Es extraño. Debería estar recordando mi vida completa, desde mi niñez hasta el momento en que la bomba cae sobre Santiago. Pero mi mente siempre fue tan terca y rebelde; lo único que dispara es el momento en que voy saliendo de la cárcel. El año de presidio terminaba. Joan tomó mi bolso y me abrazó. No me dijo nada. Tan sólo sonrió. Antonia se colgó de mi cuello y al borde de las lágrimas me besó la cara. Al otro lado de la calle Joel y Sara esperaban en el vehículo. La pelirroja me miraba con una sonrisa de complicidad en su rostro.
"¿Por qué estás aquí?" me preguntó de pronto Leandro.
El sobreviviente de la zona cero me observaba tranquilo, sumido en paz, entregado al momento. Me dejó saber con su temple que no temía a morir. Yo no lo respondí.
"Escondido en la cámara de frío del supermercado, podía escuchar a la muchedumbre gritar. Eran desgarradores gritos de dolor y desesperación. Trataron de sobrevivir, pero todo intento era en vano. Sentí que era el fin y que el mundo completo iba a estar en la misma situación. Podía escuchar a mujeres llorando, niños gritando y hombres luchando contra algo desconocido. Ellos querían vivir, pero algo de mayor fuerza se los impidió. Me sentí pequeño. En ese momento, cuando mi cuerpo y mente no fueron capaces de seguir oyendo y caí derrotado, supe que nunca más iba a querer escuchar y estar en esa fosa infernal. Si había sobrevivido, era por algo. Siempre creo que las cosas pasan por algo. Y si algo me dejó vivir, fue para esto; para traer este galón de gas y llevarlo hasta Concepción. Quizás descubran la cura y todo esto termine"
Joan, Antonia y Sara habían entrado hace una semana a mi casa y le habían realizado una exhaustiva limpieza y orden. Fue reconfortante verla tan llena de sol y color. Estaba ordenada como hace tiempo no la veía así. Era hasta acogedora. No me era extraña. Y en ella estaba Sara, recorriendola, abriendo las ventanas cerradas. Yo no podía quitarle la vista ¿Qué era eso?
Silva estuvo hasta el cansancio emitiendo la señal de auxilio por todas las onda de frecuencias posibles. Esperaban a que los lugareños de la costa en donde íbamos a caer escucharan el llamado desesperado. Carabineros también era una opción. Perez, que tenía que pilotear el avión hasta el final, se preocupó de apretar con fuerzas los cinturones de seguridad. Yo estrujé con la misma intensidad la correa que por ningún motivo tenía que soltar. Junto a Leandro, John y Silva llevaríamos el estanque de gas a la superficie.
"¿Crees en los milagros, Eliseo?" me preguntó Leandro.
Negué de inmediato.
"Creo en la fuerza del querer" le dije.
En eso el avión se estrelló contra el mar. Todo es oscuridad otra vez.
Maldita oscuridad.
En eso el avión se estrelló contra el mar. Todo es oscuridad otra vez.
Maldita oscuridad.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario