas habían dejado de ser tan oscuras. Después le comenté que me sentía mejor. Luego le mentí diciéndole que mi hambre comenzaba a aumentar. Y cuando llegaban las horas de su visita, dejaba de recordar que Sara estaba por ahí. Y digo estaba por ahí, porque si la hubiesen encontrado, posiblemente me habrían acusado de terrorista y me habrían puesto una bala en la frente. Sonreía más y sociabilizaba más. Creé un personaje. Marisa se lo comió.
Hace cinco días me deja alrededor de diez minutos solo. Le informé de eso a mí rescatista y en la comida de ayer me dejó en el puré la orden de escape y un mapa de los pasillos que tenía que seguir.
Minuto uno. Me paré de la camilla y lentamente abrí la puerta del cuarto. Entre marco y plancha, el soldado que escoltaba mi camino desde mi pieza hasta la consulta de la doctora y viceversa, esperaba distraído. Estaba a la derecha. Mi camino, por suerte, partía hacia la izquierda. Sin emitir sonido, notando que se entretenía con un celular, abrí la puerta lo suficiente para poder pasar sin hacer ruido. En cuclillas, silencioso, siempre observándole estúpido e ido, notando que nadie más apareciera en el largo pasillo, me desplacé hasta otra pieza. Ahí me quedé unos treinta segundos. Mis niveles de adrenalina habían subido peligrosamente en mi sangre. Si me atrapaban, me detendrían y registrarían, encontrando los mensajes enviados por mi rescatista. Si contaban con especialistas forenses, podrían examinar en profundidad los papeles, dar con él y también lo atraparían. Era un escape y dos opciones. Así de simple. Fue cuando vi una cotona blanca colgada en un perchero.
Minuto cuatro. Salgo de la pieza. Ahora más natural, pero de inmediato dándole la espalda al soldado. Siento como nota mi salir un tanto apresurado. Me tiene que estar clavando la mirada en la espalda. Pero la doctora no ha vuelto, así que aún cree que estoy en la consulta. Le quito velocidad a mi escape. Me aprendí de memoria el mapa. Tengo que doblar a los treinta metros hacia la derecha. ¿Qué veo? El final del pasillo y otro conectado a él. No sé si voy hacia el norte o el sur y el ir así me angustia. Pero sigo sin titubear. A los siete segundos estoy dando la vuelta a la esquina. Me pierdo de la vista del soldado. No sabía si sentir más terror o tranquilidad.
Minuto ocho. Nadie ha notado que soy un internado. El personaje de un hombre feliz y cuerdo resultaba. Es más, hasta me saludaban. Es cuando por fin llego hasta el punto en donde el mapa terminaba, después de recorrer pasillos interminables y escaleras altísimas. Pero la desgracia me atormenta otra vez. Pasé por el lado de un anciano que con trapero humedecía las cerámicas del piso con una parsimonia y tranquilidad admirables. El punto termina en un lugar donde quedan aún cinco metros de pasillo para llegar al final, acompañado de un ascensor. No hay más instrucciones. No hay más a donde ir. Todo termina aquí.
“Si yo hubiese sido un soldado y te hubiese visto así de desorientado, habría sospechado de que traes algo extraño entre manos” me dijo de pronto el anciano “Te habría preguntado qué te tenía por estos lugares y no habrías sabido qué responder. Entonces te habría pedido tu credencial de funcionario, pero tampoco la tienes. Habría deducido que eres un infiltrado y te habría tomado detenido”



Continuará...

jueves, 31 de enero de 2013

Día 228: Declaro Luchar

Día 43, Parte 1


No he escuchado razones, ni teorías de lo sucedido en Concepción. Tan sólo recuerdo las horas previas al debacle; los soldados escapando, los helicópteros volando hacia el norte. También recuerdo al alto mando dando la orden para dejar caer una bomba atómica sobre la capital del país. Recuerdo que no les tembló la voz al momento de dar el “vamos”. No he escuchado tampoco cómo partió toda esta pesadilla. Pero si juntamos uno más uno, creo pensar que estamos frente a un accidente colateral en base al afán de poseer una de las fuerzas más incontenibles de la existencia: el control. Alguien trató de crear algo indestructible y se les fue de las manos. Lo que sigue en la historia es un hombre borrando las huellas que él mismo va dejando sobre la arena.

