Somos seres de naturaleza coexistente. Son contadas con los dedos de una mano las veces que de verdad sirve hablar con la almohada y éste responde como una coherente psicóloga. Preferimos reír y llorar en compañía de una voz amiga. Cercana. Se nos abre el mundo cuando hay otro que nos puede escuchar y entender las cosas es menos difícil.
Es de valientes callar cuando se tiene que pedir ayuda.
Es difícil entender por qué y cómo sucedieron las cosas. No podía pensar en nada más porque mi cuerpo me obligó a no pensar en nada y sólo podía sentir que la brisa fresca, teñida del aroma de los alerces y el agua bajo mis pies era una sensación que hace tiempo necesitaba sentir. Me desconecté de la vida y de mi ser. Estaba fuera de todo si y de la misma realidad. No estaba feliz, pero sí estaba tranquilo. Respirar era un tesoro codiciado. Hileras de árboles se desparramaban por los cerros que rodeaban al pequeño pueblo en donde pasaríamos la noche, separando al mundo moderno del pedazo de tiempo-espacio estacando ahí.
Elizabeth tomó su toalla y se alejó de nosotros en dirección a una siesta obligada. El sol, lento y perezoso, comenzaba a abandonar el cielo sureño, rendido a la oposición de aquellas tierras a despedir un calor parecido al de la capital.
"¿Por qué no acudiste a nosotros?" le pregunté a David.
Ocurrió que por esas cosas locas de la vida el Chico terminó con Nadia. Al parecer a la señorita le vino el momento de pataletas gratis y por montones. David no le aguantó. Un cumulo de situaciones lo obligó a poner más presión, y la presión de transformó en una sutil patada en el culo. El viernes, listo para ir a la disco en Concepción y más preparados aún para ir a acampar el sábado, nos llamó diciendo que quería viajar desde Santiago hasta Tomé. Quería mamarse seis horas de viaje sin dar explicación. Le dijimos que se viniera. A los del grupo nunca se les dice que no. Así que, con tintes de locura, a las 12 de la noche tomó un bus en el terminal Sur de Santiago y viajó toda la madrugada hasta el terminal Collao.
"No sé" me contestó mirando al vacío, buscando respuestas a su actitud "Creo que necesitaba estar solo. Simplemente me alejé y decidí lidiar yo con la enfermedad"
La pregunta hacía referencia al cáncer que había sufrido. Una blanca y silenciosa cicatriz se desplazaba cinco centímetros a lo ancho de la parte izquierda de su cuello. Iban a por un ganglio inflamado y se toparon con un pedazo de muerte. La barba se esforzaba por disimular la marca que le había dejado el tumor, recordándole que frente a la vida él no era nadie.
"¿Te sirvió de algo alejarte?" le pregunté.
"Sí" contestó seguro de lo que decía "Me sirvió para darme cuenta de que los necesité más que nunca" declaró "Y que, aunque suene cursi, al final ustedes son mi única familia"
Bajo la poderosa frase, la que nos atravesó sin anestesia, sólo pudimos quedarnos en silencio y escuchar como todo el bosque bailaba bajo el paso del viento hualquino.
No estamos acostumbrados a recorrer el oscuro camino a solas. Siempre necesitaremos de alguien que nos tome del brazo y apunte con una mano decida la linterna hacia el frente. Llenarse de silencio en tiempos de guerra, es batallar sólo contra todo un pelotón, con una exquisita tendencia a perder.
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