viernes, 29 de abril de 2011

Día 48: Algún tipo de Milagro

Hay cosas en la vida que no se pueden explicar. A veces, esas cosas se prefieren silenciar.

Hoy es de esos días en que la gente ya no tiene plata. A causa de eso, todo lo que es retail no tiene mucho movimiento en lo que respecta a atención de público. Así que, gracias a que hoy no hubo nada de gente en Tottus, tuve tiempo para pasearme por todos los departamentos del supermercado. Había poco movimiento. Los administradores no estaban. Yo ya había terminado mi pega. Entonces empecé a recorrer el local. Debo ser sincero al decir que su estructura no tiene el misterio de una iglesia italiana o las lujosas paredes de un castillo escoces. Es un cubo, con más cubos adentro. No hay nada de arquitecturas de renombre o hermosas terminaciones. Es un lugar frío, de pinturas grises y blancas, con vigas metálicas que resplandecen el rostro de fantasmas. Es penumbroso. Y hoy estaba silencioso. Retumbante de ecos lejanos, provenientes de quizás donde. No enciendo la luz de la oficina, para que se bañe del sol de ocaso. No hay nadie para conversar. Entonces bajo y cruzo la sala de ventas hasta la trastienda del super. Allá está la oficina de Joselyn, mi ex jefa. En realidad siempre será mi jefa, nunca la podré ver como mi par. Su escritorio está dentro de un cuarto de cuatro por cuatro, compartiendo el espacio con el computador de Alan, un nuevo miembro del círculo de amistades. 
Hoy estaba sola, y con poca pega. Hoy hablamos como no lo hacíamos hace mucho tiempo. Esas conversaciones de invierno. Largas y tajantes.

Es raro de explicar. Es difícil también. Son cosas que te guardas para ti. Pero ha pasado el tiempo y la quiero compartir. Abre la mente, si estás leyendo esto, para poder entender. Era la época en que el corazón me dolía de verdad por amor. Estaba decidido a pedirle el traslado a Joselyn a nuestro homologo en la estación de metro Las Mercedes, porque necesitaba con urgencias olvidar y arrancar. Me había dicho hace una semana que lo pensara y que si quería el traslado, ella me lo daba. Esa noche pedí de rodillas un camino. Pedí la luz. Le pedí a lo que fuera que me escuchase que me salvara de caer a ese vacio. Había apagado el computador y la noche estaba en un total silencio. Y yo de rodillas. 
Cuando me levanté, me juré nunca más verme así.

Al otro día, salí del instituto y me dispuse volver a casa. Desde Providencia hasta Puente Alto... en micro. Pensaba que ganaba tiempo perdiendo la mente en ruidos, imagines, personas y lugares que no conocía. Gastaba dos horas de viaje de regreso a Puente, sólo para no tener a mi cerebro pensando en ella. Tomaba la troncal en Los Leones y ahí iniciaba el viaje. Dirigía su trayecto por todo Macul, y cuando por fin, después de una hora, llegaba a Vespucio Sur, se iba por La Florida hasta el mall Plaza Tobalaba. Ahí me baja y esperaba una alimentadora hasta la casa. Dos horas. Dos largas y extenuantes horas. Era mi remedio para el olvido.
Sin embargo, ese día, y aunque nunca supe explicarlo, había algo extraño en el ambiente. Estoy completamente seguro que algo en el espacio me incomodaba. Algo oscuro estaba queriendo cambiar algo. Y me siguió por todo Macul, mostrandose en el rostro de cada pasajero que subía y bajaba del troncal. Quizás era el montón de transeúntes lo que me molestaba. Así que tomé la decisión de bajarme en Vespucio. No quería ir más arriba de esa micro. Ahí tomaría el metro dirección estación Plaza Puente Alto.
Recuerdo que el vagón iba casi vacío y eso me permitió respirar. Pude encontrar tranquilidad. Me senté en el piso y me puse a escuchar música. Fue en estación Las Mercedes cuando mi celular comenzó a vibrar con ímpetu. Era Joselyn. Bien, bien no me acuerdo qué era lo que quería. Algo de la pega, obviamente.
"Estoy cerca. Pasaré a verte" le dije, viendo el momento una oportunidad para decirle que sí o sí quería el traslado.

"Sufriste harto" recordó, mientras revisaba unas facturas.
"Harto. Inclusive estuve a punto de irme ¿Te acordai?" le pregunté.
"Si po'. Querías el traslado"

Y se lo pedí. Pero ella no me dejó. Me dio un consejo de Aquellos, el cual sólo recuerdo que contenía enseñanzas acerca de la madurez y el crecimiento, y la frase infaltable "No merece lo que estás pasando".
Hablamos quizás dos horas, como hoy, dejandome con energías renovadas. Fue algo que nunca le dejaré de agradecer, porque me sirvió para tomar la decisión de seguir... seguir y no mirar atrás.

¿Dónde está el milagro? Si hubiese seguido en la micro, habría llegado a mi casa antes de que ella me llamara y nunca habría llegado a tener la conversación. Quizás el tiempo le habría dado más fuerzas a una decisión segura con respecto al traslado. Si hubiese tomado el metro desde Providencia hasta Puente, habría ocurrido lo mismo; habría llegado primero a casa. Pero esa tarde, fuese un milagro o sólo una coincidencia, tomé una ruta que Jamás en mi vida había tomado. Si nunca me hubiese bajado de esa micro a tomar el metro, no habría conversado con Joselyn, y me habría ido, y quizás me habría perdido más en ese infierno terrenal.

miércoles, 27 de abril de 2011

Día 47: Metastia

Quiero ponerle nombre a esa sensación... a esa mezcla de angustia y deseo de querer volver a soñar cuando te despiertas... algo así como Metastia. Controlarla y usarla para volver a dormir.