Logré llegar a Coquimbo. Llevo más de un mes acá, no precisamente en una casa de alojamiento. Estoy prisionero en una clínica psiquiátrica militar. Me trajeron aquí luego de que me encontraran a pocos kilómetros de la ciudad. Llevo veintisiete días sin ver la luz del sol. Veintisiete días en otro monopolio de control, al cual no se le ve salida posible. Me han estudiado a cabalidad, tanto física como psicológicamente, ya que fui el único sobreviviente de la catástrofe de Concepción y han decidido que no me mezcle con la población que no le ha visto ni siquiera un pelo a los infectados. Hablan a escondidas de no generar una contaminación psicótica que pueda derrumbar internamente a la ciudad que ha sabido detener la expansión de la infección. Coquimbo tomó el mando de la nación luego de que la ONU abandonara el territorio declarándose incompetente de mantener la situación después de haber perdido a la Nueva Capital. El ejército se puso al frente nuevamente, hicieron una lista de todos los errores cometidos en la ciudad penquista y crearon un verdadero fuerte, al cual no he podido contemplar en forma total.

Hoy más que nunca tengo la sensación de no poder predecir qué ocurrirá el día siguiente. Quizás me hagan participe de un nuevo experimento y de mí historia y lo que vi no se sabrá nada, lo cual creo no puede suceder. Entonces mi joven existencia me da por fin una enseñanza; las historias son pequeños destellos del tiempo que se van disipando en el espacio, prevaleciendo solo las que duraron siglos o las que escriben los hombres con poder. Mi historia de cuarenta y tres días estaba a punto de desaparecer. Es por eso que escribo este diario que dejaré guardado en el ducto de ventilación de mi pieza. Espero algún día entregárselo a mi nieto o que el encargado de aseo lo encuentre después de limpiar el ducto que por alguna desconocida razón falló. Las hojas arrancadas serán para escribir lo que sucederá después de mi intento de escape y para relatar lo que vi en mi paso por Santiago.



Continuará...

domingo, 27 de enero de 2013

Día 227: Vengo Solo

Un año y algunos días más cumple esta historia, historia que hoy acaba. Prometí alguna vez que duraría seis meses, pero el relato exigió más. Si la seguiste fielmente, te agradezco el tiempo y el afán de verla terminar. Quizás nunca había escrito un proyecto tan largo y hoy orgulloso le pondré punto final. 
He aquí la primera parte. Espero disfruten.


