Creo que todos en algún momento de nuestras vida sufrimos el tan famoso bulling. Ya sea por nuestro desempeño escolar, por alguna condición fisica o simplemente por ser como somos.
Cuando yo tenía cuatro años, al comienzo del despertar de mi consciencia sufría este tipo de ataque por parte de un niño de seis años, al que le decían el Pachagua. No preguntes por qué le decían así a un niño de seis años, de mirada vacía, cara de gorila y un pelo negro chamuscado sobre la mollera. Sólo sé que sus manos regordotas gozaban de encontrarse con mis delicadas mejillas, y con las de muchos otros niños.
Era el Nelson de la población. El temido. Ese que la hacía de malo cuando jugabamos a los policias y los ladrones. Aquel niño que no iba a ningún cumpleaños, porque era un total desagrado.
Quizás por eso era tan ofensivo. Tal vez era el grito de un pequeño demonio queriendo ser aceptado en algún paraiso. Yo creo que su cara de gorilón le jugaba mucho en contra.
Da igual.
La cosa es que un día me encontraba jugando con una amiga y con mi autitos de juguetes en mi jardín, y llegó el Pachagua a la reja de la casa. Mi mami estaba en la patio fumandose un cigarro, y no escuchaba mis gritos de auxilio.
"Dejame entar" me dijo con una voz de un cabro de quince.
"No" le dije a punto de ponerme a llorar.
Le tenía un miedo atróz.
"Quiero jugar con tus autitos"
"Andate" le gritó mi pequeña amiga.
"Sí, andate" me uní yo.
En eso, su mente de ogro, tomó la perilla de la puerta y comenzó a abrirla lentamente.
Es difuso el recuerdo, pero lo único que puedo decir es que me vi tomando una piedra, y después de darme un pequeño impulso se la lancé. Tenía cuatro años. Poseía unos flacuchentos brazos y una punteria despreciable. Sin embargo, la pesada roca atravesó los delgados barrotes de la reja y le rompió un ojo y la nariz.
El Pachagua no lloró. No conocía el dolor. Sólo sintió la sangre escurrir por su rostro, mientra nos miraba con su particular mirada perdida. Luego dio la media vuelta y se marchó.
"Karev" me dijo atonita mi amiga "Le dijiste güeón"
Decir garabatos en esa época era un pecado capital.
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