lunes, 25 de abril de 2011

Día 46: La Relevión de Los Nerds


Creo que todos en algún momento de nuestras vida sufrimos el tan famoso bulling. Ya sea por nuestro desempeño escolar, por alguna condición fisica o simplemente por ser como somos.
Cuando yo tenía cuatro años, al comienzo del despertar de mi consciencia sufría este tipo de ataque por parte de un niño de seis años, al que le decían el Pachagua. No preguntes por qué le decían así a un niño de seis años, de mirada vacía, cara de gorila y un pelo negro chamuscado sobre la mollera. Sólo sé que sus manos regordotas gozaban de encontrarse con mis delicadas mejillas, y con las de muchos otros niños.
Era el Nelson de la población. El temido. Ese que la hacía de malo cuando jugabamos a los policias y los ladrones. Aquel niño que no iba a ningún cumpleaños, porque era un total desagrado.
Quizás por eso era tan ofensivo. Tal vez era el grito de un pequeño demonio queriendo ser aceptado en algún paraiso. Yo creo que su cara de gorilón le jugaba mucho en contra.
Da igual.
La cosa es que un día me encontraba jugando con una amiga y con mi autitos de juguetes en mi jardín, y llegó el Pachagua a la reja de la casa. Mi mami estaba en la patio fumandose un cigarro, y no escuchaba mis gritos de auxilio.
"Dejame entar" me dijo con una voz de un cabro de quince.
"No" le dije a punto de ponerme a llorar.
Le tenía un miedo atróz.
"Quiero jugar con tus autitos"
"Andate" le gritó mi pequeña amiga.
"Sí, andate" me uní yo.
En eso, su mente de ogro, tomó la perilla de la puerta y comenzó a abrirla lentamente.
Es difuso el recuerdo, pero lo único que puedo decir es que me vi tomando una piedra, y después de darme un pequeño impulso se la lancé. Tenía cuatro años. Poseía unos flacuchentos brazos y una punteria despreciable. Sin embargo, la pesada roca atravesó los delgados barrotes de la reja y le rompió un ojo y la nariz.
El Pachagua no lloró. No conocía el dolor. Sólo sintió la sangre escurrir por su rostro, mientra nos miraba con su particular mirada perdida. Luego dio la media vuelta y se marchó.
"Karev" me dijo atonita mi amiga "Le dijiste güeón"
Decir garabatos en esa época era un pecado capital.

sábado, 23 de abril de 2011

Día 45: El Maldito

Sentía frío y una extraña presencia en el cuarto. Su rostro se reflejaba difuso y monstruoso en el vidrio de la ventana. La noche se comía el exterior. Vapor de aire salió de su boca. La pantalla de su computador comenzó a oscilar levemente. Las copas titilaron chillonas en el mueble que estaba arriba del lavaplatos. La casa crujió dolorosamente. Su cuerpo se meneó en la silla y la tierra dio un salto. Los libros comenzaron a caer desde el estante de su padre y el computador se apagó de repente. Las tablas del escritorio querían soltarse con afán desde los tornillos que las afirmaban a la pared. Su corazón dio un brinco y sus piernas lo obligaron a escapar. El ruido de los pilares era ensordecedor. Se giró sobre la silla y, perdiendo el eje de la orientación y rasgando con sus brazos al frente la oscuridad, logró aferrarse a la puerta. Los demonios ladraban en el exterior. Parecía que la tierra se abría gustosa y ansiosa de querer devorarse la casa. Abrió la puerta, corrió por el living y se colgó de lo que parecía era una pared.
El temblor paró sin previo aviso. El silencio se hizo del lugar.
En eso, algo lo agarró de los pies; una fuerza invisible envolvió con sus poderosas manos sus pantorrillas y lo arrastró escalera arriba. Gritó por auxilio, pero nadie en el exterior escuchaba lo que sucedía adentro de la casa. El sonido se había bloqueado. Aquella fuerza que lo había estado observando desde el día de su nacimiento, lo introdujo en el baño y cerró la puerta con la fuerza de seis legiones Persas. El silencio volvió a reinar.
"¡¿Qué quieres de mi?!" gritó el asustado joven.
Se había orinado en los pantalones. Algo así nunca le había ocurrido. Tampoco había escuchado susurros tan fantasmales cuando aquel ente invisible lo llevaba por los escalones, mientras que manos que no podía ver le tocaban el rostro y sus partes intimas. Sintió miedo, miedo de saber que todo aquello era real y no una mala pesadilla.
Una luz roja llenó el lugar. No provenía desde ningún lado, pero copaba todo el lugar. Fue cuando le azotaron la cabeza contra el gigantesco vidrio de su baño. Hubo un seco ruido, como de dos cráneos chocando El cristal se trizó, dejando ver los rastros de sangre dejado por la herida en su frente. Cayó al piso casi inconsciente por la fuerza del golpe, sintiendo al rededor de todo su cuerpo aires de un calor infernal. 
Cuando quiso tocarse la sangre que fluía lastimosa desde la herida en su frente, supo que no se podía mover. Era como si todo su sistema osea se hubiese congelado. Ni siquiera lograba direccionar la mirada. Era esclavo de algo que estaba a su alrededor, dejandole oír gritos de sufrimientos de Humanidades anteriores. Ese algo lo hizo levitar, para después romperle sus hombros. Los brazos quedaron girando hacia el lado opuesto. El dolor se desparramó frío por toda su espalda, pero no podía gritar, no podía revolcarse del ardor que sus huesos quebrados... no podía llorar. Luego fueron sus piernas. Si quería podía caminar hacía atrás sin ningún problema. Era inexplicable la sensación de rendición, queriendo pedir que por favor lo soltaran. Había sido demasiado para treinta segundos de tortura.
Fue cuando su boca se abrió y sintió que un pedazo de carne fibrosa y caliente, del tamaño de un pequeño tubo de oxigeno se introducía lentamente hasta el fondo de su garganta, impidiéndole respirar. Su mente le decía que era algo así, porque tampoco veía lo que se deslizaba por su mandibula.
Quería a su mamá. No entendía por qué, pero lo único que quería era su madre. Y no la quería para salvarlo, la quería para que estuviera con él, diciéndole:
"Ya, mi amor. Ya va a pasar"
El calor desapareció y un espeso y denso liquido se escurrió por su esófago con tal fuerza que le dejó casi inservibles estomago y tórax.
Cayó sobre el piso nuevamente y la luz desapareció. Pudo respirar con dificultad. Su identidad había desaparecido. Era tan sólo un sistema. La puerta se abrió de golpe y algo lo arrastró escalera abajo, hasta al patio y lo hizo hundirse en la tierra.

Carabineros dijo que había sido un asalto, ya que el computador, el televisor y joyas de valor faltaban en el hogar, que desvalijaron por completo buscando objetos de valor.
Hasta el día de hoy buscan a los delincuentes que dieron una brutal muerte al hijo de la pareja de abogados.

jueves, 21 de abril de 2011

Día 44: De repente

Fue de repente. Había vuelto de Los Vilos. Aún olía a mar en mis narices. Joselyn me llamó y me hizo bajar.
"¿Por qué estás en Contraloría?" le pregunté.
"Mauricio renunció" me dijo. La noticia me calló en frío "Si todo sale bien, yo quedaré a cargo de Contraloría, y tú de Informática.

