Esa tarde en silencio y oculto crucé Santiago bajo la mirada tempestuosa de una tarde fría y oscura, atenta a mi caminar. De pronto había pensando en Emma y sentí que me hacía falta. Con la cara cubierta con una bufanda, metí las manos en mis bolsillos y procuré apurar el paso. La noche estaba próxima.
Los sovurbios de la ciudad se encontraban siempre inmersos en esa suspensiva tranquiladad, inhospitos de alegría, con sus pasajes azules de humedad, penumbrosos de soledad. Llenos de casas apiladas, como cobijandose del frío.
Golpee fuerte a su puerta. Ella abrió y una nube invisible de gas me retorció la nariz.
"Mami" le dije un poco mareado "Hay mucho olor a parafina"
"Es que recién prendí la estufa, hijo" me contestó.
"Tení que tener cuidado" le refuté, abriendo las ventanas.
"¡Tanta cuestión!" se quejó "De algo hay que morirse
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