miércoles, 29 de agosto de 2012

Día 192: La Fuerza del Querer

Día 7, Parte 8

Es extraño. Debería estar recordando mi vida completa, desde mi niñez hasta el momento en que la bomba cae sobre Santiago. Pero mi mente siempre fue tan terca y rebelde; lo único que dispara es el momento en que voy saliendo de la cárcel. El año de presidio terminaba. Joan tomó mi bolso y me abrazó. No me dijo nada. Tan sólo sonrió. Antonia se colgó de mi cuello y al borde de las lágrimas me besó la cara. Al otro lado de la calle Joel y Sara esperaban en el vehículo. La pelirroja me miraba con una sonrisa de complicidad en su rostro.
"¿Por qué estás aquí?" me preguntó de pronto Leandro.
El sobreviviente de la zona cero me observaba tranquilo, sumido en paz, entregado al momento. Me dejó saber con su temple que no temía a morir. Yo no lo respondí.
"Escondido en la cámara de frío del supermercado, podía escuchar a la muchedumbre gritar. Eran desgarradores gritos de dolor y desesperación. Trataron de sobrevivir, pero todo intento era en vano. Sentí que era el fin y que el mundo completo iba a estar en la misma situación. Podía escuchar a mujeres llorando, niños gritando y hombres luchando contra algo desconocido. Ellos querían vivir, pero algo de mayor fuerza se los impidió. Me sentí pequeño. En ese momento, cuando mi cuerpo y mente no fueron capaces de seguir oyendo y caí derrotado, supe que nunca más iba a querer escuchar y estar en esa fosa infernal. Si había sobrevivido, era por algo. Siempre creo que las cosas pasan por algo. Y si algo me dejó vivir, fue para esto; para traer este galón de gas y llevarlo hasta Concepción. Quizás descubran la cura y todo esto termine" 
Joan, Antonia y Sara habían entrado hace una semana a mi casa y le habían realizado una exhaustiva limpieza y orden. Fue reconfortante verla tan llena de sol y color. Estaba ordenada como hace tiempo no la veía así. Era hasta acogedora. No me era extraña. Y en ella estaba Sara, recorriendola, abriendo las ventanas cerradas. Yo no podía quitarle la vista ¿Qué era eso?
Silva estuvo hasta el cansancio emitiendo la señal de auxilio por todas las onda de frecuencias posibles. Esperaban a que los lugareños de la costa en donde íbamos a caer escucharan el llamado desesperado. Carabineros también era una opción. Perez, que tenía que pilotear el avión hasta el final, se preocupó de apretar con fuerzas los cinturones de seguridad. Yo estrujé con la misma intensidad la correa que por ningún motivo tenía que soltar. Junto a Leandro, John y Silva llevaríamos el estanque de gas a la superficie. 
"¿Crees en los milagros, Eliseo?" me preguntó Leandro.
Negué de inmediato.
"Creo en la fuerza del querer" le dije.

En eso el avión se estrelló contra el mar. Todo es oscuridad otra vez.
Maldita oscuridad.


Continuará...