De repente Jack me dijo "Voy a entrar la escuela de Carabineros"
Un viaje a Viña del Mar, donde su tío, lo dejó con la idea enganchada. Hace semanas que andaba en la búsqueda de nuevos horizontes. El hermano de su padre, oficial en la SIP, le conversó los beneficios y lo fácil que podría ser ingresar a la corporación. Me quedé impresionado a escucharle tan decidido, dispuesto a dejarlo todo, aunque le doliera el alma dejar todo acá.

Abrió los brazos y me abrazó. Era ese dulce olor y su suave cara otra vez. Sentí que era una parte del ciclo. Al parecer necesitamos discutir para que el reencuentro al tiempo sea más exquisito. Isabella se veía hermosa como siempre.

No quise hablar en los últimos capítulos del ascenso. En el blog pasado lo hice y todo quedó en Nada. Ahora  no lo hice, y ahora escribo esto como encargado de informática. El proceso demoró un mes, entre la aceptación por parte del gerente zonal, la entrevista psicológica en la central y el anuncio de las rentas, esto último sucedido del martes pasado. Así que de repente la capitán se fue a un buque y yo me quedé con el barco, aceptando a mi corta edad un reto demasiado grande. 
Pero que más da, ya estoy sentado en el puesto y nadie será capaz de hacerme salir de ahí. Es por mí y para mí. Más allá del cargo y la plata, es un momento que me tiene demasiado contento.

De repente no quiero ser exagerado, pero todo va demasiado bien.

martes, 19 de abril de 2011

Día 43: El Cachito

El mundo entero a veces se pone la camiseta anarquista y reclama contra el sistema en que vive. Reclama por los altos intereses de las cuotas de algún pago. Por el cobro de la micro. El sueldo en la pega. Y mil cosas. Entonces a veces esas personas se olvidan de que quizás llegan a esta realidad dentro de un sistema: el cuerpo. Es un conjunto de reglas y capacidades. Lo comandamos como a nuestras tarjetas de créditos; si lo ocupamos en exceso, a los años nos cobra demasiado caro, pero si somos cautelosos y lo cuidamos como es debido, responde de la forma que queremos y no nos llevamos sorpresas. Órganos y personalidad hacen del cuerpo un lugar precioso para coexistir con esta realidad. Pero a veces este lugar se convierte en una prisión. El sistema también se releva.

Se celebró el cumpleaños de una cajera. Mi compañero tomó la avenida a alta velocidad y me dejó afuera de la casa. Tres vodkas y dos tequilazos me tenían mirando el mundo al revés. Procuré no generar mucho ruido mientras me calentaba un pedazo de la pizza que había comprado en la tarde después de salir de la pega. Mi vieja podía bajar y verme en un deplorable estado. Así que mientras sacaba el pedazo de Española hirviendo del microondas, me senté en el computador y lo encendí para revisar las redes sociales.
Fue cuando algo que aún no entiendo sucedió. Es vergonzoso hablar de esto, pero quizás me haga mejor.
De repente Pelirroja se me cruzó por la mente. En realidad no se cruzó, si no que vino a caer como un pedazo de concreto que explota al chocar con el suelo y me envolvió el cerebro por completo. Creí que mi mente se burlaba, acompañada del alcohol, y quería jugar a los trucos conmigo. El problema fue que no lo dejó de hacer. Estúpidamente, y no me canso de decirlo, me quebré recordando lo poco y nada que estuvimos juntos. Me reproché el modo en que la traté y como me desenvolví en la relación. Podría haber hecho mucho más, tal vez, me decía, y quizás aún estaría con ella. 
Mientras me tragaba el pedazo de pizza, me metí al Facebook de mi hermano y mediante aquel acceso entré al de ella.
"¿Qué haces?" me preguntó Dones "Esto ni siquiera lo hiciste después que terminó contigo"
No lo pesqué.
Busqué si aún tenía mi foto. Ahí estaba. Mi mirar observándola, aunque ya no tenía el escrito de abajo "(ELE)" Era obvio que ella ya había superado y la foto no era más que un buen retrato de un ojo de hombre con pestañas crespas.
Vi sus fotos de su titulación, mientras buscaba ahogar el nudo que me estrangulaba el pecho. Adoré su nuevo look.
"Esto está mal" me dijo Guzt.
"Si lo sé"
Abrí el blog y empecé a escribir. Le escribía a Jack, es más, el título tenía su nombre. Le escribía que necesitaba ayuda, que había colapsado por una causa perdida y que no podía seguir así. De ese calibre fue la cuestión.
Cuando sentí que había llegado demasiado lejos con el momento, cerré todo y apagué de golpe el computador. Aquello era físicamente imposible. No podía estar haciendo eso. Ya había pasado. Supuestamente estaba superada.
"Supuestamente" se burló Dones. Nunca se burlaba.
No habría subido algo así ni loco. En ese momento pensé que quizás aún leía el blog. Pero a la mañana siguiente mi mente, ya en un presentable estado, me recordó que ya no lo ve.

Debes conocer tu sistema. Saber cómo funciona. A veces se revela y se va en contra tuyo. Es ahí cuando es capaz hasta de destrozarte y dejarte inservible. Tu mente juega a que vives en otro mundo y te es difícil saber si estás durmiendo o aún estás soñando.

Gracias, Blog. 

domingo, 17 de abril de 2011

Día 42: como un Ángel

Tranquila. No que no se mueva. Tan sólo que no llame demasiado la antención. Que le guste deborarse de a poco las situaciones. Linda. No rica. De un tono de voz suave. Y que sea fiel... y divertida.

Algo así como un ángel, no estaría mal.

viernes, 15 de abril de 2011

Día 41: Los Hijos de Puta siempre dicen que Si

PARTE FINAL

Sabía que la primera cámara que podría grabar mi entrada era la que estaba en la puerta principal. Esa enfocaba toda la esquina de ambas avenidas. Así que antes de aparecer en su campo visual, me coloqué el poleron con capucha y me acerqué al local. Al entrar nadie me reconoció. Para mi suerte y a pesar de que las puertas del supemercado estaban a punto de cerrar, era un día con mucha afluencia de público. Caminé sigiloso hasta carnicería, en donde se suponía estaba sólo mi amigo, repasando a cada segundo el plan. Nada podría salir mal.
"Pensé que saldrías a carretear hoy" me dijo Juvenal al saludarme.
"Funó el carrete" me excusé "Así que llamé al jefe y le dije que vendría a ayudarte con el inventario"
"Que bien. Terminaremos más temprano entonces"
Tú no alcanzarás a terminar

Antes de morir, mientras me desangraba en el suelo, no alcansé a imaginar porqué Elias lo había hecho. Eso sí lo había planeado muy bien, porque no eligió cualquier momento para asesinarme. Movió todas las piezas y esperó hasta un día en que nadie más pudiera hacer inventario para volver y hacerme creer que me quería ayudar. Nunca pude entender por qué mi mejor amigo hizo lo que hizo conmigo.
Sólo puedo recordar el momento en que me giré decidido para contarle que le quería pedir matrimonio a Fernanda, y con agilidad deslizó el cuchillo de lado a lado por todo mi cuello. El aire desapareció. Su mirada estaba vacía. Mi cuerpo de repente no respondió más y me fui al suelo.
Una poza de sangre me humedeció el rostro.

