Capítulo Once
Parte 1
Incomodo sonó el maldito teléfono en medio de la cálida noche. Con el sabor de las pesadillas de ese extraño último fin de semana en la base fronteriza Atacama, buscó el auricular en la omnipotente oscuridad. Era Angelo desde el otro lado.
"El gobierno nos traicionó, camarada" dijo loco como siempre "Te necesito"
De los cuatro narcotraficantes, uno resultó con la cabeza reventada y falleció al instante. Al que iba manejando, Javier lo tenía apuntalado con su fusil de guerra, con hambre de presionar el gatillo, extaciado por la situación que se mezclaba entre gritos y garabatos "Bajense los conchesumadres" Su respiración se aceleró y su corazón golpeteaba con rabia su pecho. Recordó el momento en que le echó la pastilla molida a la sopa del sargento, una de las mismas que le daban a los caballos de la base para que se adormecieran y poder así hacerle examenes que incluían meterles el brazo entero por el recto. A esas horas dormía como un caballito en su cama. Mientras que ellos tomaban detenidos a los narcos bolivianos que ilegalmente venían cruzando la frontera hacia el pueblo. Angelo tomó entre sus manos la ropa de Heriberto Piña y olvidando que el pobre hombre se había dado fuertes vuelcos dentro de su camioneta, lo levantó y lo dejó de pies. El boliviano, un hombre de contextura delgada y tonificada, aturdido por los golpes y una herida abierta en su frente, como pudo trató de estabilizarce y de entender que la cosa que lo había levantado era un muy extraño lobo negro. Trató también de recordar que mierda se había jalado para, después de un choque, llegar a ver a un lobo negro de pies. Los ojos oscuros de la bestia lo miraban fijos y atentos a lo que hacía. Entonces se giró hacía la luz y logró ver a sus hombres apuntalados con fusiles por soldados chilenos. Los habían atrapado. Al frente Pedro vestido de Judas, con la mirada baja, era la explicación a todo. Los había delatado y ahora tenía que dar una buena excusa para safar de la complicada situación.
"¿Por qué nos chocaron?" le preguntó a lo que para él era la alucinación de su mente podrida en drogas.
"¿Usted es Heriberto?" le preguntó Angelo.
El lobo negro hablaba. Haya sido lo que haya sido que se metió a la nariz, era muy bueno.
"Ese soy yo. Al que chocó con su camioneta, señor Lobo" contestó Heriberto.
Angelo dudó si los movimientos del narco eran los de un hombre borracho o los de uno aún aturdido por el choque. Sea lo que sea que todavía lo tenía con sus sentidos apagados, le hacía ver al conscripto como un extraño animal o una alucinación quizás. Entonces Martinez decidió tomar el cráneo del animal y quitárselo, así su rostro quedó al descubierto de la noche que lentamente comenzaba a teñirse de la luz del alba.
Heriberto rió estrepitosamente.
"¿Usted asesino a una niña en el bar del pueblo hace dos noches?" le preguntó Angelo.
Todos pusieron atención a la respuesta. El boliviano no dejaba de reír. El conscripto paciente esperaba, sintiendo cada segundo pasar del extraño momento.
"Eso da lo mismo" dijo finalmente "Lo que le hice a ella da absolutamente lo mismo. En realidad, a ustedes les tiene que dar lo mismo. Ustedes no puden hacer nada haya o no hecho algo. El ejercito no puedo interferir en estos tipos de situaciones. Sólo deben velar por la seguridad de la frontera, algo que también da lo mismo porque si se dan cuenta aquí no hay frontera. Y si llevamos más allá toda esta lamentable situación, ustedes no deberían estar aquí, porque tu, pendejo, no debes ni siquiera tener edad para cargar un fusil"
De repente quedó la sensación de que todo se había ido a la mierda y que el siguiente paso que había que dar era correr y olvidarse de ser soldados. Pero había uno que no movió musculo alguno. Ángelo se acercó y le clavó la mirada en la parte más profunda de su alma.
"¿Fue usted?" le volvió a preguntar.
