Soraya
me miró como si fuera el último eslabón en la cadena alimenticia. Pero me miró.
“Buenos
días” me dijo y torció rauda su camino hacia el sur.
Sólo
la vi alejarse.
Mi celular vibró con ímpetu en mi bolsillo
“Compa.
Estoy en recepción ¿Qué pasó?”
“Karev,
necesito que vengas AHORA a personal” me dijo Joselyn grave desde el otro lado.
“ok”
Colgué
y seguí revisando el problema que me tenía en bodegas. El celular volvió a
sonar.
Extrañado
contesté.
“De
verdad, te necesito acá”
Su
voz fue más grave aún. Algo malo pasaba.
Corrí
por los pasillos hasta la escalera y en dos saltos llegué al segundo piso.
Adentro, en la oficina, todas las del grupo me esperaban en un silencio total.
Soraya, sentada en su asiento, me miró fingiendo una sonrisa con sus ojos
ahogados en lágrimas.
Lo
primero que pensé fue en su hija. El día anterior me la pillé en unos de los
teléfonos de las oficinas, organizándose para salir. Su pequeña nena había
caído en un cuadro de fiebre otra vez.
“Me
voy” me dijo y se despidió con un beso cerrado.
Quizás
era su hija la que estaba mal y ella tenía algo grave que comunicarnos.
“Bueno,
los llamé a todos para decirles que he renunciado”
En
milésimas de segundos todas cruzaron miradas. Yo no pude moverme. Sólo me quedé
observándole en el momento que se quebró en un llanto reprimido. Luego miré a
Joselyn, la cual impactada la contemplaba.
Elena
fue la primera en acercarse y con un abrazo le dio fuerzas por el delicado
momento que estaba pasando. Luego, un poco más tranquila, nos explicó que su
hija había sido atacada por un resfriado nuevamente y que no pasarían más de
dos semanas para que volviera a caer. Su inmaduro sistema inmunológico aún no
se afirmaba del todo. Y las causas y las consecuencias de no tener con quién
dejarla, la llevó a presentar su renuncia.
Y
volvió a quebrarse.
Ahora
fui yo el que se acercó. La abracé con fuerzas y ella pareció no querer
soltarse.
“¿Por
qué así?” le pregunté cobijándome en su hombro.
“Porque
tiene que ser así” me dijo con la voz en un hilo.
Al principio Soraya fue para mí una mina amargada, gruñona, explosiva y repulsiva. Y se lo dije ayer en su despedida, cuando con un nudo en la garganta me tocó hablar. Sin embargo, poco a poco fui conociendo a la verdadera mujer que había dentro de ella. Por sobre todo, una valiente con un alma llena de coraje, que no le importó el tiempo que llevaba en la empresa y saltó al vacío por su hija. Amor de madre tan grande que aún no puedo entender, pero que valoro mucho.
“Ahora,
en este momento de oscuridad y pena, todo será muy difícil” le decía cuando nos
encontramos en las ventanas “Pero más adelante se te pagará con creces este
sacrificio. Y será así porque lo hiciste por tu hija, que es lo que más te
tiene que importar hoy”
Por
llorona, sus ojos se cristalizaban al instante. Me miró y me regaló aquella
sonrisa que tanto la caracteriza. Entonces pensé en decirle que no se merecía
todo lo que le había sucedido, pero para el día presente estaba demás. Sólo
había que nutrirla de fuerzas para que pudiera partir enfocada en su objetivo
principal: su retoña.
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