Elias declaró ante el juez que esperó a que el cuerpo de Juvenal se desangrara por completo sobre una mesa de metal en donde preparaban la carne para su venta. Eso le tomó unos quince minutos, ayudando al procedimiento con cortes realizados por él mismo. Cuando la sangre dejó de fluir, lo despojó de sus ropas y luego preparó las bolsas. Tomó el cuerpo inerte de su mejor amigo y lo posicionó en la tabla de la cortadora de hueso, una sierra parecida a esa que se ocupa en modo fijo para cortar troncos de árboles. Primero cortó la cabeza al nivel del cuello. Luego ambos brazos. Lo mismo con sus piernas. Procuró, en menos una hora, reducir a pequeños y casi indestingibles trozos todas sus extremidades. El tronco lo dividió en cuatro partes, y cada parte la fue cortando en cuatro, hasta tener cuadros de carnes que se confundieran con la carne de vacuno normal. Las viceras las molió para mezclarlas con la sangre de los animales que iban llegando. Su ropa la escondió en el entretecho. Y cuando ya había terminado de esparcir su cuerpo en las bolsas de carne que días después se botaban como merma, limpió todo el lugar con quimicos que no dejaban rastro de huellas ni de sangre.
Calculó que demoró al rededor de tres semanas en desecharlo.

Después de condenarlo a una pena de cuarenta años de cárcel sin goces de beneficio, el juez le preguntó
"¿Si tuviera la oportunidad de hacerlo, lo volvería a hacer?"
"Sí" respondío Elias sin vacilaciones.

Los hijos de puta siempre dicen que sí.

martes, 12 de abril de 2011

Día 40: de a Poquitos

PARTE CINCO

"Hola"
"Ho-hola... Busco a Elias" le dije a la despampanante mujer que me recibió a las afueras de una casa que en mi mente no calzaba con la imagen de Elias.
"Si, claro. Pase, por favor" me dijo, dejando que entrara a un lobby que nada tenía que envidiarle a un chalet estadounidense.
La dama y su gran trasero se alejaron a lo que era el living de la casa, lleno de personas compartiendo algunos tragos, todos bien vestidos y al parecer todos partidarios de la alta clase.
Por lo menos mi cumpleaños no será la única celebración arruinada este día.
Me quedé solo, tratando de entender y asimilar que inevitablemente estaba frente a un momento omnipotente. Me avergonzaba pensar que lo que estaba a punto de suceder era lo más importante que me sucedería en el último tiempo. Lo demás no importaba. El sentido de la vida era saber qué había ocurrido con el estudiante de medicina.
Elias apareció por la puerta que la mujer había desaparecido.
"¿Don Hector?" me preguntó. Obviamente diez años a mi edad causan estragos en la piel.
"Hola, Elias"
"Tanto tiempo" me dijo impactado por mi presencia.
No lo culpaba. No tenía nada que hacer ahí un día viernes.
"Mucho tiempo"
"Pase, por favor"
Ahora ingresamos a lo que era su oficina, un cuarto decorado con paciencia y fineza. Tenía un muy buen gusto por las pinturas y un fuerte fanatismo por los libros raros. Tanta chucheria y el porte de la casa me hicieron pensar que me había equivocado de "Elias", porque si no mal recordaba al que conocí yo era un pobre carnicero sin futuro.
Tanto tiempo.
"Le ha ido bien" comenté.
"Tiempo después de la desaparición de Juvenal, entré a estudiar ingeniería en informática. Estudié cinco años. Luego salí y tuve un poco de suerte... en el trabajo y el amor..." 
"Mucha suerte" lo interrumpí.
Sonrió agradecido por el elogio.
"¿Qué lo trae por acá?" me preguntó de repente. 
"¿Me puedo sentar?"
"Claro, por favor"
Él se posicionó frente a mí en la silla del escritorio y yo imité la acción en otra igual.
"Se abrió una nueva arista en el caso de Juvenal" declaré.
Sus ojos se desorbitaron de sobremanera. Me recordó un poco a la reacción a Pablo. La diferencia era que él lo estaba fingiendo y de una manera que me hacía pensar más en su situación de experto.
"¡Diez años después!" exclamó luego de unos segundos de no poder recobrar el habla "Diez años después encuentran una pista o alguna evidencia que les permita saber qué pasó con mi amigo. Esas son las cosas de la vida que no logro entender. Cómo puede ocurrir algo así"
"Sólo ocurrió" le dije.
Procuré ir lento. Cualquier tipo de aceleración podía echar todo a perder.
"Gracias por informarme, Hector. Yo lo único que espero es que esto se resuelva lo antes lo posible" me dijo "¿Qué fue lo que encontraron?"
"Encontramos al asesino" le dije
Su quijada casi se dislocó.
"Entonces... lo asesinaron" tartamudeó.
Asentí.
"¿Cómo lo descubrió?"
"No fui yo. Fue un nieto mío" le dije. Ya estaba en tierra derecha.
Su rostro se retorció como nunca lo había hecho en toda su vida. 
"Mi hija, madre de él, me contó hoy en el almuerzo que para no comerse la ensalada de lechugas, cuando nadie lo veía, tomaba poquitos de ella  y la repartía en los demás platos. Así nadie se enteraba, pensaba él, que no se comía la ensalada de lechugas" le expliqué.
Su seño se fruncía cada vez más.
"No es que las cosas no tengan explicación, Elias. Lo que pasa es que la mayoría de las personas no creen en la intervención divina de los sucesos" le dije "Recuerdo la vez que, llorando en compañía de mi esposa, le rogué al Señor darme alguna pista. El punto es en la forma que pedimos las cosas, porque no te imaginas lo literal que es el de arriba"
"¿Por qué dice eso?"
"Porque yo le pedí que me enviara una señal ¿Qué hizo? Embarazó a mi hija que no podía tener hijos y en su modo de ser trajo la respuesta a la incógnita. O quizás fue mucho más misterioso e hizo que mi hija me contara lo que vio, porque ambos coincidimos que la gracia de mi nieto es algo banal. O tal vez simplemente conectó a la acción con mi afán de buscar la respuesta. Quién sabe"
"Aún no entiendo que la acción de su nieto sea la respuesta"
"La acción de mi nieto es el modus operandi del asesino" le dije serio. Era hora de salta sobre su cuello "¿No le suena?"
Su rostro se partió en dos. Su sistema nervioso alterado se reflejó a través de sus ojos. Quería arrancar. Quizás matarme, antes de hacerlo. El problema era que yo tenía el control del momento. Era momento.
"No soportó la idea de que Juvenal estuviera con Fernanda"

