Día 4, Parte 2
Con mis manos sudadas bien aferradas a la escopeta, salí del hall de acceso. No recuerdo nunca haber sentido una sensación tan angustiante de inseguridad. El edificio, de alguna forma, me proveía de seguridad en aquel momento de tal extrañeza. La explanada y la avenida estaban sumidas en el calor extenuante de las cuatro de la tarde y en el silencio de la incertidumbre de lo que fuera a suceder en el siguiente segundo. Con pasos calculados, mirando a todo momento a mi derecha y la izquierda, llegué al vehículo que me había salvado la vida hace cuatro días.
Habría sido un milagro que encendiera. Ahora si que no le quedaba gasolina. Un tercer intento entre la llave y el contacto sería en vano. Me fijé en lo que se estiraba de calle hacia atrás del vehículo, atento a que no fuera a aparecer ninguno de aquellos individuos. No sé porqué, pero era peor ver la avenida vacía y tranquila, que con algún imbécil aletargado tratando de dañarme. Mi mente no podía contrastar lo que veía con lo que había visto el día que salí del supermercado.
Sobre si me giré y observé mi frente. La escena ahora cambiaba completamente. La paz se veía alterada por la presencia penumbrosa de un tanque de guerra y dos jeeps todo terreno del ejercito militar. Casi bloqueando ambas vías de la autopista, se disponían en lo que parecía ser una estratégica posición de defensa, con miras a detener el avance de "algo" que venía desde el sur. Pensé en Joan. Vivía dirección hacia allá.
Siempre cuidadoso, atento a todo tipo de sonido o movimiento, descendí del auto, viendo en ambos vehículos la posibilidad de salir de ahí. No estaban abandonados por que no les quedaba bencina. Eso era seguro.
Al ir avanzando, noté la presencia de un segundo bloqueo. Eran alrededor de seis pequeños diques de cemento, parecidos a los que a veces se ven en las carreteras como barreras de contención. Al igual que los vehículos militares, estos se enfilaban de cordillera a mar, con la misión de detener la circulación de avenida La Florida desde el sur. Recuerdos entrecortados del recorrido que hice desde el supermercado hasta mi departamento se posaron en mi mente. Vi destrucción y muerte en mi oscuro viaje. Era por eso que no asimilaba ver una calle tan vacía de vehículos chocados y cadáveres tirados a su suerte. Entonces más allá del bloqueo militar, estaba lo que mi mente esperaba ver.
Apuré el paso, al mismo tiempo que elegía el jeep que usaría para viajar a Puente Alto, a la casa de mi amigo. El afortunado fue el que estaba al costado derecho del tanque, vehículo pesado que le daba gravedad a la situación que vivió la ciudad la noche de año nuevo, con su imponente cañón apuntando con ímpetu hacia el sur. Los otros dos todo terreno hacían su papel igualmente, provistos de ametralladoras de un alto y potente calibre.
Finalmente llegué al bloqueo final: los diques de cemento. Queriendo tragarme la escena completa y no por parte, agaché la mirada mientras me subía sobre la barrera de concreto... y luego observé. Al frente se enfilaban cuatro eternas columnas de vehículos de todos los tipos: automóviles, micros, camionetas, furgones, camiones. Las hileras a momentos eran cortadas abruptamente por la marca de la explosión de algún proyectil de alto poder destructivo, dejando ver el esqueleto de algún automóvil calcinado sobre el asfalto negro del paso violento del fuego. Otros transportes evidenciaban la trayectoria o el impacto de alguna bala de ametralladora.
Sin embargo, aquellos elementos en el paisaje, tan de un campo de batalla, no le daban el toque de crueldad como lo hacían los cuerpos mutilados de personas tirados en los espacios que dejaban los vehículos. A través de todo el espacio, se podían observar a hombres, mujeres y niños, alcanzado por alguna bala, incinerados por el fuego, muertos en sus autos o con pequeñas o grandes partes de sus cuerpos diseccionadas.
En resumen, lo que se había vivido ahí había sido una total masacre.
Dudé de viajar al sur. El abandono de los vehículos militares suponía una retirada por parte del ejercito, una retirada que les impidió llevarse el tanque y ambos jeeps. Sin embargo, la tranquilidad de la escena me decía otra cosa.
Lo mejor era no pensar mucho. Me bajé del dique de cemento y empiné carrera hasta el jeep que me iba a llevar a saber si Joan había escapado de tamaña catástrofe. Dando un salto para subirme, me senté en el amplio asiento del piloto. Observando el omnipotente panel de control, tiré la escopeta en el sillín del lado y exploré el contacto. Era obvio, la retirada había sido de alta emergencia; las llaves colgaban intactas. Encendí el motor. Puse marcha atrás y por ambos retrovisores me fijé en no estrellarme con nada.
Fue en eso, de un momento a otro y sin esperarlo, cuando los gruesos brazos de lo que parecía ser un soldado, me envolvieron el cuello desde atrás del asiento en donde estaba. Por el rugido de su voz, sin lugar a dudas era un soldado infectado...
