viernes, 22 de julio de 2011

Día 80: Poseidón

Eran las cuatro de la madrugada. No había llegado la totalidad de los invitados, así que me puse a bailar con la compañera de universidad de mi amigo, la cual sonriente miraba a todas las parejas disfrutar de la música del celular que habían conectado al equipo de audio. Asintió a mi propuesta y, dejando su vaso de vodka con Sprite encima de la mesa, se unió conmigo a la fila de baile. Sólo quedó una chica, prima de la mejor amiga de mi amigo, sentada en el sillón, mirando atenta mensajes en su teléfono. 
A esas horas ya no importa si te sabes el nombre de la otra persona, sólo te importa que el roce de la línea que separa a la caballerosidad de la osadía sea casi imperceptible. Fue entonces cuando se escuchó un brutal golpe en la calle, seguido de un ruido de piedras rodando o cayendo con violencia. Antes de que sucediera lo inevitable, mi mente sólo de me dejó pensar que un camión carguero se había dado vuelta en la esquina del pasaje. Fue entonces cuando el agua reventó el vidrio de la ventana delantera de la casa y con una atemorizante rapidez inundó todo el living y comedor. De música y risas todo pasó a ser sonido de cosas chocando con otras y desesperados gritos de mujer. El agua me golpeó y al parecer me fue a tirar al fondo de donde se ubicaba la mesa, y me hizo azotar contra la pared y las sillas. Quizás estropeó el sistema eléctrico de la casa, ya que la ampolleta dejó de dar luz. A momentos, en aquellos escasos segundos, se formaban poderosas corrientes que te llevaban de un lugar a otro, hundiéndote en lo que era una furiosa piscina de agua fría y salada.
"¡¡¡Benjaaaa!!!" escuché que gritaban.
Braceé lo que más pude y volví a salir a la superficie oscura. El agua no cesaba de entrar, dejando cada vez menos espacio para poder respirar. Había que salir de ahí. Recordé en forma nítida, con luz y riendo mientras comíamos el asado, la escalera que daba al segundo piso. Agudicé mi vista para notar en donde estaba. Era la cocina. Entre mis piernas pasó el cuerpo inerte de uno de los invitados. Quizás era una de las chicas. Tal vez mi compañera de baile.
"¡¡¡Benjaaa!!!" escuché otra vez.
A pesar de todo el horrible ruido que hacía el agua al pasar, pude notar que los desesperados llamados de mi nombre provenían desde el segundo piso. Nadé contra la fuerte corriente, que se aprontaba a escapar por la puerta del patio, chocando mis brazos contra el cielo del primer piso. Fue entonces cuando, antes de que el agua ocupará todo el lugar, vi la silueta oscura de una mujer luchando contra la sorpresiva catastrofe. Inhalé todo el aire que pude y comencé la parte más difícil de la batalla; no morir. Ya no quedaba lugar para respirar.
Al saber cual podría ser mi posible final en aquella extraña noche, mi mente comenzó a disparar escenas, sonidos y recuerdos de muchas cosas. Lo primero fue un pensamiento en donde estaban mis viejos. Tal vez a esas horas estaban durmiendo sin saber lo que yo estaba viviendo. Después fue el angelical rostro de Elena durmiendo entre mis brazos. Quizás no iba a poder volver a su casa a pedirle disculpas por haber escapado a Iquique al saber que no me amaba. Las noticias de las siete diciendo de inusual actividad volcánica en el océano. El eterno desierto detrás de la ventana del bus. 
Llegué a la escalera. Me aferré a los escalones y con todas las fuerzas que me quedaban subí hasta el segundo piso. En eso un potente crujido, largo y sostenido, hizo vibrar a toda el agua marina que también había ahogado con su eterno poder todo el segundo piso. No había como respirar. No había como vivir. Tal vez las ventanas eran la única oportunidad para ver si los pulmones me dejarían llegar hasta la superficie. Nuevamente se escuchó un crujido, ahora más fuerte y poderoso. Fue cuando vi a mi amigo flotando muerto junto a su polola. La casa no pudo más frente a la fuerza del paso del agua y se derrumbó por completo.

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