"Aló" contestó
"¿Por qué no me dijiste que te habías metido con su mejor amigo?" le pregunté.
"¿Quién habla?" me preguntó Fernanda.
"Soy Hector. El fiscal que estuvo a cargo del caso de Juvenal. Le hice una pregunta ¿Por qué no me dijo que usted había tenido una relación con Elias?"
"Porque fue algo de dos semanas. No fue nada importante"
"¿Dos semanas? Y además eso ocurrió hace cuatro años"

"Te obsesionaste con ella" le dije "No la dejabas respirar. Tu amor se transformó en una prisión. Fue por eso que ella te dejó. Pero el problema no fue ese. El problema para ti fue que dos años más tardes comenzó una relación con el que era tu mejor amigo. Así que tu mente no te dejó asimilar que había alguien mejor que tú que estaba besándola y cuidándola. Entonces comenzaste a planear la forma de borrarlo del mapa sin que nadie supiera. Claro. Si Fernanda se enteraba de que tú lo habías asesinado, nunca te iba a perdonar y consecuentemente no ibas a poder estar con ella. Ideaste un plan perfecto. Indestructible. Un plan que nunca te iba a dejar ser un sospechoso. Mejor aún si eras el mejor amigo, así que nunca le contaste lo de ustedes dos y nunca le mostraste tus celos por ella. Conseguiste el puesto en carnicería. Estudiaste la manipulación de las máquinas corta huesos. Y por el camino apareció una mejor forma de ocultar el cuerpo, una que no fuera tener que botarlo a pedazos por el río, porque no tenías como sacarlo. A la salida del horario laboral, te revisarían y el guardia tendría que revisar la bolsa que llevabas en la mano. ¿Cual era la forma?"
"Las mermas" contestó inerte.
Nunca pensé que hablaría.
"Todos los días carnicería y pescadería botaban sus productos mermados. Qué mejor que ir botandolo por ahí. Total, nadie revisaba aquellos deshechos. Entonces comenzaste a ofrecerte para realizar tal informe y a quedarte los días de inventario. La producción de carnicería no tenía cámara de vigilancia, así que sería mucho mejor. Todo era tan fácil, que llegabas a sorprenderte"
Me interrumpió colocándose de pies, dispuesto a escapar. Pensaba que no iba a ser capaz de correr tras él y que tendría mucha ventaja para correr. Quizás estaba en lo cierto. Lo que no sabía era que tenía una as bajo la manga.
"No sirve de nada correr" le dije "La casa está rodeada de carabineros, esperando a que cometas una estupidez"

domingo, 10 de abril de 2011

Día 39: Obsesión

PARTE CUATRO

"Primero que nada, necesito la lista de todos los interrogados" le dije a Pablo, mientras aceleraba mi vehículo por Vicuña Makena en dirección hacia la oficina en donde trabajé hasta mis últimos días "También necesito todo un contigente policial para tomar detenido al asesino"
"¿Asesino?" me preguntó Pablo, con la voz de un niño que se estaba orinando de miedo.
"Te dije que no botaras ningún informe o evidencia del caso ¿No lo hiciste, cierto?" le pregunté, dejando saber con mi tono de voz que la respuesta tenía que ser un "no".
"Está todo guardado" respondió sumiso.

Fernanda tenía esa mirada de disgusto con el mundo. Unas pequeñas bolsas de grasa se acomodaban bajo sus ojos. Su pelo estaba algo así como amontonado sobre su pequeña cabeza. Era extremadamente delgada; su polera se aferraba con fuerzas a sus pequeños senos y dorso, dejando ver los huesos de las claviculas y la cadera. Usaba un blue jeans desgastado  y dos fideos de brazos le colgaban desde los hombros. Me sirvió un jugo de naranja aquella tarde que la conocí.
"Elias me contó que anduvo por el supermercado"
"Así es. Lamentablemente, no pude sacar muchas conclusiones de la investigación realizada" le dije "Es por eso que quería hablar contigo, para ver si puedes darme alguna información que me sirva para dar con su paradero"
Se sentó en el sillón. La luz de la tarde se colaba por un ventanal, a través de unas viejas cortinas. Su mirada buscó respuestas por todo el living, pero no las encontró. Nunca las encontró.
"No puedo imaginar qué pasó" dijo apenada.
Le pregunté como lo había visto esos días. Su respuesta enterró más la teoría del suicidio. Indagué en las relación de ambos. Juvenal tampoco era violento. Quizás algún tipo de relación extraña con personas ligadas al contrabando o la delincuencia, pero el chico era una taza de leche. No merecía morir.
"¿Sabe? Cuando una persona se va así, tan repentinamente, el que queda tiene que cargar con un sentimiento que le impide adaptarse a la situación. Puede ser odio, dolor, orgullo o lo que sea. Cuando Juvenal desapareció, yo me quedé con un gran y tortuoso sentimiento: la esperanza. Yo aún vivo en la esperanza de volver a verlo cuando abro la puerta después de que alguien la golpeó, y pensar que nada de esto sucedió. Creo incluso que volverá y me dará una explicación que me convencerá al instante. Sé que está vivo y que usted lo encontrará" me dijo Fernanda, antes de despedirme.
En aquel momento, inevitablemente, encontrar a Juvenal se volvió algo personal.

"No entiendo" dije y me senté en una silla.
Pablo bajaba la caja con todos los papeles de la investigación y la evidencia. No se atrevía a preguntarme nada, porque sabía que mi cabeza y mi cuerpo estaban cruzando por un tormentoso momento de transe.
"No, no puede ser"
Mi teoría se desgastaba a medida que la pensaba y le daba más vueltas. Y es que en realidad no había forma de encajar la última pieza. La presencia del asesino no podía llenar el último espacio del rompecabezas. No había forma de hacerlo entrar.
"¿Qué es imposible?" me preguntó "¿Quién crees que es? Si por lo menos me dijeras, podría ayudarte un poco. No te encierres en tus ideas. Deja de obsesionarte por encontrar las ideas"
Obsesionarte rebotó en mi cabeza. Obsesión ¡Eso era!
"Ob-obsesión" balbuceé atónito.
 Me levanté de la silla como un zombie que busca un jugoso cráneo para comer. Pablo observaba a un simio que corría de un extremo a otro de la oficina. Cogí la lista de los interrogados y busqué en la base de datos su número telefónico. Tomé el celular y marqué.
Fueron los "tuuuuuu" más largos de mi vida.
"Aló" contestó
"¿Por qué no me dijiste que te habías metido con su mejor amigo?" le pregunté.