Con mis manos sudadas bien aferradas a la escopeta, salí del hall de acceso. No recuerdo nunca haber sentido una sensación tan angustiante de inseguridad. El edificio, de alguna forma, me proveía de seguridad en aquel momento de tal extrañeza. La explanada y la avenida estaban sumidas en el calor extenuante de las cuatro de la tarde y en el silencio de la incertidumbre de lo que fuera a suceder en el siguiente segundo. Con pasos calculados, mirando a todo momento a mi derecha y la izquierda, llegué al vehículo que me había salvado la vida hace cuatro días.
Habría sido un milagro que encendiera. Ahora si que no le quedaba gasolina. Un tercer intento entre la llave y el contacto sería en vano. Me fijé en lo que se estiraba de calle hacia atrás del vehículo, atento a que no fuera a aparecer ninguno de aquellos individuos. No sé porqué, pero era peor ver la avenida vacía y tranquila, que con algún imbécil aletargado tratando de dañarme. Mi mente no podía contrastar lo que veía con lo que había visto el día que salí del supermercado.
Sobre si me giré y observé mi frente. La escena ahora cambiaba completamente. La paz se veía alterada por la presencia penumbrosa de un tanque de guerra y dos jeeps todo terreno del ejercito militar. Casi bloqueando ambas vías de la autopista, se disponían en lo que parecía ser una estratégica posición de defensa, con miras a detener el avance de "algo" que venía desde el sur. Pensé en Joan. Vivía dirección hacia allá.
Siempre cuidadoso, atento a todo tipo de sonido o movimiento, descendí del auto, viendo en ambos vehículos la posibilidad de salir de ahí. No estaban abandonados por que no les quedaba bencina. Eso era seguro.
Al ir avanzando, noté la presencia de un segundo bloqueo. Eran alrededor de seis pequeños diques de cemento, parecidos a los que a veces se ven en las carreteras como barreras de contención. Al igual que los vehículos militares, estos se enfilaban de cordillera a mar, con la misión de detener la circulación de avenida La Florida desde el sur. Recuerdos entrecortados del recorrido que hice desde el supermercado hasta mi departamento se posaron en mi mente. Vi destrucción y muerte en mi oscuro viaje. Era por eso que no asimilaba ver una calle tan vacía de vehículos chocados y cadáveres tirados a su suerte. Entonces más allá del bloqueo militar, estaba lo que mi mente esperaba ver.
Apuré el paso, al mismo tiempo que elegía el jeep que usaría para viajar a Puente Alto, a la casa de mi amigo. El afortunado fue el que estaba al costado derecho del tanque, vehículo pesado que le daba gravedad a la situación que vivió la ciudad la noche de año nuevo, con su imponente cañón apuntando con ímpetu hacia el sur. Los otros dos todo terreno hacían su papel igualmente, provistos de ametralladoras de un alto y potente calibre.
Finalmente llegué al bloqueo final: los diques de cemento. Queriendo tragarme la escena completa y no por parte, agaché la mirada mientras me subía sobre la barrera de concreto... y luego observé. Al frente se enfilaban cuatro eternas columnas de vehículos de todos los tipos: automóviles, micros, camionetas, furgones, camiones. Las hileras a momentos eran cortadas abruptamente por la marca de la explosión de algún proyectil de alto poder destructivo, dejando ver el esqueleto de algún automóvil calcinado sobre el asfalto negro del paso violento del fuego. Otros transportes evidenciaban la trayectoria o el impacto de alguna bala de ametralladora.
Sin embargo, aquellos elementos en el paisaje, tan de un campo de batalla, no le daban el toque de crueldad como lo hacían los cuerpos mutilados de personas tirados en los espacios que dejaban los vehículos. A través de todo el espacio, se podían observar a hombres, mujeres y niños, alcanzado por alguna bala, incinerados por el fuego, muertos en sus autos o con pequeñas o grandes partes de sus cuerpos diseccionadas.
En resumen, lo que se había vivido ahí había sido una total masacre.
Dudé de viajar al sur. El abandono de los vehículos militares suponía una retirada por parte del ejercito, una retirada que les impidió llevarse el tanque y ambos jeeps. Sin embargo, la tranquilidad de la escena me decía otra cosa.
Lo mejor era no pensar mucho. Me bajé del dique de cemento y empiné carrera hasta el jeep que me iba a llevar a saber si Joan había escapado de tamaña catástrofe. Dando un salto para subirme, me senté en el amplio asiento del piloto. Observando el omnipotente panel de control, tiré la escopeta en el sillín del lado y exploré el contacto. Era obvio, la retirada había sido de alta emergencia; las llaves colgaban intactas. Encendí el motor. Puse marcha atrás y por ambos retrovisores me fijé en no estrellarme con nada.
Fue en eso, de un momento a otro y sin esperarlo, cuando los gruesos brazos de lo que parecía ser un soldado, me envolvieron el cuello desde atrás del asiento en donde estaba. Por el rugido de su voz, sin lugar a dudas era un soldado infectado...
Continuará...
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