Día 17, Parte 1

Un cartel de fondo verde y letras blanca me avisa que a diez kilómetros de inhóspita carretera se encuentra Coquimbo. De alguna forma me tranquilicé y sentí que mi lucha ya encontraría el fin. Desde Los Vilos Sara no había ejecutado movimiento alguno. Su voz tampoco se había hecho presente. Fue cuando una bala entró por el parabrisas del jeep militar, haciéndolo estallar en mil fragmentos, obligándome a frenar. La ausencia de vehículos en la Ruta 5 Norte, me dio la libertad para alcanzar altas velocidades. Al momento del disparo que me hizo parar, iba a unos 120 kilómetros por hora. Por lo mismo, el vehículo militar demoró en detenerse, después del agudo chillido de las llantas raspando el asfalto.
Al levantarme, a lo lejos desde el norte, pude ver una caravana de tres vehículos y dos motocicletas acercándose. No me cabía duda que desde aquel grupo, que veloz se aproximaba, había salido el tiro que casi me dio muerte. Pensé en correr, pero la distancia que me separaba de mis verdugos me hizo deducir que la bala había sido disparada desde un rifle de largo alcance, puesta en manos de un profesional. Si corría, me darían muerte instantánea. Sería una estupidez.
No tuve que esperarlos mucho. Saltaron desde donde me vieron a la caza a toda velocidad y llegaron en pocos segundos. No sé si para mi desgracia o suerte, se trataba de un pelotón militar. Frenaron violentos frente a mi ubicación y provistos de las características mascarillas de guerra nuclear y fusiles de pesado calibre, se enfilaron en posición de tiro listos para derribarme.
"¡Bájate del auto con las manos arriba, conchetumare!" gritó uno.
La situación era critica. De momento no había suerte; sólo desgracia. Tembloroso, queriendo darles la tranquilidad que no haría nada, saqué mis manos abiertas por la ventana y luego abrí la puerta de mi lado. Pude contar a unos trece o catorce soldados, nerviosos y ansiosos, esperando a que cometiera una sola equivocación. Sara no decía nada. Fue cuando uno casi en cuclillas, siempre apuntándome con su fusil, se acercó veloz.
"¡Al suelo. Al suelo!" me gritó.
No dudé. Tan sólo me tiré al suelo boca a bajo. Con rapidez y violencia me registró los brazos, los costados, los bolsillos y las pantorrillas. El arma que siempre portaba estaba en el asiento del copiloto. No llevaba nada que los pudiera amenazar. Ni siquiera mi dignidad.
"Tu nombre" me preguntó el uniformado levantándome de un tirón.
"Eliseo"
Los demás soldados llegaron a registrar el jeep que había sacado desde el punto de control militar en la carretera del Itata, en Concepción. Si encontraban a Sara, me asesinarían ahí mismo.
"¿De dónde eres?" siguió con el interrogatorio.
"Soy de Santiago" le contesté, recordando mi departamento; el día que salí del supermercado y me encontré con la primera infectada, recordé a Joan colgado de la soga y cuando la bomba atómica hundió en un hoyo a la capital "Pero vengo desde Concepción" agregué. Sin tener que darme vuelta, escuché como los soldados se detenían a mirarme. Tenían frente a sus ojos un autentico sobreviviente de la caída de la Nueva Capital.
"¿Venías solo?" siguió el militar.
El silencio se apoderó de mi boca. Nunca en mi vida lo habría hecho y hasta el día de hoy le pido disculpas. Aquellos eternos segundos de duda fueron tan inevitables como recordar el momento en que me mostró la herida.
"Sí, vengo solo"
En eso un soldado abrió la maleta del jeep.
"Capitán. El vehículo está vacío"


Continuará...

jueves, 24 de enero de 2013

Día 226: Brujas

La señora nos miró sonriente y me dijo:
"¿Ella es tu novia?"
Nos miramos y nos reímos.
"No. Somos amigos" contestamos ambos a coro.
La dueña de la óptica no cedió terreno y enérgica vaticinó:
"Pero siendo amigos se parte" 

Un año y algo después Emilia duerme entre mis brazos. Pronto nos iremos de viaje.
A veces nos acordamos de esa bruja.