lunes, 27 de agosto de 2012

Día 191: Minutos

Día 7, Parte 7

"Bien. Escúchenme. Debajo los asiento hay un chaleco salvavidas y un tanque de oxigeno personal" decía John, cuando una mano me tomó del hombro izquierdo y me giró hacia atrás. Era Leandro.
"Ven. Ayúdame" me dijo, conduciéndome hacia la parte trasera del avión.
Allá, casi en la cola, la atmósfera era un poco más oscura pero silenciosa. El muchacho había tomado algunas correas que sacó de por ahí y el chaleco salvavidas que nos indicó el teniente. Se inclinó sobre el piso del Hércules, en donde había lo que parecía ser un galón de gas largo y ovalado. 
"Toma" me dijo pasándome una de las correas, observando concentrado el cilindro "Amarralo con fuerzas en esa punta" me pidió.
Sin preguntarle de qué se trataba, escuchando como John instruía a los sobrevivientes de cómo íbamos a salir del avión después que se estrellara, comencé a atar la correa. Iba a suceder tal hecho y yo ni siquiera podía imaginármelo. En pocos minutos íbamos a estar rodeados de agua; algo inevitable. En pocos minutos, nuevamente, íbamos a luchar por vivir algún día más. ¿Resistiríamos el impacto? Tampoco podía responder tal drástica pregunta.
En eso llegó Silva. Su semblante de soldado raso se había convertido a capitán de carácter temible. No le había temblado la mano al momento de tener que detener una situación tan tensa cómo se había vivido hace unos minutos. Sin decir nada, apoyó la labor de Leandro. Tomó el chaleco salvavidas y lo amarró al centro del galón. ¿Qué era ese galón? ´Más adelante sería la respuesta a muchas preguntas.
"Diez minutos para impacto" dijo Perez desde los paneles de mando.
El C-130 dio una pequeña sacudida. Los sobrevivientes comenzaron a alistarse. John llegó y me entregó el chaleco salvavidas y el pequeño tanque de oxigeno. 
"Silva. Comienza a trasmitir la señal de auxilio" le ordenó el teniente.
El técnico ya había terminado de adosar el salvavidas al tanque. Se levantó y fue a su puesto de trabajo. 
Lo que respectaba al cilindro, ya estaba totalmente amarrado. Cuatro marras colgaban de toda su estructura y en el medio, aferrado con mucha fuerza, se encontraba el chaleco. 
"Toma ese extremo, Eliseo" me dijo el piloto, apuntando a una de las correas.
"¿Qué es esto?" les pregunté a ambos.
En la zona de los asientos se comenzaban a sentir los primeros sollozos. El miedo de lo inevitable estaba invadiendo los cuerpos como una serpiente que de a poco va presionando el brazo. En minutos tendrían una incierta respuesta a una lacerante pregunta ¿Viviríamos?
"Después de salir de mi escondite en el supermercado..." comenzó a explicarme Leandro "Subí hasta el techo y saqué este cilindro de gas. Es uno de los que liberó el virus sobre la multitud atrapada. Pensé que si lo traía, algún médico o científico podría examinarlo y deducir qué fue lo que liberaron. No sé. Quizás detener toda esta pesadilla"
El muchacho dejaba destellar un haz de esperanza en sus ojos. Él podía ver el final de todo esto.
"Es por eso que estoy aquí" agregó
"5 minutos para impacto" se escuchó decir a Perez.


Continuará...

jueves, 23 de agosto de 2012

Día 190: Crisis

Una vez más gracias. Es una placer llevarlos a pasear por mundos que a veces tienen belleza y luz, y en otras ocasiones extrañeza y perturbación. Aquí les dejo la sexta parte de la historias de zombies.
Si se tratara de un libro, se podría decir que estamos en la mitad de la historia. El montón de páginas que hemos leído es del mismo tamaño de las que quedan por leer.


