Créeme cuando te digo que no quería que supieses así la verdad. Créeme que si estás leyendo esta carta es porque las cosas salieron bastante mal y en estos momento debo estar rezando para que todo se solucione. Me habría gustado verte por última vez, ver esa sonrisa, el misterio de tus ojos, cómo se ruborizan tus mejillas en un fuego ardiente de vergüenza, que me hubieses apretado la mano y que te hubieses quedado en silencio en mi pecho. Te habría llevado lejos donde nos gusta escapar y te habría hecho el amor sin explicarte qué sucedía. Pero no tenía que ser así. Te pido perdón por ser tan cobarde. Los chiquillos ya deben haberte explicado porqué tuve que tomar esta drástica decisión. Mi vieja se está muriendo y no vi otra solución.
Debes estar pensando que me habrías dado todo tu incondicional apoyo y me habrías dejando venir sin mediación o duda alguna, estoy seguro de eso, pero en un momento me di cuenta que todo quedaría en nada si antes de partir te hubiese mirado a los ojos. Tú eres el claro ejemplo de que existe un mañana y que hay cosas que no se pueden evitar, que los hechos suceden y no hay quién los pueda detener; eres todo lo que he esperado y por ti me habría quedado y habría dejado que las cosas pasaran. No podía arriesgarme a fallar frente a ti, porque estoy seguro que al mirarte sonreír, no habría podido partir y te juro que en aquel momento no necesitaba darme cuenta de lo evidente que es el ciclo de la vida: nacemos, vivimos, morimos.
Simplemente llegaste en el momento equivocado.
Te amo
(Carta de Tomás a Nicole)