lunes, 21 de enero de 2013

Día 225: Nuevo Ser

Guzt despertó escuchando la ferocidad del mar tragándose la orilla. La arena mojada sobre el rostro le picaba y le impedía ver bien. El sol le daba incomodo en los ojos. De pronto el dolor de sus huesos ensamblándose lo electrizó de golpe. Qué momento más terrible.
Las horas pasaron. Se pudo poner de pies y al frente la inmensidad del océano se presentaba como su única compañía. Supo que respirar era una nueva oportunidad. Orgulloso y extrañado agradeció a lo que fuese que lo haya dejado vivir. Fue cuando Dones apareció detrás.
“¿Dónde estoy?” le preguntó
“Es el Paraíso”
“Entonces sí morí” dedujo.
“No necesitas morir para estar en el Paraíso. Esto lo creó Karev. A demás, no creo que el día de tu muerte el Paraíso sea tu posible Nirvana” dijo irónico Dones.
“¿Karev aún vive?” preguntó el rebelde.
“Así es” contestó sonriente el cauto “Te derrotó ¿No lo recuerdas?”
“No recuerdo nada del proceso. Es como si me hubiese hecho otra vez” contestó Guzt un poco aturdido.
“Te hizo otra vez. Te necesitamos. Te necesita. Aunque cueste olvidar todo lo que le hiciste pasar” dijo Dones “Fuiste su peor enemigo. Te empeñaste en derrotarlo. Creaste terribles pesadillas que duraban años. Formaste imaginaciones en donde ella elegía al otro. Lo llenaste de miedos y dudas. Pero insistió. Eligió insistir. Eligió saltar sin saber a dónde iba a caer. Lo intentó y acertó. Se cerraron varios ciclos. Muchos otros se abrieron. Jack partió al norte. Isabella formó su camino. Y Emilia decidió quedarse. Hubo muchos fines y varios comienzos. Fue un cambio brutal. Sin embargo, aquí está. El Submundo ya no existe. Ahora es un Paraíso” explicó el maduro.
“Sucedieron muchas cosas” fue lo único que agregó el rebelde.
“Más temprano que tarde iban a suceder” dijo Dones “Tú te esmeraste en que los ciclos no se cerraran, pero Karev logró cerrarlos. Sin embargo, queda uno por cerrar y por eso te dejó vivir”
“¿Cuál?”
“Tú sabes cuál” le dijo Dones.
Guzt recordó la catástrofe. Recordó los días de lluvia incesante. Las horas nadando contra un mar tormentoso. Recordó aquel mismo océano sumido en sombras y nebulosidad. Ahora todo era azul y mucho sol. Sin embargo, lejano en el horizonte oscuras y poderosas nubes seguían lanzando tormentas hacia la superficie.
“Debes tomar el teléfono. Es tiempo de iniciar nuevos caminos. Aquella tormenta nos detiene aún. Sólo tú la puedes alejar” le dijo Dones entregándole el celular.

jueves, 17 de enero de 2013

Día 224: El Disparo (Parte 3 y Final)

"Me quiero morir" me dijo Isidora "Quiero dejar de sentir esto. No sé lo que es. Pero quiero dejar de sentirlo. Y percibo que la única forma de dejar de hacerlo es... muriendo"
Su rostro estaba deteriorado por la salinidad de sus lágrimas. El rimel bajó en finas cascadas hasta el borde de sus mejillas. Había estado en el ojo del huracán. Yo venía a salvarla. El Disparo estaba listo.
"¿Crees en mí?" le pregunté de pronto.
Su mirada estaba perdida en algún pensamiento. Tan sólo asintió.
"Y si te digo que te puedo dar la oportunidad de evitar la muerte de Ismael" le pregunté.
Soltó una risa irónica. Se giró y topó sus agónicos ojos con los míos. La frazada bajo su rostro estaba húmeda.
"Si no sabes cómo tratarme en este momento, no te exijas. Será peor" me dijo lacerante.
Luego volvió a acostarse.
"Dijiste que creías en mí" insistí.
"¿Qué pretendes?" me preguntó sin mirar.
"Darte una oportunidad" le dije "Si tú lo quieres, puedes evitar todo esto--"
"¡¿Qué mierda, güeón?!" saltó enfadada "¿Que querí conseguir diciendo eso? Ismael se cayó de un decimosexto piso. Se murió. Nadie puede evitarlo. Lo van a enterrar. Nunca más lo vamos a ver. Ni tú, ni yo ni Dios pueden evitarlo" terminó y luego volvió a caer "No puedo creer que estés diciendo estas cosas"
"Retrocederás 10 años en el tiempo a partir de hoy--"
"¡Para!" me gritó y se paró de la cama, caminando hacia la puerta de la pieza. "Estás enfermo. No puedes decir estas cosas en un momento así. No lo entiendes"
"Dime algo" le pedí "Si pudieras evitarlo ¿Lo harías?"
"Alex--"
"Sólo di sí o no"
"Claro que sí" dijo quebrandose "Daría mi vida por él"
"Entonces dispara" le dije "Tan sólo recuerda encontrarme otra vez"
"Alex..."

