domingo, 15 de mayo de 2011

Día 55: Nunca

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Guzt sentía adrenalina. Más que nerviosismo, era adrenalina. Como un niño apunto de cometer una travesura, le sonreía estando de pies, con las manos cruzadas detrás de la espalda.
"Entra tú primero"
Miró hacia el pasillo. No había alma caminando. Se giró hacia la bodega y dirigió fuerte el paso, entregado a que sucediera lo que tuviera que suceder. El cuartito ahogado en repisas llenas de ropas y cajas estaba atrapado en un cubo de silencio, siendo a veces azotado por el paso de algún ruido sin origen. Una tímida ampolleta se asomaba entremedio de los cerros de cajas con interior desconocido, alumbrando con vergüenza la maldad. 
Fue cuando ella entró.
"Estoy nerviosa" dijo.
"Tranquila" dijo Guzt, engrosando un poco la voz, para darle la sensación de decisión y control. Se acercó cariñoso, jurando ir de a poco.

Me llamó desesperado. La noche ya se había tragado por completo a Puente. Me tuve que devolver, sabiendo que no sería capaz de soportar las millones de posibles cosas que podrían haberle sucedido golpeándome la mente la media hora que dura el regreso a casa. Crucé la calle, esquivando un colectivo, cuidándome de las micros y entré nuevamente al supermercado. Me adueñé del teléfono de SAC y lo llamé.
No sé porque siempre me ha costado la primera vez. Quizás es la instintiva reacción de mi ser al primer estimulo. Desconocido. Lo escuché sollozando en el auricular. Nunca le había visto derramar una lágrima, pero esa noche estaba llorando al otro lado del cable.
"Sólo quería que me escucharas"
"Esto sirve de muy poco" le dije "No valdrá de nada si el día de mañana vuelves a lo mismo"
"Lo sé. Pero esto se acabó"
No tenía la lista en el bolsillo para anotar el número de veces que me había dicho lo mismo: Esto se acabó.
Reí para adentro. No me reiría en su oreja. 
Lo habían humillado otra vez. Otra vez pisoteado. Ahora él estaba sentado en esa silla, mirando el computador, con una sensación de asco e ira en la boca del estomago. Se habían reído a sus espaldas por un largo tiempo. Habían jugado a que juntos se pasaba mejor que cuando ella estaba con él. Había ganado otra vez, a costa de dolor y heridas a la dignidad. Pero qué importa. No hay castigo para sus errores. No tiene justicieros que la atrapen.
No supe qué sentir. Rabia siempre es la primera sensación. Pero luego recuerdo que de nada sirve luchar por él, si después todas las peleas pierden sentido cuando corre nuevamente a sus brazos. Entonces me convierto en un libro de mil páginas, en las cuales sólo se repite una frase: "Ya va a pasar"
Era el fin del ciclo. Se supone que no partirá nuevamente. Es lo que siempre promete. Es siempre la misma mierda. 
Se acabó.

Pero nunca acaba. Y lamentablemente me enteré de la forma que más odio.


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