Con Jack, después de la pega y el instituto, íbamos al 14 y nos comprábamos un sangurucho de treinta centímetros en Subway. Le pegábamos la mascada al pan, con carne, con tomate, con aceitunas, con pastas varias. Nos comprábamos la bebida más grande y ahí pasábamos la tarde.
Si no había plata para Subway, comprábamos un sandiwch de dudosa procedencia en la feria de Las Canteras, en donde una señora de pelo crespo, resguardada por un carrito, preparaba con carne asada y lechuga el emparedado, y con su Coca de litro y medio nos íbamos para su casa.
Y si ya quedaban pocos días para fin de mes, tirábamos dos paquetes de tallarines y le echábamos harta mantequilla, a demás de la infaltable Coca-Cola.
Eran tardes geniales, con conversaciones largas y películas medias tristonas, pero geniales.
El otro día las recordé, cuando pasé frente a Subway.
"Aquí comíamos con Jack" le dije a Emilia "Nos comíamos los medios sanguruchos"
Otras veces nos tomábamos una cerveza o un ron en las noches. Y cuando ya preparábamos algo más armado y más contundente, Bonita nos acompañaba a reír un rato, a hablar de la vida.
Tardes alargadas, noches eternas, bajo el humo de sus cigarros y el acompañamiento de algún tema viejo.
Jack llega en diecinueve días más de Arica. Parece que fue ayer cuando nos despedimos en el paradero. Han pasado cinco meses desde ese día. Cinco meses en donde más ha crecido que ha retrocedido. Me contó que ya sabe disparar sin que le tiemble la mano, reducir a individuos y esposar muñecas.
"Que estai grande cabro culiao" le dije.
"Lo único que quiero es estar allá, verte a ti y a Isabella. Quiero sólo llegar" me contestó.
:')
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