Estoy seguro que vacié la casa. Sus gritos desgarradores, hambrientos, eran el de una multitud enfurecida corriendo por las calles.
Ahogado en la adrenalina del momento, crucé la puerta de la casa elegida y me giré para dejarles más migas en el camino a seguir, disparandole a una mujer joven, quizás de unos veinte años. Me fue imposible no notar que el ruido más incomodo los ponía.
En cuatro segundos subí la escalera hasta el segundo piso y me encerré en la pieza matrimonial, la cual daba por una ventana a la calle. Ahí, armándome de valor para brincar desde la ventana al techo del cobertizo y luego al jardín, pude escuchar como poco a poco fueron copando el pasillo entero de la planta superior, buscando a la presa.
Cuando uno de ellos impactó con fuerzas la puerta del dormitorio, me acerqué a la ventana para ver si todos habían entrado. Y así era. Afuera no quedaba ninguno. Todos querían darme muerte. Entonces fue cuando salí hacia el exterior, tocando de inmediato el techo del cobertizo del jardín, cuidadoso de no emitir fuertes ruidos. Adentro, los veinte tantos infectados, trataban de sortear el obstáculo que los separaba de mí.
Sin pensarlo mucho, sólo salté y caí al jardín. Una caída sin novedades para mi poco atlético cuerpo. No podía perder el tiempo. Era el momento. Tomé la pesada y fría granada. Le quité el seguro. Un hombre de camisa y pantalón, al escuchar el sonido, se volteó a mirar que sucedía, encontrándose con mi mirada. Decidí que probar puntería también sería un buen método de defensa, así que con la granada le inferí una lineal herida en la frente, haciendo que se quejara del dolor. Sí, el golpe fue doloroso y contundente.
Cuando se recompuso y se disponía a ir a mi encuentro, la granada ya había dado dos votes en el suelo. El tercero fue su explosión.
La reacción en cadena con el galón de gas fue instantánea. Alejándome, fui victima y testigo de la poderosa y caótica detonación, la cual en segundos hizo volar por los aires gran parte del frente de la casa y las extremidades necróticas de los infectados participes de la trampa salieron despedidas unos buenos metros a través del aire. Todo eso, acompañado de una temeraria, pero solitaria, llamarada de fuego rojo, la cual se extinguió cuando los escombros cayeron y el silencio de hizo del lugar otra vez.
Aquel suceso, me traería consecuencias nefastas horas más tarde.
Después de asegurar que la veintena de infectados yacía exterminada unos varios metros a la redonda, sin perder el tiempo, ya que la noche del quinto día se acercaba rápida, comencé la inspección de la casa de mi amigo. El living, el comedor y la cocina eran un terrible desorden infernal. El paso de la horda había dejado un caos que llevaría horas de trabajo ordenar. El piso, sucio y pegajoso de vino derramado, estaba cubierto por las huellas oscuras de pies ensangrentados, dibujando líneas sin sentido en todas las direcciones. Platos rotos, revueltos con trozos de pan de pascua a medio comer. Vasos pintados con cola de mono. Eran los vestigios de la celebración previa a año nuevo. Eso quería decir que todo tiene que haber sucedido después de las diez de la noche, cuando la celebración estaba siendo preparada o ya estaba lista.
Fue, bajo la lluvia de imperiosas teorías de lo qué pudo haber sucedido aquella noche, cuando la verdad nuevamente se hizo presente con violencia y sin aviso. Tras el ventanal de acceso al patio de la casa, el cual estaba abierto por el corredor derecho, pude ver a Joan... colgado de una soga que tensa lo sostenía amarrado a un fierro del cobertizo.
La reacción en cadena con el galón de gas fue instantánea. Alejándome, fui victima y testigo de la poderosa y caótica detonación, la cual en segundos hizo volar por los aires gran parte del frente de la casa y las extremidades necróticas de los infectados participes de la trampa salieron despedidas unos buenos metros a través del aire. Todo eso, acompañado de una temeraria, pero solitaria, llamarada de fuego rojo, la cual se extinguió cuando los escombros cayeron y el silencio de hizo del lugar otra vez.
Aquel suceso, me traería consecuencias nefastas horas más tarde.
Después de asegurar que la veintena de infectados yacía exterminada unos varios metros a la redonda, sin perder el tiempo, ya que la noche del quinto día se acercaba rápida, comencé la inspección de la casa de mi amigo. El living, el comedor y la cocina eran un terrible desorden infernal. El paso de la horda había dejado un caos que llevaría horas de trabajo ordenar. El piso, sucio y pegajoso de vino derramado, estaba cubierto por las huellas oscuras de pies ensangrentados, dibujando líneas sin sentido en todas las direcciones. Platos rotos, revueltos con trozos de pan de pascua a medio comer. Vasos pintados con cola de mono. Eran los vestigios de la celebración previa a año nuevo. Eso quería decir que todo tiene que haber sucedido después de las diez de la noche, cuando la celebración estaba siendo preparada o ya estaba lista.
Fue, bajo la lluvia de imperiosas teorías de lo qué pudo haber sucedido aquella noche, cuando la verdad nuevamente se hizo presente con violencia y sin aviso. Tras el ventanal de acceso al patio de la casa, el cual estaba abierto por el corredor derecho, pude ver a Joan... colgado de una soga que tensa lo sostenía amarrado a un fierro del cobertizo.
FIN
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