468 días antes, Parte 1
Fue todo rápido y agresivo. Recuerdo que dos corpulentos paramédicos embistieron la puerta de acceso al hospital, gritando que todos se hicieran a un lado en el pasillo. Luego dos paramédicas entraron raudas con la camilla de la ambulancia, y arriba de ella el herido del cual nos habían comunicado.
"Ataque sorpresivo a carabineros. Un herido grave en camino. Signos vitales bajos" chicharreó la radio.
Solté el lápiz y me asomé por la puerta de mi oficina hacia el mesón de atención. Ahí Lorena y Jacinta trabajaban sobre algunos exámenes. Les pedí que prepararan la sala de urgencias y todos los cuidados que solicitaba la abismante situación.
"¿Dónde?" me preguntó una de las funcionarias.
"Box 1" le dije.
La camilla pasó frente a mí y pude ver a un hombre muy mal herido, quizás inconsciente, tirado sobre ella. Su rostro ensangrentado por heridas en su cuero cabelludo, denotaba la brutalidad del ataque que había recibido. Detuvieron la camilla al lado de la tabla de urgencias y se alistaron para cambiarlo. Yo me ocupé de una de las puntas inferiores de la sábana. Desde el pasillo los paramédicos se hicieron parte del momento y también se ocuparon de uno de los lados de la manta que cargaba al maltrecho carabinero.
"Uno, dos, tres" dijo la paramédica que me había preguntado en dónde lo atenderíamos, una mujer treintona, de mirada decidida y una respingada nariz, la cual había tenido tiempo de amarrarse con un cole su negro pelo.
"Hombre de unos veinticinco años. Recibió una embestida por parte de un caballo.TEC abierto en la zona occipital. Fractura de clavícula. Posible hemorragia pulmonar" informó la mujer.
Lorena y Jacinta lo conectaron a las maquinas de monitoreo, al oxigeno y al suero. Los paramédicos retiraron la camilla para dejarnos trabajar. Escuchando todo lo que dijo la funcionaria, sólo pude imaginar el momento en que el caballo desesperado y nervioso por algo que lo alertó cayó sobre su dueño con toda su pesada corpulencia. Kilos y kilos de hueso y músculo sobre el rostro. Las posibilidades de darle una oportunidad de vida en un hospital tan austral como en el que me encontraba eran escasas.
"Signos vitales bajos" declaró Jacinta, pendiente del monitor.
"No tiene reflejos" dije grave, al chequear el estímulo de sus pupilas.
"Dificultad al respirar" me dijo Lorena.
"Intúbalo" le ordené.
Tomé mi estetoscopio y abriéndole la camisa verde, lo deslicé para escuchar qué diantres ocurría adentro de su pecho. Había fluidos importantes desparramándose por todos lados. Era todo un caos. Detrás, la señal sonora del monitor de su pulso me indicaba que estaba a punto de colapsar. Quizás no podría aguantar el mortal ataque que había recibido.
"¿Lo entubaste, Lorena?"
"Si, doctora" exclamó.
"Preocúpate de el TEC en su cabeza. Usted, ayúdelo con el respirador" le dije a la paramédico que comandaba al equipo.
Bajo la orden, mi enfermera corrió apresurada tras los implementos de limpieza y sutura. Había que ser ágiles y eficaces si lo que se quería era triunfar. Fue en eso que el intermitente pitido del monitoreo de su pulso pasó a convertirse en una tenue y sostenida nota.
"¡Colapsó!" gritó la paramédico.
Su corazón se había detenido... En ese momento sentí que todo se volvió lento y pesado. Los rostros de espanto de todos al ver que la vida de aquel hombre se apagaba, se desplegaban hacia el techo como horribles espectros en una mala pesadilla. Tenía que hacer algo.
"¡Paletas!" grité.
Jacinta corrió tras el carrito reanimador que con mucho esfuerzo el alcalde de Frutillar nos había comprado.
"200" pedí que cargara.
La maquina emitió un zumbido que fue de menos a más, y luego se encendió la luz que indicaba que ya estaba lista la carga. Posé con fuerzas las paletas sobre su pecho y me dispuse a realizar la descarga.
"Despejen"
Y pum. Silencio total... El pito de su corazón detenido se volvió a hacer presente.
"250" le ordené a Jacinta, la cual de inmediato configuró la carga.
Volví a generar la descarga. Su cuerpo se pegó penosamente a las paletas y luego volvió a caer a la camilla.
Nada.
"300" ordené nuevamente.
La enfermera no entendió mi insistencia. Los demás tampoco. Pensaban que el carabinero ya había partido. Yo no. Realicé la nueva descarga y fue lo mismo, el pito era el único que no dejaba de sonar.
"No te vayas" susurré.
Cargué yo misma la maquina. Me puse con fuerzas sobre su pecho y disparé.
Sonido magistral y omnipotente el de su pulso latiendo otra vez. Su corazón se puso en marcha nuevamente...
Continuará....