viernes, 15 de abril de 2011

Día 41: Los Hijos de Puta siempre dicen que Si

PARTE FINAL

Sabía que la primera cámara que podría grabar mi entrada era la que estaba en la puerta principal. Esa enfocaba toda la esquina de ambas avenidas. Así que antes de aparecer en su campo visual, me coloqué el poleron con capucha y me acerqué al local. Al entrar nadie me reconoció. Para mi suerte y a pesar de que las puertas del supemercado estaban a punto de cerrar, era un día con mucha afluencia de público. Caminé sigiloso hasta carnicería, en donde se suponía estaba sólo mi amigo, repasando a cada segundo el plan. Nada podría salir mal.
"Pensé que saldrías a carretear hoy" me dijo Juvenal al saludarme.
"Funó el carrete" me excusé "Así que llamé al jefe y le dije que vendría a ayudarte con el inventario"
"Que bien. Terminaremos más temprano entonces"
Tú no alcanzarás a terminar

Antes de morir, mientras me desangraba en el suelo, no alcansé a imaginar porqué Elias lo había hecho. Eso sí lo había planeado muy bien, porque no eligió cualquier momento para asesinarme. Movió todas las piezas y esperó hasta un día en que nadie más pudiera hacer inventario para volver y hacerme creer que me quería ayudar. Nunca pude entender por qué mi mejor amigo hizo lo que hizo conmigo.
Sólo puedo recordar el momento en que me giré decidido para contarle que le quería pedir matrimonio a Fernanda, y con agilidad deslizó el cuchillo de lado a lado por todo mi cuello. El aire desapareció. Su mirada estaba vacía. Mi cuerpo de repente no respondió más y me fui al suelo.
Una poza de sangre me humedeció el rostro.

Elias declaró ante el juez que esperó a que el cuerpo de Juvenal se desangrara por completo sobre una mesa de metal en donde preparaban la carne para su venta. Eso le tomó unos quince minutos, ayudando al procedimiento con cortes realizados por él mismo. Cuando la sangre dejó de fluir, lo despojó de sus ropas y luego preparó las bolsas. Tomó el cuerpo inerte de su mejor amigo y lo posicionó en la tabla de la cortadora de hueso, una sierra parecida a esa que se ocupa en modo fijo para cortar troncos de árboles. Primero cortó la cabeza al nivel del cuello. Luego ambos brazos. Lo mismo con sus piernas. Procuró, en menos una hora, reducir a pequeños y casi indestingibles trozos todas sus extremidades. El tronco lo dividió en cuatro partes, y cada parte la fue cortando en cuatro, hasta tener cuadros de carnes que se confundieran con la carne de vacuno normal. Las viceras las molió para mezclarlas con la sangre de los animales que iban llegando. Su ropa la escondió en el entretecho. Y cuando ya había terminado de esparcir su cuerpo en las bolsas de carne que días después se botaban como merma, limpió todo el lugar con quimicos que no dejaban rastro de huellas ni de sangre.
Calculó que demoró al rededor de tres semanas en desecharlo.

Después de condenarlo a una pena de cuarenta años de cárcel sin goces de beneficio, el juez le preguntó
"¿Si tuviera la oportunidad de hacerlo, lo volvería a hacer?"
"Sí" respondío Elias sin vacilaciones.

Los hijos de puta siempre dicen que sí.

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