Buscamos por semanas en las cámaras de vigilancia. Nada. Tampoco encontraron huellas en la trastienda de carnicería. Terminamos por interrogar a todo el supermercado. Se secaron canales de desagüe cercanos a la comuna. Pero nada. Un maldito y gigantesco nada, que hacía hundirme en noches de desesperación e impotencia, revolviendo en mi mente y las millones de evidencias para encontrar alguna pista. Días enteros sin dormir, olvidándome del mundo... de los que me rodeaban. Verle la cara a Juvenal otra vez era mi vida.
Un día, todo orinado, llegué a la prefectura de la policía de investigación y me planté frente a todos los detectives. Todos me miraban con pena. No sabían dónde había quedado el espectacular Hector Vidal, ese que había encontrado a Aline en el desierto. No tenían idea. Ahora observaban a un viejo loco, quizás un vago, todo meado y hediondo.
"Quiero a la mitad de ustedes revisando en los vídeos de seguridad a todos los clientes que hagan ingreso al supermercado. Síganlo a través de las grabaciones hasta que salgan del local. Y revisen si durante ese día ingresaron otra vez. La otra mitad chequeé a todo el personal y todos los movimientos que hagan durante la jornada. Hay que encontrar al asesino de Juvenal" dije
Lo que recuerdo después es que estaba tendido en mi casa, bañado, y ya era de noche.

Pablo no demoró en reunir a todo un contingente policial. Estaban apostados en los rededores de la casa. No podría escapar. La oscuridad del atardecer podría darle ventaja, pero era pequeña. Me bajé del vehículo y éste se alejó del lugar. Caminé, disimulando el temblor en mis piernas. Había llegado el momento más esperado por años en mi vida y todo hacía parecer que era un hermoso sueño del cual estaba a punto de despertar.
Respiré hondo y toqué a la puerta.

jueves, 7 de abril de 2011

Día 38: El Sobrante

PARTE TRES

El último lugar a donde había ido Juvenal había sido a su trabajo. Aquella noche, según la señora Andrea, fue visto por el personal que trabajó esa jornada, sin embargo la información no era del todo clara. Era ya demasiado el tiempo que había pasado desde el último día que fue visto.
Malditos dos meses negligentes.
Así que había que rastrear todo el supermercado. Desde todo tipo de huella hasta sus empleadores.

La última vez que había entrado al supermercado, Pablo estaba en mi oficina contestando mi correo y recibiendo llamadas. Era alumno en practica de la escuela de derecho de la universidad Catolica. Ahora él era el que entraba acompañado por un jubilado, con un caminar decidido y todo el poder de la ley en sus bolsillos.
Un pequeño hombrecito, rubio y de sonrisa forzada y un par de parpados que irritantemente no paraban de pestañear, nos recibió en la entrada. Pablo le comentó acerca del caso Andrade y que la causa había sido abierta bajo el hallazgo de nuevas evidencias. Todo era una falacia, obviamente. El administrador, que más que eso parecía el duendecito irlandez que te espera al otro lado del arcoiris, no informado muy bien del caso, desconfiado y preocupado de no dejar entrar a extraños a su local, hizo algunas llamadas.

Primero interrogué a los guardias que estuvieron la madrugada del 14 de Agosto.
"Lo vi un par de veces. Nosotros estamos encargados de velar por la seguridad del supermercado, siempre vigilando los accesos vulnerables del local. No estamos tan preocupados de que el personal que haga inventario se valla a robar algo, ya que a la salida son revisados" me dijo un gordo, de mirada confusa. Obviamente la situación le ponía nervioso.
"¿Lo vieron salir esa noche?" les pregunté.
El guardia, seguro de lo que iba a decir, levantó la mirada y me la clavó justo a los ojos.
"Le voy a decir los mismo que le dije a carabineros... No lo vi salir"

Informática estaba al lado de Seguridad. No podía creer que hace diez años había pasado al frente de la puerta que tenía todas las respuestas del caso y ni siquiera la miré de reojo. Ahora entraba junto a Pablo y el administrador irlandez.
"Nestor, ellos son dos fiscales que están aquí por el caso de Juvenal Andrade" nos presentó el pequeño jefe.
"¿El pescador?" se desatinó el joven.
Bueno, tampoco lo podía culpar. Había pasado una década. Quizás Juvenal no era más que una leyenda y una buena historia para los empleados nuevos que iban llegando.
"Necesitamos información" nos sacó Pablo del incomodo momento.
"Ustedes sólo pidan" dijo el joven.
Pablo me miró. Me tuve que contener para no vomitar todo lo que tenía en el cerebro. Miles de ideas chocándose entre si, deseosas por salir.
"Necesito todos los informes de mermas(1), compra, venta e inventario de carnicería y pescadería del mes de Agosto del año 2001" le dije "Los cuatro datos finales los necesito en un cuadro comparativo. Primero quiero el resultado de la compra de productos, luego el inventario, la venta y al final la merma total"
El chico, impactado por haber escuchado al viejito decir términos de informes operacionales tan desconocidos por la sociedad viviente externa al mundo de los supermercados, sólo se giró hacia su computador y comenzó a buscar la información requerida.
Estaba a unos minutos de saber si me teoría era cierta o desgraciadamente errada.