365 días antes


Pasó todo un tanto rápido. Y es que la anestesia del dolor y la aceptación de la partida de mis padres y hermano, hacía que me perdiera en el tiempo y espacio. Me detuvieron a las horas de la agresión propinada al chofer que les dio muerte. Me formalizaron.
"¿Cómo se declara el acusado?" recuerdo que me preguntaron.
"Culpable"
Entonces el tiempo comienza transcurrir a su velocidad normal y comencé a vivir mis 12 meses de presidio por agresión con heridas graves e invasión a la propiedad privada habitada. Estoy sentado en mi celda. En mis manos, tibio aún, está el pastel de choclo que Joan y Antonia me había dejado hace unos veinte minutos. En aquellos momentos en donde sabía que había perdido todo y que sólo me quedaba la compañía de los recuerdos de los años nuevos junto a mi familia, las Navidades y los cumpleaños, era valido tener mi plato favorito la noche del 31 de Diciembre del 2010. Faltaban horas para que el año terminara.
"Eliseo, tienes visita" me dijo el gendarme detrás de los barrotes de mi prisión.
Lo miré extrañado. Mis visitas ya habían venido. Pero el guardia no llevaba rastro de duda en sus ojos. Alguien en la sala de visitas reclamaba mi presencia. Preguntándome quién podría ser, me pongo de pies y me preparo para salir. 
El gendarme me abrió la puerta.
"Cinco minutos" ordena.
De espaldas los pelos de rojos de una mujer me esperaban. Al notar mi aproximación, se giró y fijo me miró a los ojos. Era Sara, la mejor amiga de Antonia. 
"Hola" logré modular aún más extrañado. 
Miré hacia atrás y sólo podía ver a la muchacha en los cumpleaños de la polola de mi amigo. La recordaba junto a Joel, su novio. La recordaba topandomela en la cocina haciendo algún trago. Sin embargo, ella me miraba como si los recuerdos entre ambos fueran más de los que yo podía recordar. Y más extraña se volvía la situación al notar que en el fondo de sus ojos el cristal de fuertes sensaciones se reflejaba con fuerzas.
"Estuve los tres días de velorio de tus padres y hermano" dijo de pronto como liberándose de una carga inmensa "Quizás sólo recuerdes el momento en que te di el pésame, pero aunque sea difícil de creer o explicar, estuve los tres días allí. Sé que no tengo excusa para hacer lo que hice, y quizás tampoco tenga una buena y convincente explicación para estar aquí. Pero te juro que luché contra mí para entender qué era lo que me impedía irme. De verdad quería saber porqué no podía salir de ahí. Los tres días no fueron suficientes para responderme. Tampoco estos nueve meses. Entonces me enfoqué en tratar de olvidarme, de olvidarte, de pensar que sólo fue un poderoso gesto de buena voluntad y nada más. Porque cosas así no le suceden a nadie, como también te sucedió a ti"
Tuvo que parar. Yo estaba destrozado. Mi ceguera había sido inmensa. La incondicionalidad de una persona había rondado mi vida y yo sólo la había dejado pasar. Y entonces no me sentí tan solo.
"Pero no pude, Eliseo. No pude olvidar esa fuerte sensación de querer estar contigo e impedir que nada te pase" me declaró "Y hoy día vengo aquí a tratar de entender porqué"

Día 7, Parte 6

El hombre a mi lado le conectó un derechazo a John, derribandolo de inmediato al piso. Instintiva fue la reacción de Silva, el cual saltando de su asiento, le apuntó un arma al sobreviviente que había colapsado frente al crónico momento.
"¡Nosotros recibimos ordenes!" gritó Silva. John como pudo se puso de pies "Nosotros no dejamos caer esa bomba y lo saben bien. Nosotros los rescatamos a ustedes y ahora nuevamente los vamos a salvar" dijo.
Un silencio oscuro se hizo de todo el avión. A lo lejos la luz de la explosión comenzaba a disiparse.
"Quince minutos para impacto, teniente" dijo Perez desde su asiento.



Continuará...


lunes, 20 de agosto de 2012

Día 189: La Crespa

Ayer vi a La Crespa. Me acuerdo de ella cuando tenía veintiuno. Con Roberto ibamos a trabajar a la Farfana y siempre la veíamos en la micro. Se sentaba en la ventana, en los asientos de atrás, acompañada siempre por el mismo hombre. Yo pensaba que era su pololo, porque aunque no intercambiaban palabra alguna, entre ellos parecía haber un extraño lazo de complicidad.
Mi compañero me decía que no lo eran.
"¿Entonces es coincidencia que se sienten juntos todos los días?" le preguntaba.
Tenía una frondosa, fresca y brillante cabellera crespa, como fabricada con ciencia milimetrica. Se la peinaba sobre la mollera, acentuando la cristalidad de sus ojos que fijos se mantenían todas las mañanas en el reflejo de la ventana.
A veces me daba la sensación de que era una suerte de maniqui y que el gorilón que siempre iba a su lado era un simple modista o diseñador de vestuario.
A Roberto le gustaba demasiado. Decía que no podía quitarle la vista a su pelo, a sus ojos, a su piel blanca. Despertaba envuelto en la esperanza de algún día tener la suficiente valentía para hablarle. De por lo menos escuchar la voz que saldría de sus labios.