.
.
.


Es 17 de Enero del año 2003. Isidora despertó de una extraña pesadilla. Hace calor. Son las 7 de la tarde.




martes, 15 de enero de 2013

Día 223: El Disparo (Parte 2)

"El Disparo es una decisión. Si alguien decide que quiere o no quiere algo, El Disparo se activa y retrocede el tiempo en 10 años. Así la persona obra para que ese algo suceda o no" me explicó.
"¿Por qué lo cree con un marco de tiempo tan grande? Si sabía que esto iba a suceder, podría haber hecho retroceder el tiempo lo suficiente para rescatar Ismael" le pregunté.
Parecía ilógico.
"No es ilógico. La vida se trata de sacrificio. Es una lucha por encontrar aquello que late con tanta fuerzas en nuestros interiores y que cuesta años entender. Como tal, El Disparo es el reflejo de la vida. Se trata de decidir por algo que nos traerá infinita felicidad, teniendo que primero vivir mucho dolor. El Disparo es un sacrificio. Tú lo creaste así y lo creaste para que solo una persona pudiera utilizarlo..."
Me miró diciéndome con sus ojos azules quién era la persona.
"Isidora" susurré.
"La tía de Ismael. La hermana menor de su madre" dijo Jesús "Ella tendrá que decidir si usar El Disparo o no. Al ser 10 años, ustedes--"
"No nos vamos a conocer" dije, sintiendo un extraño vacío en el pecho.
El Hombre asintió.
"Ustedes se conocieron hace 6 años. Ella puede decidir si eso ocurrirá o no nuevamente--"
"Espera. Esto se trata de salvar el mundo. Se trata de nuestra descendencia. No entiendo. Si Isidora elije El Disparo, podría elegir no conocerme y no habría descendencia y el mundo se acabará de todas formas. A demás ¿Qué relación tienen los hijos que tendremos con el fin del mundo?"
"Tendrán dos hijos. Un hombre y una mujer. La mujer tendrá una hija, que será la nueva salvadora. Es un ángel que llegará desde una realidad desconocida por nosotros. El portal de conexión único es el cuerpo de tu nieta. Si no hay portal, el ángel no podrá entrar y no podrá detener al creador que poco a poco muere. Será el fin. Ahora, si Isidora decide realizar El Disparo, despertará 10 años en el pasado creyendo que esta década fue un sueño. El resto de la Humanidad, ni siquiera tú, sabrá que esto sucedió. Lo de Ismael será una espina en su mente y obrará para que él no muera. De todas formas lo evitará. Con respecto a ustedes, créeme que las probabilidades de que se conozcan son altas. De hecho, cuando te vea por primera vez en el metro, va a sentir muchas más cosas que cuando lo hizo la primera vez"
La explicación me tranquilizó. Y no por el hecho de saber que si nos conocíamos salvaríamos el mundo, si no el saber que aunque el tiempo retroceda nos íbamos a volver a encontrar. Sin embargo, la idea seguía siendo aterrorizadora.
"Debes irte, Alen" me dijo de pronto "Isidora está en su cama. No se puede poner de pies. Ella te necesita"

Continuará...

sábado, 12 de enero de 2013

Día 222: El Disparo (Parte 1)

