Capítulo Uno
Lo fueron a tirar lejos, donde se duda si la escena es real o una mala pesadilla. De eso poco se acordaba ahora. Tan sólo se preocupaba de respirar bien y correr los más rapido que sus piernas le permitian correr, y si alcanzaba el aliento, girarse a ver donde venía su cazador. Se me olvidaba que también llevaba un fusil de guerra en su mano izquierda. No supo nunca por qué en una fracción de segundo recordó que su brazo más fuerte era el izquierdo y en la misma fracción decidió cargarlo en la misma mano, para que no fuera un estorbo al momento de correr. El sol alargaba de forma tetrica su sombra sobre el pedegroso terreno de la montaña que estaba apunto de acabarse en una cima de punta chata y extensa. El cielo ya no era azul marino; el tiempo lo transformó en un gris azulado. La tarde avanzaba a una velocidad abismante, siendo devorada con hambre por la noche eterna. ¿Por qué? Se preguntó. Estiró más las piernas para extender la ventaja. El aire entraba rasgante por su garganta. Sus pulmones parecían despegarse del neopren adosado al interior de su pecho al momento de contraerse. La vista se nubló un poco. El ente corría tras él sin ninguna gota de cansancio. Fue entonces que alcanzó la cima y pudo ver un interminable desierto que se perdia en los confines de la capacidad ocular, en una nebulosa mezcla de oscuros oasis perdidos y los últimos escasos rayos del sol que burlesco y cobarde escapaba para no mirar como lo asesinaban. Sintió que bajo la impenetrable oscuridad de la noche atacameña no tendría chance de escapar de la bestia que lo perseguía y tal sensación le hizo perder las fuerzas y el equilibrio, comenzando así una golpeada y violenta caida ladera abajo.
Lo fueron a tirar lejos, donde se duda si la escena es real o una mala pesadilla. De eso poco se acordaba ahora. Tan sólo se preocupaba de respirar bien y correr los más rapido que sus piernas le permitian correr, y si alcanzaba el aliento, girarse a ver donde venía su cazador. Se me olvidaba que también llevaba un fusil de guerra en su mano izquierda. No supo nunca por qué en una fracción de segundo recordó que su brazo más fuerte era el izquierdo y en la misma fracción decidió cargarlo en la misma mano, para que no fuera un estorbo al momento de correr. El sol alargaba de forma tetrica su sombra sobre el pedegroso terreno de la montaña que estaba apunto de acabarse en una cima de punta chata y extensa. El cielo ya no era azul marino; el tiempo lo transformó en un gris azulado. La tarde avanzaba a una velocidad abismante, siendo devorada con hambre por la noche eterna. ¿Por qué? Se preguntó. Estiró más las piernas para extender la ventaja. El aire entraba rasgante por su garganta. Sus pulmones parecían despegarse del neopren adosado al interior de su pecho al momento de contraerse. La vista se nubló un poco. El ente corría tras él sin ninguna gota de cansancio. Fue entonces que alcanzó la cima y pudo ver un interminable desierto que se perdia en los confines de la capacidad ocular, en una nebulosa mezcla de oscuros oasis perdidos y los últimos escasos rayos del sol que burlesco y cobarde escapaba para no mirar como lo asesinaban. Sintió que bajo la impenetrable oscuridad de la noche atacameña no tendría chance de escapar de la bestia que lo perseguía y tal sensación le hizo perder las fuerzas y el equilibrio, comenzando así una golpeada y violenta caida ladera abajo.
Debería haber muerto victima de los golpes y la caída, pero no lo hizo. Un hombre escondido del destino lo miraba desde otro mundo y no le dejó morir. Tenía preparado para él una historia. Así que después de volver de su inconsciencia, se levantó adolorido por las contuciones en las rocas incrustadas en el cerro y corrió a lo que podía ser su pequeña oportunidad de salvación; el esquelto de una casa abandonada.
La noche estaba apunto de comerse por completo el día. La bestia lo observó desde la cima...
Continuará...