No le gustó escuchar que le dijera que ese día
quería salir con sus amigas. No entiende bien de donde viene ese explosivo
sentimiento. No entiende de dónde salió. De pronto siente que tiene que dejar
salir una incontenible ira al ver los ojos de aquella repugnante mujer, cuando
le contradice algún deseo.
Partió por la pequeña mesita del té, esa que
compraron hace cuatro años, dos días antes que le entregaran el departamento.
Ella se soltó de su mano cuando la vio en la fábrica de muebles y saltando en
felicidad le rogó que compraran aquella.
La mesa dio dos giros en el aire, cayendo al
suelo estrepitosamente después que las tazas, los platos, los cubiertos, el
frasco de azúcar, el contenedor de la mermelada y el mantel de flores
campestres. Fue una potente explosión sobre el piso, en donde fragmentos de
loza y té se desparramaron hasta la sala de estar.
Adán se acercó temerario hasta el frente de
Diana, la cual acurrucada en su silla y con los brazos protegiendo su cabeza,
esperaba el momento en que su novio se descargara contra si por haberle dicho
que prefería salir con sus amigas en vez de acompañarlo al cumpleaños del
primo.
Él, de un metro ochenta y gruesos brazos, no
entendía por qué tenía que incrustarle los puños o tirar de su pelo. Lo único
que sabía era que la sensación de satisfacción se desbordaba por su cuerpo
cuando veía sucumbir el frágil cuerpo de la muchacha bajo los impactos de sus
golpes. Entonces, bajo imperiosos gritos, alzó su brazo izquierdo. Pero algo increíble
ocurrió.
Entre los dos, de la nada, apareció un sujeto.
Ser un hombre fue lo primero que percibieron del intruso, quién vestido de
camisa blanca, pantalones negros, zapatos y cubierto con una pasamontañas de
lana, detuvo en el momento preciso el golpe de Adán. El hombre, un tanto más
bajo que el agresor, se giró hacia Diana y le penetró una inquisidora mirada.
La muchacha por dos segundos creyó reconocerle.
En eso ambos, agresor y salvador, desaparecieron.
La joven quedó sola en el departamento.
Genova ardía bajo las agresivas y contantes
erupciones de mega volcanes. Su atmosfera estaba recién fecundando aire
respirable. Y poco faltaba para que el oxigeno pudiera participar de la
creación de vida. Adán y el misterioso hombre aparecieron de pronto sobre un
terreno alejado de la lava, pero que no se salvaba de los terremotos
protagonista en aquella era.
El agresor no se pudo sostener debido a que el
aire era casi irrespirable, cayendo en cuatro patas al piso. El enmascarado, sin
mirarle, le aclaró:
"El aire está en su pleno génesis. El
planeta está terminando de formarse. Si quieres respirar, debes hacerlo
lentamente"
El joven, no logrando encajarse la extraña idea,
hizo caso del consejo y pudo sentir como el aire, aunque un poco mezquino,
lentamente comenzó a llenar sus pulmones. Luego observó al tipo que se había
cruzado en la discusión. ¿Quién era aquel misterioso hombre?
"Ella te ama ¿Sabes? Siempre te ha amado. Y
tú... tú eres un maldito bastardo, prisionero del miedo a que te deje" le
dijo, tomándolo de sus ropas para levantarlo "Te dejaría aquí, esperando a
que tus pulmones se llenen del dióxido que expele aún esta joven tierra, pero
está el riesgo de cambiar la historia y causar un caos en el Universo. No es
plan de nadie tu presencia aquí. Así que escúchame bien. Si vuelves a tocarla,
me voy a encargar de que tu alma y mente desaparezcan de esta realidad. Te
llevaré a vivir a un lugar en donde no hay espacio ni tiempo, en donde caerás
constantemente hacia la nada. Y amigo, te juro que tu mente no va a poder
soportar vivir así en eternidad... ¿Entendido?"
Adán sintió como el miedo le hacía trizas las
entrañas, no dudando que aquel hombre no fuera a cumplir su promesa. Sólo pudo
asentir.
Ambos, nuevamente, desaparecieron.
Esmeraldas estaba sumida en los tibios aires de
una tarde próxima. La inmersión del tiempo y el espacio hizo que se produjera
una fuerte explosión antes que Adán y su compañero de viaje aparecieran ahí. En
las cercanías no había nadie.
El enmascarado, soltando al joven, caminó
dirección al sur, alejándose de él.
"¿Quién eres?" le preguntó el muchacho.
"Alguien que la ama con el alma"
contestó el héroe y desapareció.
Adán quedó solo en aquella baldía playa.
A las horas después, luego de pensar en todo lo que
había vivido, caminó hacia las calles de Esmeraldas, averiguando que aquella
hermosa bahía se encontraba en el norte de Ecuador.
Sólo pudo sonreír al pensar en cómo iba a llegar
a su departamento en Concepción.