De sus compañeros y jefes directo escuché la misma frase, que a medida que pronunciaban mayor números de veces iba perdiendo más el sentido.
"Era un buen cabro. Tranquilo. Lo único que quería era ayudar a su mamá"
Y a cada momento se hacía más fuerte la idea en mi cabeza de que evidencias o pistas de su paradero no aparecerían nunca.
Rondé la hipotesis del suicidio, pero negaban tajantemente algún tipo de problema piscologico o depresivo. Quizás algún enemigo, sin embargo el güeón no mataba ni a una mosca. Menos hablar de un tipo carretero y que hubiese estado todo hinchado el en fondo de algún canal, adentro de un auto.
Nada de nada.
Así que le ordené al prefecto de la policia de investigaciones que peinara por completo el último lugar aparante en dónde había estado: la trastienda de carnicería, y que requisara todos los archivos de video de ese día y noche, mientras que yo trataba de acercarme más a su vida privada mediante su amigo.
"¿Por qué le conseguiste la pega?"
"Se le hacía dificil poder trabajar en la semana. El estudio se lo comía por completo. Así que como me había dicho que igual quería aportar en la casa, buscando una pega relajada, le dije que aquí en el local necesitaban a alguien que atendiera pescaderia el fin de semana"
Elias era de esos jovenes timidos, inexpresivos. De esos que dan la sensación de que nada les afecta y no temen a nada. Desde la infancia que conocía a Juvenal y también descartó de cuajo la idea de un suicidio.
"Ni cagando el Juvenal habría hecho esa güeá" me dijo.
"¿Esa noche por qué nadie lo acompañó?" le pregunté
Juvenal se había quedado haciendo solo esa jornada el inventario, labor que usualmente lo hacen más de cinco personas.
"Esa noche nadie pudo quedarse. Tampoco es obligación quedarse. Esa plata se paga a parte. A uno no le descuentan del sueldo si no puede venir. Así que el jefe le ofreció un buen billete por hacerlo solo. Se iba a demorar toda la madrugada, pero eran buenas lucas"
"¿Tú lo viste ese día?"
"Trabajé de mañana ese día. No nos alcanzamos a ver"
Su coartada era verdadera. Después, las cientos de veces que revisamos las cintas de video junto a Pablo, lo vimos entrar a las seis y media de la mañana y luego retirarse a las tres treinta.

"Se supone que si se le resta toda la venta y la merma al resultado de las compras, debería dar un número cercano a cero, y éste debería ser parecido al resultado del inventario ¿Cierto?" le pregunté al administrador, sorprendido con la pregunta.
"Así es" dijo "Pero usted sabrá que el chileno no se caracteriza por ser honesto, así que obviamente faltaran algunos kilos en el resultado que da el inventario y los productos vendidos"
"¿Eso quiere decir que es imposible que sobre?"
Rió burlesco, pero nadie le acompañó, así que su rostro cayó en una seriedad negra.
"Eso es imposible. Para que eso ocurra, algún proovedor nos debería regalar carne extra y le puedo asegurar que regalías como esas nunca han sucedido" dijo.
"Haga la operación, hijo" le dije al muchacho sentado frente al computador.
Tomó una calculadora e hizo primero la suma del total de la venta y la merma, y luego aquel resultado lo restó a la compra.
"Está mal" dijo y borró lo hecho, pero algo lo obligó a detenerse y observó el resultado del inventario realizado aquel mes a ambas secciones.
"No puede ser" murmuró.
"¿Qué pasa?" le preguntó el administrador.
"Sobran kilos de carne. No sé de cual es, pero sobra carne"
Un rayo me partió la espalda en dos. Quise caer al piso y perder el aire, pero no me podía ver tan nefasto en aquel momento.
De a poquitos.
Todo calzaba perfecto y las ideas en mi mente por fin pudieron descansar.
"¿Cuanto sobra?" logré modular.
"Setenta y dos kilos" dijo el muchacho.

(1)Mermas: producto de cualquier tipo vencido, descompuesto o hurtado.

martes, 5 de abril de 2011

Día 37: 14 de Agosto

PARTE DOS

"Pablo, necesito verte ahora. No me preguntes porqué y no me digas que no. En estos momentos voy saliendo de mi casa... sí, sí sé que es mi cumpleaños, pero eso no importa ahora. Tengo que verte" le dije por el celular y colgué. 
Marta me seguía impaciente con la mirada, mientras yo me hacía apresurado de las llaves del auto y mi billetera.
"¿Qué pasó?" me detuvo de repente.
"Te cuento a la vuelta"
"¿A la vuelta? ¿A dónde vas?" 
"Donde Pablo" le dije y salí de la pieza.
de a Poquitos, me seguía diciendo mi mente y otras alucinaciones se reían de mí por el hecho de no haber visto antes lo ocurrido.
"¿Volverás?" me preguntó mi esposa antes de salir.
"Siempre vuelvo" le grité y me subí al vehículo.
Tantas veces había vivido la misma escena. Yo, corriendo tras una pista que fuera a dar con su paradero, excitado porque iba a volver victorioso a casa, viendo en el rostro de la señora Andrea esa tierna sonrisa de agradecimiento, con una botella de vodka en las manos. Siempre me lo imaginaba. Y al entrar, Marta me preguntaría qué había sucedido y yo tan sólo le quitaría la ropa para hacerle el amor en la alfombra hasta que amaneciera. 
Estaba ahí otra vez, encendiendo el motor, arrancando con la mente ardiendo en miles de posibles escenarios de cómo puede haber desaparecido Juvenal Andrade, recordando las millones de veces que volví derrotado, sin ganas de nada.

"Sé quién es usted por el caso de la niña Fernandez" me dijo la señora Andrea cuando se sentó frente a mi despacho.
Era aquella mujer de piel tersa, oscurecida por el sol capitalino, de ojos negros y profundos y una mirada paciente. Sus pelos castaños se mezclaban con algunas rebeldes canas, que se ahogaban en el moño detrás de su nuca. Poseía una manos rasgadas por el esfuerzo del trabajo, pero siempre bien cuidadas. Y su cuerpo se desparramaba por sus caderas hacia las piernas como aquellas muñequitas de greda que hacen en Pomaire. Es más, si se quedaba quieta sin hablar, llegaba a confundirla.
"No sabía su nombre. En realidad, no lo recordaba. Entonces empecé a averiguar, porque..." dijo y se cortó.
La voz no le salía. Sus ojos parecieron perderse y a la misma vez clamaron por ayuda. Tuvo que contener el llanto, porque era tanto el tiempo perdido, que no había que seguir perdiéndolo, quizás pensó.
"No se preocupe" le dije "¿Cuando fue la última vez que lo vio?"
"El 14 de Agosto" respondió segura
Dos meses.
Anoté en una hoja que tenía encima de mi escritorio. Dos largos e infinitos meses. Eran bajas las posibilidades de que un estudiante de medicina, de clase media baja, se haya escapado por dos meses de jolgorio y sexo con alguna inescrupulosa estudiante de enfermería. Son hombres de esfuerzo. No gastan cuatro años de su vida en un liceo público para, después de haber conseguido puntaje nacional en la PSU, escaparse como un imbécil que no tiene idea qué hará con su vida
Tacha esa estúpida teoría, Hector.
También eran mínimas las posibilidades de que el joven estuviera vivo.
"¿Salió a algún lugar?"
"Al trabajo"
"¿En qué trabajaba?" pregunté sin medir la salida de la palabra y el tiempo que la conjugaba.
En la mente de la señora Andrea aún trabaja en aquel lugar. Y era así, porque me miró con un rostro de disgusto que me retorció por completo.
Pedir disculpas habría sido peor.
"Trabajaba en la sección de pescadería del supermercado que está aquí, en Arturo Prat" confesó "Llevaba un mes ahí. Elias, su mejor amigo le había conseguido la pega. Ese viernes ayudaría con el inventario de su sección y la de carnicería"
Chao, mamita tiene que haberle dicho. Le besó la frente con sus labios entumecidos por la noche fría y salió por la puerta para no regresar.
"Al otro día no volvió"