En ocaciones la no la veiamos por semanas. A veces todos los días.

Ayer la vi en la tele. Le puso un combo a un camarografo a la salida del tribunal, echandole a demás un par de puteadas.
Tres meses después que dejé de trabajar en la Farfana, supe que Roberto le había hablado. La Crespa no le dio el placer de escuchar su voz. Tan sólo le dio una orden al gorilón que iba a su lado, quién le dio tres puñaladas en el dorso.
Roberto ahora se va sentado adelante.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Día 188: Loop

El celular de Marta vibra en su bolsillo. Las puertas del metro ruta verde se abren de par en par y el andén se pobla de una multitud de zapatos chocando y personas hablando. Ese cosquilleo al ver el nombre de Gabriel en la pantalla le llena el vientre. Presionó el link con el dibujo de un  auricular verde en la zona inferior izquierda de la pantalla y se llevó el móvil a la oreja.
"Hola, corazón" escucha la voz de su novio.
"Hola, vida ¿Dónde vienes?" le pregunta.
"No me vas a creer" le dice Gabriel desde el otro lado, con un tono de voz seco "Me bajé aquí en Los Héroes para combinar hacia Universidad de Chile, pero me equivoqué y tomé el metro hacia San Pablo, Me di cuenta cuando aparecí en estación República--"
"Que eres volado" le interrumpe Marta riendo "Devuélvete, amor. Yo estoy aquí, en Universidad de Chile, esperándote"
El metro cierra las puertas y comienza a salir de la estación. 
"Si lo hice, Marta. Hace tres minutos me cambié de andén y tomé el metro hacia Universidad de Chile" declara Gabriel con un tono de preocupación "Llegué a Los Heroés. Salí de esa estación y volví a aparecer en Republica"
La joven no entiende. Frunciendo el seño, mirando hacia todos lados, pensando que su novio le estaba haciendo una broma, le vuelve a preguntar:
"¿No te has devuelto o qué?"
"Marta, sé que suena ilógico lo que te estoy diciendo, pero te prometo que he intentado tres veces volver a Universidad de Chile y sigo apareciendo en la misma estación" dice Gabriel sin rastro de querer jugarle una broma.
"No es chistoso. Te estoy esperando" le dice la muchacha, sintiendo como un extraño calor le subió por la garganta.
"No es un chiste, Marta" le dice él "Dame una buena razón por la cuál no querría verte" 
La joven no sabe qué contestar. Lo que le estaba sucediendo a su pololo era raro y preocupante. Estaba atrapado en lo que era un posible loop de tiempo y espacio. No podía salir de su propio error. Pero cosas así no sucedían. Era algo sacado de un libro de terror.
"Gabriel, toma el metro que venga" le dice ella. 
Marta se tuvo que levantar de su asiento. La desesperación por tenerlo y sacarlo de ahí la estaban invadiendo sin poder resistirlo.
"Está llegando. Voy a subirme" dice el muchacho.
La joven pudo escuchar el sonido de las ruedas frenando sobre los rieles. Definitivamente él estaba en la estación de metro. Luego vino el ajetreo del cambio de pasajeros; personas subiendo, otras bajando. De fondo se escucha el pito de alarma del próximo cierre de puertas. Acto seguido, las puertas se cierran.
"Estoy saliendo de la estación" relata Gabriel.
"Amor ¿No es una broma, cierto?" vuelve a preguntarle Marta.
"Te lo juro que no, corazón" dice serio el joven.
Ella no volvería a preguntar. Ahora sólo se esmeraría en rescatar a su novio de tan extraño suceso.
"Voy en el tunel" dice su novio. 
Ella espera a que detrás se escuché la metálica voz de la mujer por los altoparlantes anunciando la siguiente estación. Eternos segundos en los que el metro en donde iba Gabriel iba cruzando el bajo suelo. A veces se iba la señal. Hasta que de pronto escucha.