"Irma, una niñera de nacionalidad colombiana, se queda dormida en el sillón de sus patrones chilenos, viendo la telenovela de las 15:30. Ambos son médicos y trabajan en la clínica de la Universidad Católica" dice el hombre sentado a mi lado "Ismael de 3 años, hijo de los profesionales, despierta de su siesta y camina hasta el living del departamento ubicado en el piso 16 de un edificio en Providencia. El pequeño observa el balcón y alguna parte de su joven cerebro decide que sería divertido colgarse de ahí. Segundos después, bajo el imperioso sol, encuentra que es más entretenida la idea de cruzar las barras de seguridad. Su niñera sigue durmiendo profundamente. El calor ayuda. Está soñando algo extraño. Luego vienen algunos momentos de silencio. Una mujer ve caer al niño los 16 pisos. Son algo así como 32 metros de altura. Nada se interpone entre su pequeño y frágil cuerpo y el vacío. Se escucha el espantoso y desgarrador grito de la mujer. Suelta su bolsa de la feria y los vegetales rodan hacía la calle. Un vehículo revienta los tomates. Dos horas después la tía de Ismael, hermana menor de su madre, novia tuya, escucha la noticia en su celular e instantáneamente suceden dos cosas. Primero, sabe con certeza que nunca jamás en la vida volverá a sentir dolor de tan desconocida naturaleza. Y segundo, en el nivel más profundo de su inconsciente se produce un trauma que le impedirá generar el deseo de ser madre, tanto natural como adoptiva. Vas a tener que estar con ella mucho tiempo. Serán años de recuperación. Durante esos años te vas a dar cuenta que la tía de Ismael es el amor de tu vida. Te vas a enamorar profundamente de ella y van a ser pareja hasta el día de sus muertes. Nunca nadie te va a hacer sentir lo que ella te hará sentir. Sin embargo, el segundo suceso les impedirá tener hijos. No tendrán descendencia. Eso causará el fin del mundo"
Me había piñiscado varias veces el brazo. Creía estar soñando. Pero no, no dormía sobre mi escritorio. La escena era tan real como su existencia. Los demás, unos trescientos funcionarios, estaban inmóviles, congelados por alguna misteriosa fuerza. Él había detenido el tiempo. Y la paz, que extraña paz. Estaba en el  planeta, pero a la vez no parecía estarlo.
"¿Por qué me estás contando esto, Jesús?" le pregunté.
"Mi padre, en su infinito e incalculable amor, los creó dotados del don de elegir" me dijo mirando hacia los cielos "Hay destinos que están escritos por su puño y letra para salvar la existencia de esta Humanidad, pero no somos la única fuerza creadora en el Universo y hasta acá han llegado almas que emanan desde otras energías. Y no tenemos forma de destinar esas vidas. Si tienen el poder de destruir el mundo, lo pueden hacer y mi Padre no podrá evitarlo. La vida de Irma proviene desde un creador que está a punto de desaparecer. Aquel creador necesita energía. La Tierra es un planeta con la energía de más de 50 mil millones de almas--"
"No somos tantos" le interrumpí.
"Alen, no pienses que el hombre y la mujer son los únicos seres con vidas en este planeta. Están los animales que conoces y los que no. Están los humanos que viven en las profundidades más oscuras del océano y que nadie sabe que existen" me explicó como lo hace un padre a su hijo.
Me extrañó el nombre que me dio. No era el mío, sin embargo me identificó al deslizarlo por sus labios.
"Cuando ese creador se encuentre con La Tierra, le tomará dos minutos y cuarenta y dos segundos tragarse el planeta. Todo lo creado habrá perecido. No habrá existencia y no habrá nadie que pueda contar la historia de que alguna vez existió una civilización llamada Humanidad. Pero como esto se supo hace unos tres mil años aproximadamente, tú decidiste crear El Disparo" declaró el Hombre.
"¡¿Yo?!" le pregunté.
"Alen, cuando iniciaste tu vida terrenal, con la misión entre tus manos, olvidaste todo lo que habías sido en tu vida celestial. A todos les pasa igual. Cuando yo llegue aquí tampoco sabía quién era. No te extrañes. Tan sólo siente como vas creyendo todo lo que te estoy diciendo. Ya aceptaste hace algunos minutos que esto no era un sueño. Ahora sabes que tú creaste El Disparo. Y ahora quieres saber qué es"

Continuará...