Pablo se subió nervioso y rápido a mi auto. Me miró con los ojos desorbitados. Era obvio que hace tiempo que no veía una sonrisa en mi rostro. 
"Creo que no te veía así desde que encontraste el cuerpo de Aline" me dijo.
"Pablo, creo saber qué pasó con Juvenal Andrade" le dije.
Sus ojos no podía estar más afuera.

domingo, 3 de abril de 2011

Día 36: La Gracia de Joaquín

PARTE UNO


Cuando Ester me contó la gracia de Joaquín, por primera vez en mucho tiempo experimenté una sensación de vértigo que casi me arrancó el alma del cuerpo. La copa del 120 se deslizó silenciosa entre mis desgastados y huesudos dedos, dio un bote en el borde de la mesa que acaparó la atención de todos y luego vertió su contenido en mi camisa de franela azul marino y mis pantalones que Marta había planchado con tanto cuidado aquel día en la mañana. No entiendo porqué no tuve la instintiva reacción que te hace pensar que al poner cualquier paño la mancha burdeo oscura se quitará sin problema alguno. No, no hubo tal momento. Mientras todos se paraban para limpiar el desastre, yo estaba quieto e hipnotizado mirando el frente de la larga mesa, llena de fuentes blancas con jugosas y frescas ensaladas, platos casi vacíos y vasos enfilados hasta el último integrante de la familia, fila que se alternaba entre vasos con bebida o vino, dependiendo de quién estuviera sentado al frente.
“¿Qué te pasó, viejo?” me preguntó Marta, mientras colocaba paños en mi camisa y pantalón.
Al parecer mi hija acaba de resolver el caso de la desaparición de Juvenal Andrade, pensé.
Pero no se lo pude decir.
“Na- nada” tartamudeé, mientras me levantaba de la silla, resbalándome de las manos de mi mujer secándome el vino tinto en las ropas, queriendo escapar para que nadie saliera herido de la explosión nuclear que se estaba produciendo en mi cabeza.
Los demás, no entendiendo mi extraña y senil actitud, me miraban en silencio y atónitos, preocupados de que en algún momento fuera a caer al piso, mientras gritaba el nombre de alguna polola que tuve a los veinte.
Logré salir, como la adolescente quinceañera que se escapa porque se amurró, y corrí hasta mi habitación, bajo los susurros de una familia que pensaba que ya me había llegado la hora.

Ahí, en mi oscuro cuarto matrimonial, lleno de un olor tibio y suave, tenuemente bañado por un haz de luz, pude calmar la mente y las ansias. El silencio se sentó a mi lado y me hizo una grata compañía. No podía pedir más. Mis pensamientos pasaron de estar en una orgía romana a un retiro espiritual católico. Ya no se agitaban calientes como antes, allá en la mesa.
Lo primero que pude pensar era que había arruinado el asado por la conmemoración de mi cumpleaños número setenta y dos. Mis nietos, sobre todos los más pequeños, deben haber quedado totalmente desconcertados al presenciar al abuelo escapar como un loco arranca de los doctores psiquiátricos. Mis hijos deben pensar que ya comencé ese penoso viaje sin regreso, en donde la mente comienza progresivamente a secarse, junto con la memoria y los motores físicos. Estoy seguro que Javier, sin decírselo a los demás, ya tiene que estar pensando en el hogar de acogida al cual me irá a botar.
Lo segundo que se me vino a la mente fue la frase que largó mi hija y desencadenó toda la cadena de sucesos desafortunados recién ocurridos.
“… entonces, para que yo no lo pillara, repartió un poquito de lechuga en los platos de los demás”
Para que yo no lo pillara.
Te amo, Ester. Si uno pudiera elegir hijo favorito, sin lugar a dudas serías tú.
Me levanté y me acerqué a mi velador de porquerías, como le llama Marta con desagrado.
“¿Cuándo vas a botar esa porquería?” me grita cuando hace el aseo.
Abrí el único cajoncito que tiene, al cual le cuesta trabajo salir cuando tiro de su manilla, y un montón de objetos pequeños se desparramaron dentro de él bajo el efecto de la inercia. Los revolví para buscar lo que siempre observo en las madrugadas de pesadillas, viéndolo como aquella salsa espesa y oscura que se cuece en mi mente, la cual nunca me dejó vivir tranquilo. Era mi libro sin terminar de leer. El beso que siempre quise dar. El caso, el único, que nunca pude resolver.
Y ahí estaba, sosteniendo sus libros de anatomía número dos, sonriéndole a la cámara, torciendo un poco la cabeza hacia la izquierda, con aquellos ojos que dan la sensación de estar mirando a un niño que sabe mucho para su edad. Era Juvenal Andrade.
“Te encontré” susurré “Todos pensaron que habías desaparecido, pero yo te encontré”      
“Tú sabe que a Joaquín no le gusta la ensalada de lechuga” me contaba Ester “Entonces, para que yo no lo pillara, repartió un poquito de lechuga en los platos de los demás”
El vaso con vino tinto cayó.
No me podía quitar la frase de la mente. Se clavaba como una lanza en mi cerebro, atravesando a todos los demás recuerdos de aquellos infernales días de búsqueda.
“Jefe, afuera hay una señora que quiere hablar con usted. Dice que en Carabineros nadie la atendió” me dijo Pablo, siempre temeroso a mis respuestas, escondido detrás de la puerta que daba con mi despacho.
“¿Qué quiere?” le pregunté sin mirarlo.
“Dice que su hijo desapareció”
“Que valla a poner la denuncia a Carabineros” le dije.
“Me dice que ya fue y que aún no hacen nada. Me dice que también escucho su nombre por el caso de Aline Fernández y que necesita hablar con usted” insistió el joven.
Dejé de teclear lo que estaba escribiendo y lo miré, apunto de estallar en rabia por estarme interrumpiendo.
“¿Cuántos años tiene el güeón?” le pregunté despectivamente.
“Tiene 19”
“¿Qué hace?”
“Estudia medicina en la Universidad Catolica” respondió.
Aquella respuesta nunca me la esperé. Si me hubiese dicho “Técnico en mecánica automotriz” lo mando a la mierda.
“¿Cuánto lleva desaparecido?” le pregunté.
“Dos meses, jefe”