"Estación Los Héroes. Lugar de combinación a línea 2"
"Estoy en Los--"
"Si lo sé, Gabriel" lo interrumpe Marta. 
Detrás las personas bajan, suben, se chocan, conversan y se ríen. Suena el pito. Las puerta se cierran. Si es verdad lo que dice su novio, el metro debería aparecer en República. Si es mentira, la mujer de los altoparlantes debería decir "La Moneda"
Gabriel nuevamente se mete en el tunel. Es cuando un pequeño pitido suena en la línea.
"¿Qué fue eso?" le pregunta la muchacha.
"Espera"
Dos segundos de silencio.
"Es la batería. Le queda un 20% de carga" dice un preocupado Gabriel.
"Amor..."
"Estación República" se escucha de fondo.
El sonido desapareció de los oídos de Marta. Era inconcebible lo que había escuchado. Todos los músculos de su cuerpo se contrajeron y le fue imposible moverse. El aire se congeló en sus pulmones. Su cuerpo no le respondía.
"¿Qué es esto?" se preguntó Gabriel apunto de quebrarse.
"No te bajes" le dice la joven "Sigue hasta la otra estación. Deberías aparecer en Unión Latino Americana" dice con un atisbo de esperanza.
"Bueno" dice él un poco esperanzado también.
Se cierran las puertas. El tiempo avanza. La línea amenaza con cortarse pero no lo hace. Al celular de Gabriel le queda un 15% de carga. 
"Estación Los Héroes" se escucha decir a la mujer.
Imposible.
"No te bajes" vuelve a decir Marta. Por primera vez, en aquellos aterradores minutos de conversación,  teme no volver a ver a su novio "Sigue"
"Bien" le dice él.
Pasan un montón de segundos y la mujer vuelve a sonar por el altoparlante.
"Estación República"
"¡Sal de ahí!" le grita la muchacha.
Se escucha el abrir de las puertas. Gabriel corre y sus pulmones jadean vibrantes adentro de su pecho. Marta cae de rodillas al suelo pidiendo que la pesadilla terminara. Su novio va subiendo las escaleras. Las largas e inclinadas escaleras.
"No puede ser" dice el joven, apunto de perder la razón.
"¿Qué sucede?" le pregunta ella casi llorando "¿Qué cresta pasa?"
"Al termino de la escalera, hay dos metros de pasillo y luego aparece otra escalera que baja al andén de la estación" explica Gabriel "No hay torniquetes ni puertas de salida"
Su celular tiene 10% de carga.
"No" susurra Marta.
"Esto es imposible"
"¡Ven Gabriel!" le grita ella llorando. 
Pasajeros que esperan que llegue el metro, se acercan a ayudarla.
"No puedo" dice él "Nunca voy a poder" dice bajando las escaleras. 
Nuevamente llega al andén.
"¡Tienes que salir de ahí!" le dice ella nuevamente "Tienes que venir"
Suena la alarma de la carga. La batería tiene 5% de energía.
"Marta--"
"No se te ocurra rendirte" le dice ella.
"Perdóname, mi amor"
La muchacha niega con la cabeza y explota en un reprimido llanto. 
"Te juro, Marta, que lo que más quiero en estos segundos es ver tu rostro. No puedo pensar en nadie más. Mi mente no lo permite. En estos momentos en los que sé que nunca más veré a nadie, increíblemente sólo puedo pensar en ti. Y es raro, porque traté de que fueras nadie, pero inevitable fue y te convertiste en mi todo. Entonces pasa esto. Estoy a punto de quedar atrapado aquí para la eternidad, sin comunicación, y me doy cuenta que sólo quiero verte una vez más. Aunque sea la última" Gabriel se silencia y luego lanza "Te amo, Marta y me enamoré de ti la primera vez que te vi"
La llamada se corta.
Marta grita.
Los pasajeros no entienden que le pasa a la pobre muchacha.
El metro llega a la estación.

