jueves, 7 de abril de 2011

Día 38: El Sobrante

PARTE TRES

El último lugar a donde había ido Juvenal había sido a su trabajo. Aquella noche, según la señora Andrea, fue visto por el personal que trabajó esa jornada, sin embargo la información no era del todo clara. Era ya demasiado el tiempo que había pasado desde el último día que fue visto.
Malditos dos meses negligentes.
Así que había que rastrear todo el supermercado. Desde todo tipo de huella hasta sus empleadores.

La última vez que había entrado al supermercado, Pablo estaba en mi oficina contestando mi correo y recibiendo llamadas. Era alumno en practica de la escuela de derecho de la universidad Catolica. Ahora él era el que entraba acompañado por un jubilado, con un caminar decidido y todo el poder de la ley en sus bolsillos.
Un pequeño hombrecito, rubio y de sonrisa forzada y un par de parpados que irritantemente no paraban de pestañear, nos recibió en la entrada. Pablo le comentó acerca del caso Andrade y que la causa había sido abierta bajo el hallazgo de nuevas evidencias. Todo era una falacia, obviamente. El administrador, que más que eso parecía el duendecito irlandez que te espera al otro lado del arcoiris, no informado muy bien del caso, desconfiado y preocupado de no dejar entrar a extraños a su local, hizo algunas llamadas.

Primero interrogué a los guardias que estuvieron la madrugada del 14 de Agosto.
"Lo vi un par de veces. Nosotros estamos encargados de velar por la seguridad del supermercado, siempre vigilando los accesos vulnerables del local. No estamos tan preocupados de que el personal que haga inventario se valla a robar algo, ya que a la salida son revisados" me dijo un gordo, de mirada confusa. Obviamente la situación le ponía nervioso.
"¿Lo vieron salir esa noche?" les pregunté.
El guardia, seguro de lo que iba a decir, levantó la mirada y me la clavó justo a los ojos.
"Le voy a decir los mismo que le dije a carabineros... No lo vi salir"

Informática estaba al lado de Seguridad. No podía creer que hace diez años había pasado al frente de la puerta que tenía todas las respuestas del caso y ni siquiera la miré de reojo. Ahora entraba junto a Pablo y el administrador irlandez.
"Nestor, ellos son dos fiscales que están aquí por el caso de Juvenal Andrade" nos presentó el pequeño jefe.
"¿El pescador?" se desatinó el joven.
Bueno, tampoco lo podía culpar. Había pasado una década. Quizás Juvenal no era más que una leyenda y una buena historia para los empleados nuevos que iban llegando.
"Necesitamos información" nos sacó Pablo del incomodo momento.
"Ustedes sólo pidan" dijo el joven.
Pablo me miró. Me tuve que contener para no vomitar todo lo que tenía en el cerebro. Miles de ideas chocándose entre si, deseosas por salir.
"Necesito todos los informes de mermas(1), compra, venta e inventario de carnicería y pescadería del mes de Agosto del año 2001" le dije "Los cuatro datos finales los necesito en un cuadro comparativo. Primero quiero el resultado de la compra de productos, luego el inventario, la venta y al final la merma total"
El chico, impactado por haber escuchado al viejito decir términos de informes operacionales tan desconocidos por la sociedad viviente externa al mundo de los supermercados, sólo se giró hacia su computador y comenzó a buscar la información requerida.
Estaba a unos minutos de saber si me teoría era cierta o desgraciadamente errada.

De sus compañeros y jefes directo escuché la misma frase, que a medida que pronunciaban mayor números de veces iba perdiendo más el sentido.
"Era un buen cabro. Tranquilo. Lo único que quería era ayudar a su mamá"
Y a cada momento se hacía más fuerte la idea en mi cabeza de que evidencias o pistas de su paradero no aparecerían nunca.
Rondé la hipotesis del suicidio, pero negaban tajantemente algún tipo de problema piscologico o depresivo. Quizás algún enemigo, sin embargo el güeón no mataba ni a una mosca. Menos hablar de un tipo carretero y que hubiese estado todo hinchado el en fondo de algún canal, adentro de un auto.
Nada de nada.
Así que le ordené al prefecto de la policia de investigaciones que peinara por completo el último lugar aparante en dónde había estado: la trastienda de carnicería, y que requisara todos los archivos de video de ese día y noche, mientras que yo trataba de acercarme más a su vida privada mediante su amigo.
"¿Por qué le conseguiste la pega?"
"Se le hacía dificil poder trabajar en la semana. El estudio se lo comía por completo. Así que como me había dicho que igual quería aportar en la casa, buscando una pega relajada, le dije que aquí en el local necesitaban a alguien que atendiera pescaderia el fin de semana"
Elias era de esos jovenes timidos, inexpresivos. De esos que dan la sensación de que nada les afecta y no temen a nada. Desde la infancia que conocía a Juvenal y también descartó de cuajo la idea de un suicidio.
"Ni cagando el Juvenal habría hecho esa güeá" me dijo.
"¿Esa noche por qué nadie lo acompañó?" le pregunté
Juvenal se había quedado haciendo solo esa jornada el inventario, labor que usualmente lo hacen más de cinco personas.
"Esa noche nadie pudo quedarse. Tampoco es obligación quedarse. Esa plata se paga a parte. A uno no le descuentan del sueldo si no puede venir. Así que el jefe le ofreció un buen billete por hacerlo solo. Se iba a demorar toda la madrugada, pero eran buenas lucas"
"¿Tú lo viste ese día?"
"Trabajé de mañana ese día. No nos alcanzamos a ver"
Su coartada era verdadera. Después, las cientos de veces que revisamos las cintas de video junto a Pablo, lo vimos entrar a las seis y media de la mañana y luego retirarse a las tres treinta.

"Se supone que si se le resta toda la venta y la merma al resultado de las compras, debería dar un número cercano a cero, y éste debería ser parecido al resultado del inventario ¿Cierto?" le pregunté al administrador, sorprendido con la pregunta.
"Así es" dijo "Pero usted sabrá que el chileno no se caracteriza por ser honesto, así que obviamente faltaran algunos kilos en el resultado que da el inventario y los productos vendidos"
"¿Eso quiere decir que es imposible que sobre?"
Rió burlesco, pero nadie le acompañó, así que su rostro cayó en una seriedad negra.
"Eso es imposible. Para que eso ocurra, algún proovedor nos debería regalar carne extra y le puedo asegurar que regalías como esas nunca han sucedido" dijo.
"Haga la operación, hijo" le dije al muchacho sentado frente al computador.
Tomó una calculadora e hizo primero la suma del total de la venta y la merma, y luego aquel resultado lo restó a la compra.
"Está mal" dijo y borró lo hecho, pero algo lo obligó a detenerse y observó el resultado del inventario realizado aquel mes a ambas secciones.
"No puede ser" murmuró.
"¿Qué pasa?" le preguntó el administrador.
"Sobran kilos de carne. No sé de cual es, pero sobra carne"
Un rayo me partió la espalda en dos. Quise caer al piso y perder el aire, pero no me podía ver tan nefasto en aquel momento.
De a poquitos.
Todo calzaba perfecto y las ideas en mi mente por fin pudieron descansar.
"¿Cuanto sobra?" logré modular.
"Setenta y dos kilos" dijo el muchacho.

(1)Mermas: producto de cualquier tipo vencido, descompuesto o hurtado.

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