Septima Parte
La casa era de ladrillo de roca. Era robusta y lujosa. Al igual que las escaleras que Augusto subió hasta el tercer piso. Eran quizás las nueves de la mañana y el sol bañaba tímidamente el pasillo que daba con las puertas de tres dormitorios. La escuadrilla tenía que estar cerca. Así que sigiloso y caminando casi en puntillas revisó que había detrás de la puerta del costado izquierdo del pasillo. Nada. Hizo lo mismo, siendo azotado por el miedo y el nerviosismo, con la segunda al costado derecho. Nada. Quedaba la última al final del corredor e indudablemente el tipo al que tenía que detener estaba ahí. Aferró con fuerzas el fusil a su cuerpo, se preparó con su dedo rígido sobre el gatillo y con rapidez abrió la puerta.
No entendió absolutamente nada cuando observó a un cuarto quizás más grande que la casa lleno de militares, secretarias, computadores, radios, papeles, ajetreo y bullicio. Menos entendió cuando al parecer nadie notó su presencia ahí. Las secretarias se pegaban con alegocía al teléfono, mostrándose inmunes a cualquier tipo de distracción, mientras anotaban informaciones en hojas o pequeñas libretas. Los militares iban de un lado a otro de la sala, pasando sobre la cablería improvisada desparramada sobre el suelo, llevando papeles desde un escritorio a otro. Y el resto parecía estar coordinando algún tipo de avanzada militar, enviando o recibiendo ordenes desde otro punto de la ciudad.
"Mi General" le dijo de repente una muchacha vestida con una falda negra y una blusa de tela celeste, con el pelo bien tomado en un moño "Los Hunters ya están en el aire, le manda a decir el coronel Leighs" declaró y luego volvió a colgarse del teléfono.
Oh no, pensó Augusto, sintiendo como toda la verdad se agolpaba en su cabeza como un rayo que cae sobre la sierra.
"Mi General" le dijo un soldado joven a su lado, con un radio en la mano "Es Don Patricio. Dice que la infantería y la artillería están listas a dos cuadras de La Moneda. Está esperando que usted de la orden para ejecutar el golpe" le dijo, pasándole el radio con timidez.
Augusto no quería tomar aquel aparato, pero sus brazos y manos inconcientemente se estiraron y cogieron el radio. Las piernas le pesaban y le costaba respirar. No había nada dentro de su cuerpo que quisiera decir Sí, ataquen, pero ya estaba todo listo y el valor y coraje, que se habían expandido como virus letal dentro de él cuando vio los vídeos de todas las atrocidades que iban a suceder, estaban peleando contra el conocimiento de que era imposible poder cambiar la historia.
Apretó el botón que abría la comunicación y escuchó a Patricio Carvajal, quién coordinaría el golpe hasta tener detenido a Allende.
"Está todo listo, Augusto. Estoy esperando tus ordenes para bombardear el palacio de Moneda"
En ese momento el tiempo pareció ir más lento. Las secretarias y soldados seguían trabajando como maquinas de producción, coordinando para que todo saliera a la perfección. El general no sentía el aire entrar en sus pulmones; tan sólo un nudo desgarrándole el estomago y la garganta.
"Aborta el ataque" salió de su boca. Todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo y se giraron a ver al general.
"¡¿Qué?!" preguntó desde el otro lado el hombre que parecía estar sufriendo un infarto.
"Que abortes el ataque. Que los Hunters vuelvan a El Bosque y que la infantería y artillería se retiren del perímetro del palacio de gobierno. Este día no habrá golpe de Estado" dijo Augusto y dejó la radio sobre uno de los escritorios.
Un silencio negro se esparció por el lugar al escuchar la decidida orden del hombre que estaba al frente de todo lo que ya no iba a suceder.
El joven, sintiendo como un gran peso se desprendía de su cuerpo, y parecía flotar de tanta paz, se dio la media vuelta y se dispuso a salir de aquel cuarto.
En ese momento las cuerdas oscilaron...
... y Augusto despertó, dando un salto sobre su cama...
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