Gabriel nunca más apareció.

domingo, 12 de agosto de 2012

Día 187: Título

El título del correo reza "Resultados Examen de Título Carrera Técnico en Telecomunicaciones"
Si el corazón late a 120 pulsaciones por minuto, el mío era el motor de una locomotora. 
El primer recuerdo que dispara mi mente es el del día cuando entré por primera vez a una clase en DUOC. Un tipo delgado, de terno y lentes me hace pasar. Me siento no sabiendo todo lo que iba a vivir.
"Tú eres el mas inteligente del mundo" me alentó Emilia.
Sin pensarlo tanto, abrí el correo. No quise respirar. Quería correr, cerrar los ojos, saltar y sentir la tierra tocando mis pies al otro lado del abismo otra vez.
Instintivamente, mis ojos se focalizaron de golpe en la palabra destacada en rojo "Reprobado" 
Recordé las horas sin sueño. Las horas de estudio. Los segundos que pasaba tratando de concentrarme en leer y no en pensar qué iba a pasar si no aprobaba. Pensé en la primera prueba; un fiasco. Pensé en la segunda; una inyección de tranquilidad. Y recordé la tercera; una base de confianza.
Leo los rut's de los reprobados. Sólo hay uno que parte en 17 millones. Los otros dos comienzan en 16 millones. Leo tres veces el rut que parte con 1 y 7. No es el mío. Quiero levantar los ojos y ver la miradas de todos los que esperaban el resultado y sonreírles. No decir nada más. Quiero entrar a mi pieza y caer de espaldas sobre mi cama. Quiero levantarme, salir al balcón y ver el mar, mientras que ella me atrapa con un abrazo y un beso en el cuello.
De bajo de un lamentable 3,6 está mi 5,2. La segunda mejor nota del grupo. Lo único que puedo hacer es gritar. Mi pupilo me mira sonriendo.
"¡Me titulé!" y empuño las manos hacia el cielo.
Le agradezco a Dios, si es que me echó una ayudita.
Llamo a mi vieja. Llamo a mi viejo. Llamo a Emilia. Abro el notebook y le escribo a Jack. Esa misma noche deberíamos haber salido con Isabella a tomarnos una cerveza para celebrar, como siempre lo hacíamos. Pero sólo puedo escribir.

Todo terminaba. Todo comenzaba.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Día 186: Otras Vidas

Emilia sueña que vive en tiempos inmemorables, cuando los vestidos eran grandes y los vehículos eran carretas tiradas por caballos, cruzando tierrales de caminos hacia la costa. Los hombres andaban con suspensores y las damas eran damas y las putas, putas.
Está tendida sobre una pradera de trigales, acompañada de un naranjo atardecer. Es entonces cuando aparece la silueta de un hombre que le da la espalda.
"No entiendo quién será" me dice intrigada. "No sé qué significa"
"Quizás en la siguiente vida, soñarás que estás en una fiesta en Diciembre y verás a un hombre que te está dando la espalda. No recordarás nada. Entonces te vas a hacer la misma pregunta que te estás haciendo ahora" le dije.

Emilia dibuja una pequeña curva en sus labios y sus ojos brillan como el filmamento más palpitante de estrellas. No es necesario que diga lo que siente.

sábado, 4 de agosto de 2012

Día 185: Así

Así cuando sonreías sin razón. Así cuando me servías con cariño un trago, mezclando el momento con conversación para disimular el nerviosismo de la situación. Así cuando me mirabas sin importar que el resto tratara de entender qué iba a pasar. Así cuando bailábamos rogando que hubiera un cariño casual. Así cuando no me querías soltar.

Así, cuando no quieres que el mundo siga girando y todos desaparezcan; así te quiero, y te voy a abrazar para ver si puedo hacer que el mundo pueda girar otra vez.