martes, 5 de abril de 2011

Día 37: 14 de Agosto

PARTE DOS

"Pablo, necesito verte ahora. No me preguntes porqué y no me digas que no. En estos momentos voy saliendo de mi casa... sí, sí sé que es mi cumpleaños, pero eso no importa ahora. Tengo que verte" le dije por el celular y colgué. 
Marta me seguía impaciente con la mirada, mientras yo me hacía apresurado de las llaves del auto y mi billetera.
"¿Qué pasó?" me detuvo de repente.
"Te cuento a la vuelta"
"¿A la vuelta? ¿A dónde vas?" 
"Donde Pablo" le dije y salí de la pieza.
de a Poquitos, me seguía diciendo mi mente y otras alucinaciones se reían de mí por el hecho de no haber visto antes lo ocurrido.
"¿Volverás?" me preguntó mi esposa antes de salir.
"Siempre vuelvo" le grité y me subí al vehículo.
Tantas veces había vivido la misma escena. Yo, corriendo tras una pista que fuera a dar con su paradero, excitado porque iba a volver victorioso a casa, viendo en el rostro de la señora Andrea esa tierna sonrisa de agradecimiento, con una botella de vodka en las manos. Siempre me lo imaginaba. Y al entrar, Marta me preguntaría qué había sucedido y yo tan sólo le quitaría la ropa para hacerle el amor en la alfombra hasta que amaneciera. 
Estaba ahí otra vez, encendiendo el motor, arrancando con la mente ardiendo en miles de posibles escenarios de cómo puede haber desaparecido Juvenal Andrade, recordando las millones de veces que volví derrotado, sin ganas de nada.

"Sé quién es usted por el caso de la niña Fernandez" me dijo la señora Andrea cuando se sentó frente a mi despacho.
Era aquella mujer de piel tersa, oscurecida por el sol capitalino, de ojos negros y profundos y una mirada paciente. Sus pelos castaños se mezclaban con algunas rebeldes canas, que se ahogaban en el moño detrás de su nuca. Poseía una manos rasgadas por el esfuerzo del trabajo, pero siempre bien cuidadas. Y su cuerpo se desparramaba por sus caderas hacia las piernas como aquellas muñequitas de greda que hacen en Pomaire. Es más, si se quedaba quieta sin hablar, llegaba a confundirla.
"No sabía su nombre. En realidad, no lo recordaba. Entonces empecé a averiguar, porque..." dijo y se cortó.
La voz no le salía. Sus ojos parecieron perderse y a la misma vez clamaron por ayuda. Tuvo que contener el llanto, porque era tanto el tiempo perdido, que no había que seguir perdiéndolo, quizás pensó.
"No se preocupe" le dije "¿Cuando fue la última vez que lo vio?"
"El 14 de Agosto" respondió segura
Dos meses.
Anoté en una hoja que tenía encima de mi escritorio. Dos largos e infinitos meses. Eran bajas las posibilidades de que un estudiante de medicina, de clase media baja, se haya escapado por dos meses de jolgorio y sexo con alguna inescrupulosa estudiante de enfermería. Son hombres de esfuerzo. No gastan cuatro años de su vida en un liceo público para, después de haber conseguido puntaje nacional en la PSU, escaparse como un imbécil que no tiene idea qué hará con su vida
Tacha esa estúpida teoría, Hector.
También eran mínimas las posibilidades de que el joven estuviera vivo.
"¿Salió a algún lugar?"
"Al trabajo"
"¿En qué trabajaba?" pregunté sin medir la salida de la palabra y el tiempo que la conjugaba.
En la mente de la señora Andrea aún trabaja en aquel lugar. Y era así, porque me miró con un rostro de disgusto que me retorció por completo.
Pedir disculpas habría sido peor.
"Trabajaba en la sección de pescadería del supermercado que está aquí, en Arturo Prat" confesó "Llevaba un mes ahí. Elias, su mejor amigo le había conseguido la pega. Ese viernes ayudaría con el inventario de su sección y la de carnicería"
Chao, mamita tiene que haberle dicho. Le besó la frente con sus labios entumecidos por la noche fría y salió por la puerta para no regresar.
"Al otro día no volvió"

Pablo se subió nervioso y rápido a mi auto. Me miró con los ojos desorbitados. Era obvio que hace tiempo que no veía una sonrisa en mi rostro. 
"Creo que no te veía así desde que encontraste el cuerpo de Aline" me dijo.
"Pablo, creo saber qué pasó con Juvenal Andrade" le dije.
Sus ojos no podía estar más afuera.

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