Septima Parte y Final
“Me aseguré de que ninguna prenda u objeto hayan quedado por la cuesta al momento de caer. La llevé a la orilla del río, lejos de la discoteque y bajé el bidón de gasolina que compré antes de llegar allá” declaró Eder, omitiendo la escena en donde llegó y la encontró viva.
Al caer, la nuca de Caroline dio de lleno contra una mal formación puntiaguda de una roca no tan pesada. Su cráneo se abrió y la piedra alcanzó a escarbar un poco en su cerebro, lo suficiente para dejarla paralítica para siempre pero no para quitarle la vida. La perdida de sangre la dejó inconsciente a merced de la noche, el frío y su suerte. Pero a la hora despertó. Se sintió perdida, tendida boca arriba, observando el cielo infinito lleno de puntitos brillantes, viendo imágenes cortadas de una mala película, en donde ella enfrentaba a Emilia y luego repentinamente se veía cayendo por la cuesta del estacionamiento de la disco. Quiso pararse para volver y buscar el cuello de la mujer que había logrado acertarle un derechazo, pero su cuerpo no le respondió. Estaba totalmente paralizado, sin algún controlador que lo pudiera comandar. La roca había dañado por completo la zona motora de su cerebro, dejando inutilizables desde sus piernas hasta el más pequeño de los músculos de la cara. De choque un calcinante pánico la invadió. Sólo podía mover sus ojos de un lado a otro, como tratando de ayudarse con ellos para ponerse de pies. Pero sus intentos eran en vano. Quiso gritar por ayuda, pero desde su boca sólo salió un montón de ruidos extraños y mucha saliva.
“Esperé a que su cuerpo y sus ropas se carbonizaran por completo. Luego lancé sus cenizas al río”
“Me aseguré de que ninguna prenda u objeto hayan quedado por la cuesta al momento de caer. La llevé a la orilla del río, lejos de la discoteque y bajé el bidón de gasolina que compré antes de llegar allá” declaró Eder, omitiendo la escena en donde llegó y la encontró viva.
Al caer, la nuca de Caroline dio de lleno contra una mal formación puntiaguda de una roca no tan pesada. Su cráneo se abrió y la piedra alcanzó a escarbar un poco en su cerebro, lo suficiente para dejarla paralítica para siempre pero no para quitarle la vida. La perdida de sangre la dejó inconsciente a merced de la noche, el frío y su suerte. Pero a la hora despertó. Se sintió perdida, tendida boca arriba, observando el cielo infinito lleno de puntitos brillantes, viendo imágenes cortadas de una mala película, en donde ella enfrentaba a Emilia y luego repentinamente se veía cayendo por la cuesta del estacionamiento de la disco. Quiso pararse para volver y buscar el cuello de la mujer que había logrado acertarle un derechazo, pero su cuerpo no le respondió. Estaba totalmente paralizado, sin algún controlador que lo pudiera comandar. La roca había dañado por completo la zona motora de su cerebro, dejando inutilizables desde sus piernas hasta el más pequeño de los músculos de la cara. De choque un calcinante pánico la invadió. Sólo podía mover sus ojos de un lado a otro, como tratando de ayudarse con ellos para ponerse de pies. Pero sus intentos eran en vano. Quiso gritar por ayuda, pero desde su boca sólo salió un montón de ruidos extraños y mucha saliva.
“daaabfaaaamaaabaaaafdaaa”
En ese momento la joven escuchó pasos venir. Su corazón dio un brinco al pensar que podía ser una de sus amigas, la cual se extrañó al notar que demoraba mucho en volver. También pensó que si daba rápido aviso del accidente, podrían llevarla al hospital y tratar de hacer algo por volver a tomar el control de su cuerpo, a demás de buscar la forma de decirle a su padre que la maldita Emilia había sido la victimaria. Sin embargo, toda esperanza se apagó al ver el asustado rostro de Eder observándole. El muchacho, recordando ver a Caroline dándose fuertes tumbos contra la tierra y las piedras, para después quedar tendida sobre un tímido charco de sangre que apareció detrás de nunca, no entendió cómo la polola de su mejor amigo seguía viva. Si bien su estado era nefastamente deplorable, el cuerpo de la joven aún respiraba, con dificultad pero lo hacía. Su boca trataba de modular palabras mezcladas entre desarticulados movimientos y un cúmulo de saliva alojado en sus labios contraídos. Y sus ojos pedían encendidos por piedad.
La adrenalina del momento hacía a Eder pensar más rápido, es por que en cosa de segundos, bajo el alelo de dos posibles situaciones, decidió por darle muerte a la joven que habían conocido hace cuatro años en una fiesta en los barrios bajos. La primera situación era que si él salvaba a Caroline llevándola a un hospital, sería lo mismo que declarar que Emilia la había asesinado. Tomarían detenida a su amiga y su vida sería un infierno hasta el día de la llegada de su hora. Conocía a la perfección a la guapa joven y sabía que no sería capaz de soportar la vida que le entregaría el ser una homicida. La segunda situación era borrar de la faz a Caroline, hacer como si nada hubiese sucedido y vivir sin las represalias que la justicia dejaría caer sobre los hombros de Emilia. Obviamente optó por la segunda. La novia de Eduardo vio como Eder se alejó con una mirada tranquila en sus ojos dirección al río, no entendiendo a donde se dirigía. La ayuda tenía que ir a buscarla subiendo la cuesta. Por unos cinco minutos no vio más que cielo oscuro, palpitante y omnipotente, único testigo de todo lo que había ocurrido y de todo lo que iba a suceder. Eder encontró una pesada roca de quince kilos ovalada y lisa, alojada en al borde del río. La extrajo de la tierra que la adosaba al suelo y la llevó hasta la víctima. Ya a su lado, lo único que hizo fue levantarla sobre su cabeza con todas las fuerzas y la dejó caer sobre el cráneo de Caroline, asesinándola al instante.
“Esperé a que su cuerpo y sus ropas se carbonizaran por completo. Luego lancé sus cenizas al río”
Hubo un frío y largo silencio. Se había hecho y Emilia no tenía nada que decirle. Lo había hecho por ella y ya nada podía revertir los acontecimientos. Entonces sucedía lo que siempre le sucedía; esa sensación de confusión por Eder la ahogaba por completo, sintiendo que le atraía demasiado de él todo lo que hacía por ella. Las ganas de olvidar que era su mejor amigo la mataban.
“De esto nunca más vamos a hablar. Nunca. Ahora iremos a buscar tu ropa para la entrevista a tu casa y después nos pasaremos a tomar un café antes de ir a la PDI … ¿Entendido?”
Emilia excitada asintió.