"Si. Yo fui" dijo soltando una pequeña risita ironíca "¿Sabes lo estrechas que pueden ser las niñas de esa edad? Son lo mejor. Si no sabes lo que es sentir eso deberías experimentarlo. Es más, si dejamos este impás de lado, yo invito esta noche el primer trago y nos vamos de jarana hasta que no demos más ¿Qué dicen?"
"¿Por qué lo hizo?" le preguntó el conscripto. Parecía no escuchar lo que Heriberto decía.
El narcotraficante notó que sus palabras no iban a caer a los oidos de nadie y eso lo incomodó un tanto. Fue por eso que su rostro cayó en una seriedad amenazante de estallar en rabia.
"Porque yo le doy sustento a este pueblo que tu país olvidó. Por mí comen, duermen y beben agua. Es por mí que viven y pueden darle una vida digna a sus hijos. Gracias a mí el desierto aún no se los traga. Me deben mucho más que la zorra de una pendeja. Muchos más. En estos rincones del mundo, las personas nos regimos por otros tipos de leyes, diferentes a las tuyas. Así que pesca tu mierda de coraje y llevártelo de aquí, mira que poco te va a servir"
Sin previo aviso, Angelo cortó sus lacerantes y punzantes palabras con un derechazo que lo envió directo al suelo. Los demás soldados no dejaban de mirar los pasos que el conscripto iba dando. La sensación de ver que nada lo detendría y que todo llegaría muy lejos los tenía demasiado nerviosos. Querían arrancar, pero sabían que sería más terrorifico ver el rostro de Ángelo molesto por la traición. Heriberto, aún más aturdido, como pudo buscó ponerse de pies. El conscripto, siendo calcomido por el recuerdo de las palabras del narcotraficante refiriéndose a lo sucedido con la pequeña, se quitó la piel que colgaba del resto de su cuerpo y cogió una soga que llevaba entre sus ropas. Pateó duramente en el estomago al boliviano que se venía parando y lo tomó de los pelos de la nuca, arrastrándolo hacía la camioneta. Lo dejó caer y amarró con la cuerda sus muñecas. La noche se ahogó en una manta azulada de muerte. Las estrellas arrancaron....
Parte 1
Incomodo sonó el maldito teléfono en medio de la cálida noche. Con el sabor de las pesadillas de ese extraño último fin de semana en la base fronteriza Atacama, buscó el auricular en la omnipotente oscuridad. Era Angelo desde el otro lado.
"El gobierno nos traicionó, camarada" dijo loco como siempre "Te necesito"
De los cuatro narcotraficantes, uno resultó con la cabeza reventada y falleció al instante. Al que iba manejando, Javier lo tenía apuntalado con su fusil de guerra, con hambre de presionar el gatillo, extaciado por la situación que se mezclaba entre gritos y garabatos "Bajense los conchesumadres" Su respiración se aceleró y su corazón golpeteaba con rabia su pecho. Recordó el momento en que le echó la pastilla molida a la sopa del sargento, una de las mismas que le daban a los caballos de la base para que se adormecieran y poder así hacerle examenes que incluían meterles el brazo entero por el recto. A esas horas dormía como un caballito en su cama. Mientras que ellos tomaban detenidos a los narcos bolivianos que ilegalmente venían cruzando la frontera hacia el pueblo. Angelo tomó entre sus manos la ropa de Heriberto Piña y olvidando que el pobre hombre se había dado fuertes vuelcos dentro de su camioneta, lo levantó y lo dejó de pies. El boliviano, un hombre de contextura delgada y tonificada, aturdido por los golpes y una herida abierta en su frente, como pudo trató de estabilizarce y de entender que la cosa que lo había levantado era un muy extraño lobo negro. Trató también de recordar que mierda se había jalado para, después de un choque, llegar a ver a un lobo negro de pies. Los ojos oscuros de la bestia lo miraban fijos y atentos a lo que hacía. Entonces se giró hacía la luz y logró ver a sus hombres apuntalados con fusiles por soldados chilenos. Los habían atrapado. Al frente Pedro vestido de Judas, con la mirada baja, era la explicación a todo. Los había delatado y ahora tenía que dar una buena excusa para safar de la complicada situación.
