Todos centraron la concentración en la dirección desde donde provenía el sonido, que a medida que pasaban los segundos, se lograba escuchar más cerca.
"Son botas" susurró el mas viejo de todos.
Fue cuando de golpe apareció un rectángulo de luz a un metro de distancia frente a ellos, obligandolos a todos tener que cubrirse con los brazos la vista para no sentir el ardor ocular característico al mantenerse un largo período de tiempo sin ver ningún tipo de luminosidad. Luego se escuchó el chasquido de un candado abriéndose y el correr de una manilla. El quejido de dos bisagras abriendo una pesada puerta metálica y un potente rayos de luz se colocó hacia adentro. Un olor a acre ahogó la atmósfera por completo y un aire frío embistió el cuerpo de todos, los cuales encandilados por la presencia de la calcinante luz, no podían moverse.
En el exterior habían dos soldados armados con fusiles AK-47, observandoles como niños estupefactos entrando por primera vez a un acuario. Ambos, automatas, sin decir nada, entraron y tomaron de las ropas a Amanda.
"¡No!" gritó la mujer.
Augusto, notando que dos hombres intentaban llevarse a la que en forma desinteresada lo acogió y entendió en los primeros difíciles minutos ahí, se levantó tratando de olvidar que sus ojos ardían bajo la luz y se abalanzó sobre uno de los fornidos uniformados. Pero su acción fue en vano, ya que de una sola patada en el pecho lo hicieron retroceder tirandolo al suelo.
"¡No se la lleven!" gritó el muchacho.
Pero los dos soldados ya habían salido del cuarto, para después de golpe cerrar la puerta.
Se escucho el deslizamiento de la manilla. El chasquido del candado y todo fue oscuridad otra vez.
En el exterior habían dos soldados armados con fusiles AK-47, observandoles como niños estupefactos entrando por primera vez a un acuario. Ambos, automatas, sin decir nada, entraron y tomaron de las ropas a Amanda.
"¡No!" gritó la mujer.
Augusto, notando que dos hombres intentaban llevarse a la que en forma desinteresada lo acogió y entendió en los primeros difíciles minutos ahí, se levantó tratando de olvidar que sus ojos ardían bajo la luz y se abalanzó sobre uno de los fornidos uniformados. Pero su acción fue en vano, ya que de una sola patada en el pecho lo hicieron retroceder tirandolo al suelo.
"¡No se la lleven!" gritó el muchacho.
Pero los dos soldados ya habían salido del cuarto, para después de golpe cerrar la puerta.
Se escucho el deslizamiento de la manilla. El chasquido del candado y todo fue oscuridad otra vez.
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