"¿Por qué nos chocaron?" le preguntó a lo que para él era la alucinación de su mente podrida en drogas.
"¿Usted es Heriberto?" le preguntó Angelo.
El lobo negro hablaba. Haya sido lo que haya sido que se metió a la nariz, era muy bueno.
"Ese soy yo. Al que chocó con su camioneta, señor Lobo" contestó Heriberto.
Angelo dudó si los movimientos del narco eran los de un hombre borracho o los de uno aún aturdido por el choque. Sea lo que sea que todavía lo tenía con sus sentidos apagados, le hacía ver al conscripto como un extraño animal o una alucinación quizás. Entonces Martinez decidió tomar el cráneo del animal y quitárselo, así su rostro quedó al descubierto de la noche que lentamente comenzaba a teñirse de la luz del alba.
Heriberto rió estrepitosamente.
"¿Usted asesino a una niña en el bar del pueblo hace dos noches?" le preguntó Angelo.
Todos pusieron atención a la respuesta. El boliviano no dejaba de reír. El conscripto paciente esperaba, sintiendo cada segundo pasar del extraño momento.
"Eso da lo mismo" dijo finalmente "Lo que le hice a ella da absolutamente lo mismo. En realidad, a ustedes les tiene que dar lo mismo. Ustedes no puden hacer nada haya o no hecho algo. El ejercito no puedo interferir en estos tipos de situaciones. Sólo deben velar por la seguridad de la frontera, algo que también da lo mismo porque si se dan cuenta aquí no hay frontera. Y si llevamos más allá toda esta lamentable situación, ustedes no deberían estar aquí, porque tu, pendejo, no debes ni siquiera tener edad para cargar un fusil"
De repente quedó la sensación de que todo se había ido a la mierda y que el siguiente paso que había que dar era correr y olvidarse de ser soldados. Pero había uno que no movió musculo alguno. Ángelo se acercó y le clavó la mirada en la parte más profunda de su alma.
"¿Fue usted?" le volvió a preguntar.
"Si. Yo fui" dijo soltando una pequeña risita ironíca "¿Sabes lo estrechas que pueden ser las niñas de esa edad? Son lo mejor. Si no sabes lo que es sentir eso deberías experimentarlo. Es más, si dejamos este impás de lado, yo invito esta noche el primer trago y nos vamos de jarana hasta que no demos más ¿Qué dicen?"
"¿Por qué lo hizo?" le preguntó el conscripto. Parecía no escuchar lo que Heriberto decía.
El narcotraficante notó que sus palabras no iban a caer a los oidos de nadie y eso lo incomodó un tanto. Fue por eso que su rostro cayó en una seriedad amenazante de estallar en rabia.
"Porque yo le doy sustento a este pueblo que tu país olvidó. Por mí comen, duermen y beben agua. Es por mí que viven y pueden darle una vida digna a sus hijos. Gracias a mí el desierto aún no se los traga. Me deben mucho más que la zorra de una pendeja. Muchos más. En estos rincones del mundo, las personas nos regimos por otros tipos de leyes, diferentes a las tuyas. Así que pesca tu mierda de coraje y llevártelo de aquí, mira que poco te va a servir"
Sin previo aviso, Angelo cortó sus lacerantes y punzantes palabras con un derechazo que lo envió directo al suelo. Los demás soldados no dejaban de mirar los pasos que el conscripto iba dando. La sensación de ver que nada lo detendría y que todo llegaría muy lejos los tenía demasiado nerviosos. Querían arrancar, pero sabían que sería más terrorifico ver el rostro de Ángelo molesto por la traición. Heriberto, aún más aturdido, como pudo buscó ponerse de pies. El conscripto, siendo calcomido por el recuerdo de las palabras del narcotraficante refiriéndose a lo sucedido con la pequeña, se quitó la piel que colgaba del resto de su cuerpo y cogió una soga que llevaba entre sus ropas. Pateó duramente en el estomago al boliviano que se venía parando y lo tomó de los pelos de la nuca, arrastrándolo hacía la camioneta. Lo dejó caer y amarró con la cuerda sus muñecas. La noche se ahogó en una manta azulada de muerte. Las estrellas arrancaron....
Continuará...